Situado en la vibrante Estambul, el estrecho del Bósforo que divide geográficamente Europa y Asia, occidente y oriente, parece hoy la alegoría perfecta que visibiliza la polarización de la sociedad turca.
Los comicios del pasado 14 de mayo destinados a elegir al presidente y al Parlamento (600 miembros) lo corroboran. Entre campañas electorales polémicas, coaliciones y una grave crisis económica con una inflación del 50% (marzo 2023), los resultados han mostrado una clara división social entre el conservadurismo islamista de Recep Tayyip Erdogan AKP (49,52% ) y la oposición social demócrata liderada por Kemal Kiliçdaroglu CHP (44.88%), atisbando, no obstante, una extrema derecha en manos de Sinan Ogan (5.17%). Aunque los resultados de las elecciones muestran el continuo control del Parlamento por parte del conservador AKP y sus aliados, la elección del presidente ha estado en suspenso. La ciudadanía ha tenido una nueva cita en las urnas el pasado 28 de mayo de 2023, debido a que ningún candidato ha logrado el 50% requerido.
Con una población de casi 85 millones de habitantes, una posición geoestratégica privilegiada, miembro de la OTAN y del G20, Turquía se ha convertido en las últimas décadas en un actor preponderante en las relaciones internacionales. Baste con señalar el rol protagónico que ha tenido Turquía en la crisis de refugiados que ha desestabilizado a Europa en 2016, llegando a un acuerdo con la Unión Europea para la financiación de programas de integración (educación, sanidad, capacitación laboral) en territorio turco destinados principalmente a los refugiados sirios. O bien, más recientemente el papel primordial que ha tenido Turquía en las negociaciones entre Rusia, Naciones Unidas y Ucrania, para que éste ultimo pueda exportar sus granos en pleno conflicto bélico.
Sin embargo, la diplomacia turca es mucho más. Es notable y también ambigua. Probablemente, como muchas otras diplomacias del mundo, pero lo que la hace particularmente llamativa, es esa privilegiada posición geoestratégica, algo especialmente relevante en los últimos tiempos. Erdogan ha pasado de congelar sus relaciones con Israel en 2010 (debido al conflicto del ataqué israelí al navío humanitario turco Mavi-Marmara que se dirigía a Gaza) a reestablecer su amistad en 2022. Con el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania como telón de fondo, Turquía se ha convertido en una pieza maestra para Erdogan. Ankara y Tel-Aviv negocian la posibilidad de construir un gasoducto que partiría de Turquía hasta Leviatán, que es el mayor yacimiento de gas natural en alta mar de Israel. Un gas que a su vez podría abastecer a la Unión Europea. Un proyecto que no ha impedido la relación cada vez más personal con V.Putin, quién propuso a Erdogan a finales de 2022 que sea el “centro” de distribución de gas hacia Europa procedente de Rusia. Asimismo, las relaciones diplomáticas con Arabia Saudí y con Emiratos Árabes Unidos se han normalizado. Nada es casual, todo obedece a una clara estrategia de búsqueda de inversores y aliados. Una alianza con Israel permite un alejamiento con Irán que desea Tel-Aviv y sus aliados. Así, las piezas del ajedrez se mueven magistralmente…
Ante ese hábil despliegue diplomático internacional llevado a cabo por Erdogan, cabe cuestionarse sobre su habilidad política en la propia Turquía. La polarización de la sociedad turca ofrece más dudas que certitudes. Claramente existe un descontento, que ha podido confirmarse al advertirse que por primera vez Erdogan no ha sido reelegido en una primera vuelta. Un líder que tiene ya 20 años en el poder (Primer ministro 2003-2014 y Presidente desde 2014) ha exacerbado una línea autoritaria reflejada en muchas de sus políticas. Una de ellas ha sido el control férreo a la libertad de expresión, particularmente visible a raíz del fenómeno “Gezi Park” en 2013 (parque de Estambul que pretendía ser transformado en centro comercial y que fue objeto de numerosas manifestaciones) un punto de inflexión para la sociedad turca, debido a la fuerte represión e incluso encarcelamiento de algunos manifestantes. Asimismo, pese a que Turquía posee el estatus de país “laico”, Erdogan ha decidido deliberadamente incrementar cada vez más el presupuesto del Diyanet, el organismo que construye mezquitas en el extranjero para fomentar el islam, además de haber reconvertido Santa Sofía en Mezquita. Todo ello teniendo de fondo el constante maltrato a los kurdos por parte de la policía. No se puede dejar de señalar que la etnia kurda data desde Mesopotamia, abarcando territorios de Turquía, Irán, Irak, Siria y Armenia. Desde hace más de 100 años esta etnia ha querido su independencia y constituir un Estado. Sin embargo, la amenaza del Estado Islámico en territorios kurdos en los últimos años, tanto en Siria como en Turquía, ha hecho más compleja la relación de los kurdos con el gobierno turco y sirio. Los kurdos apoyarían notablemente al candidato de la oposición.
Erdogan ha elegido curiosamente una fórmula muy parecida a la de V. Putin
Por otro lado, cabe subrayar la habilidad de “ultrapoder” que ha desplegado Erdogan, especialmente al realizar una reforma constitucional en 2017 que permite pasar de un sistema parlamentario a un sistema donde el presidente puede gobernar por decretos sin contrapoder, es decir un sistema hiper-presidencialista. Con esta reforma, claramente la configuración parlamentaria como resultado de las elecciones, no constituyen en la práctica un desafío para el presidente.
De cara a las elecciones, Erdogan ha elegido curiosamente una fórmula muy parecida a la de V.Putin. El mandatario turco ha buscado despertar el sentimiento de orgullo para atraer votantes, señalando algunas proezas turcas, como la construcción del primer coche eléctrico producido por ingenieros turcos o la creación de la primera planta nuclear. Sin embargo, si existe un punto en común entre Erdogan y el líder de la oposición Kemal Kiliçdaroglu es haber hecho uso del “miedo” como herramienta política. Mientras que Erdogan aseguraría que la llegada al poder de su rival sería un desastre ya que los terroristas “serían soltados”. Por su parte, Kiliçdaroglu señalaría a los refugiados como una amenaza, personas que “robarían” puestos de trabajo y privilegios de los turcos, un discurso muy alejado de la línea progresista que éste pretendía encarnar.
Así, a 100 años de la fundación de la República turca en 2023, la población ha vivido con más desencanto que ilusión la segunda vuelta a las elecciones presidenciales. La nueva victoria de Recep Tayyip Erdogan con 52.14% de votos confirma una vez más una nueva era de un presidente cada vez más a la derecha y abre más incógnitas tanto a nivel nacional como internacional. Una reelección que no ha dejado a nadie indiferente y que invita a cuestionarse sobre los parámetros de la democracia en pleno S.XXI. El pasado 28 de mayo, los turcos han pretendido ejercer la democracia a través de su voto, la cuestión es : ¿el voto es la expresión máxima de una democracia?