< Octubre 2023 >

La hora de la verdad

La hora de la verdad

El devenir político de España no es apto para cardíacos: en unas pocas horas, puede cambiar por completo el paisaje y las perspectivas. Eso es lo que ha sucedido con el imprevisto anuncio por parte del Presidente del Gobierno el lunes 29 de mayo de convocar elecciones generales para el mes de julio.

Hay que reconocer que se trata de un movimiento inteligente, que certifica, una vez más, la intuición política del presidente y su acierto al leer los datos de la realidad. Los efectos inmediatos de esta decisión son casi todos ellos favorables a posibilitar un gobierno progresista en los próximos cuatro años:

 

  • Por un lado, corta en seco la euforia desatada en la derecha —acompañada a bombo y platillo por su corte mediática— por su triunfo inesperado —incluso para ellos— en las recientes elecciones municipales y autonómicas.
  • Por otro, acorta a cero un previsible periodo de siete meses de decadencia y desgaste del gobierno actual bajo el acoso de la derecha, de reproches entre los socios de la coalición y de búsqueda de culpables por el descalabro sufrido.
  • También corta de raíz la previsible división interna, tanto en el PSOE como en UP, con probables reproches hacia las cúpulas y peticiones de dimisión.
  • Deja al espacio a la izquierda del PSOE sin tiempo material para seguir deshojando la margarita de su coalición: o se unen ya, o sucumben todos y, con ellos, también la posibilidad de un gobierno progresista.
  • En lugar de esto, consigue que todas las energías de la izquierda se canalicen hacia la nueva cita electoral.
  • Finalmente, y tal vez lo más importante, pone a los electores ante su propia responsabilidad: “¿Habéis elegido derecha y ultraderecha? —parece decirles— pues ahí tenéis la posibilidad de votarlo también para el Gobierno de España, vosotros veréis qué os conviene”.

 

Es la hora de la verdad para todos. Empezando por UP, deben decidir si eligen madurar de una vez y poner sus energías al servicio de formar una coalición que ilusione a los votantes de ese espacio, o si prefieren seguir jugando a ser la piedra en el zapato de la izquierda y a continuar con sus discusiones de asamblea de facultad de los años setenta. Sus dirigentes más destacados son ahora mismo más un lastre que un factor de movilización para el votante y tal vez sería el momento de que dieran un paso atrás. Han cometido demasiados errores y esa es la principal causa de que UP haya perdido tantos votos.

 

Siguiendo por el PSOE, en mi opinión debería reivindicar sus propias siglas, su propio espacio y sus políticas socialdemócratas en lugar de presentarse como el socio mayoritario de una futura coalición progresista. Si son necesarios pactos, los tendrá que hacer sin duda, pero eso sería después de votar. Antes de votar, debería aspirar a convencer a muy amplias mayorías sociales de que sus políticas de izquierda moderada son las que convienen a España.

 

Al PP de Feijóo, por su parte, le ha llegado la hora de despejar la incógnita de Vox. No puede esconder por más tiempo si aceptaría o no incorporar a este partido al Gobierno de España, y los electores deben saberlo antes de votar. Este dilema ya se le ha planteado a otros partidos conservadores europeos. Algunos han elegido pactar gobiernos con la ultraderecha y otros no. Los primeros han sido generalmente fagocitados por ella, como es el caso de Italia. La intención del PP de seguir escondiendo o retrasando esa decisión es inaceptable y supone un serio fraude electoral. De todos modos, extrapolando su trayectoria en los gobiernos autonómicos —primero, apoyos parlamentarios en Madrid, Murcia y Andalucía y, más tarde, socios en Castilla y León—, la previsión más fiable es que lo van a hacer si suman los votos necesarios.

 

Y, finalmente, también es la hora de la verdad para el elector. Los dos escenarios más previsibles tras las elecciones de julio serían una mayoría del PSOE y Sumar, con posibles apoyos parlamentarios de ERC y EH Bildu, o una mayoría del PP y Vox, sin ningún apoyo parlamentario extra significativo. Sin duda, ambos escenarios tienen claros puntos negros —esencialmente la dependencia de partidos con planteamientos anticonstitucionales, como ERC y EH Bildu, por un lado, y  Vox, por otro— pero en política nunca se vota un óptimo, sino tan solo un mal menor. 

 

De todos modos, no es igual tener el apoyo parlamentario de estos partidos que tenerlos en el gobierno. En mi opinión, hay dos líneas rojas que nunca se deberían cruzar con ellos: verse arrastrados a pactar sus políticas y darles cotas de poder en un gobierno. Por ejemplo,  no es posible plegarse a sus proclamas de referendum de autodeterminación, en  el caso de ERC y Bildu, como no debería serlo pactar restricciones al aborto o a la atención sanitaria de los inmigrantes, en el caso de Vox. Por otro lado, meterlos en el gobierno les daría automáticamente la posibilidad de llevar a cabo algunas de sus políticas.

 

A la inversa, no veo inconveniente en que se pacten con ellos leyes útiles y constitucionales en otras materias como, por ejemplo, impuestos, pensiones, leyes laborales, transición energética y otras similares.

 

Cada uno de estos partidos lleva consigo su pecado original: Bildu, su negativa a condenar de forma tajante su pasado apoyo a una banda terrorista; ERC y Bildu, su aspiración a romper España para constituir sus ilusorias arcadias catalana y vasca; y Vox, en realidad lleva consigo una mochila completa de pecados originales: racismo, machismo, xenofobia, negacionismo, añoranza del franquismo, oposición a las autonomías y, en general, a casi cualquier artículo de nuestra constitución. Pero estos partidos existen porque son el resultado de la voluntad popular expresada libremente en millones de votos en las urnas. Esa es nuestra España y no la que a unos y a otros les gustaría.

 

Con estos mimbres tenemos que jugar y elegir el 23 de julio. Ese día será la hora de la verdad.

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