España no es racista. Tampoco Valencia, ni Mestalla donde, al igual que en otros campos, le gritaron “mono” a Vinicius y le tiraron algún plátano. Los árbitros son muy responsables con actuaciones permisivas en las que a este jugador se le pueden hacer impunemente toda clase de faltas.
“¡Arriba!” le dicen, como si no le hubieran empujado y dado patadas. Incluso insultado. Basta leer la prensa o ver un partido. El jugador se irrita, naturalmente, se queja y, como nadie hace nada, siguen las tarascadas. La grada se anima, arremetiendo contra su dignidad y la nuestra, porque no es uno, son muchísimos. Un Fuenteovejuna mal entendido.
Denuncia un racismo español hasta el Presidente de otro país. No pasa nada. España es perfecta. Todos se quejan de la Liga española y a su Presidente no se le ocurre otra cosa que regañar a Vinicius porque no ha acudido a que se le explicase que la Liga no puede tomar medidas contra el racismo. ¿De verdad? ¿Tomará a Vinicius por tonto? ¿A todos nosotros?
Bastará con que se lo proponga. Hasta en los bares pone “Reservado el derecho de admisión” … Que otras medidas son de la Federación de Fútbol, que parece enterarse ahora de este grave problema, de un comité de árbitros y gubernativas no exime la Liga de hacer algo en lugar de dirigirse displicentemente a Vinicius tuteándole como si fuese un criado, que tampoco, cuando en el Acta arbitral se guardan ciertas formas como hablar de “Don Vinicius José De Oliveira Do Nascimiento”.
¿Qué hace el Gobierno para atajar el racismo en los campos de fútbol y fuera de ellos? ¿Ha tomado medidas gubernativas para evitar los ataques contra Vinicius por parte de racistas que llegaron a colgar en efigie al delantero madridista desde lo alto de un puente? Así, llevamos años.
Sin embargo, no hemos de preocuparnos. Somos un país “poco” racista. En una respetable lista internacional al efecto ocuparíamos la decimoséptima plaza. ¡Los hay más racistas que nosotros! ¡Afortunadamente! También los hay menos. ¿No será que falta espíritu autocrítico? ¡Qué va! Somos un país perfecto. Torturar un animal en un coso es un arte que un público aplaude. Ahorcar galgos a final de temporada es posible. Eso sí, quieren exigir carnet de propietario animalista. ¿Con o sin puntos?
Nuestra acción civilizadora en América fue ejemplar. Ya lo decía Franco. Conquistamos un continente, como se hacía entonces, pero a los indios les despojamos, aparentemente, de todo: oro, plata, tierras. Sería que no le daban importancia, los pobrecillos. Eso sí, fundamos la primera universidad en América y los mestizamos. ¿Fueron solo los criollos, luego, los que les maltrataron a pesar de nuestras previas y caritativas Leyes de Indias, quizás tardías?
Llevamos de África a América a miles de esclavos. Hasta Velázquez, en pleno siglo XVII, tenía en su taller un esclavo que acabó manumitiendo y que se dio a conocer como un buen pintor: Juan de Pareja. Reino Unido, Francia, Países Bajos se comportaron como nosotros, pero han realizado recientemente declaraciones en las que admiten haberse excedido, incluso para la época.
¿Habrá que recordar que ya imperaba en nuestros países el cristianismo? Si los demás se imponen, nosotros también. Si lo deploran, nosotros no. El Papa Francisco ha lamentado los excesos de la evangelización en América. ¿Será que es argentino y vaya usted a saber si también montonero, además de jesuita?
Somos un gran país, pero sería más grande examinando críticamente su pasado. No sólo habremos fallado a los saharauis. Nuestra tradición judeocristiana y la Ilustración lo recomiendan. No porque lo pidan falsos dirigentes de izquierda latinoamericana como López Obrador o Petro, quizás tan traidores en esto como sus antepasados criollos a los ideales revolucionarios de los Libertadores.
Mientras tanto, no somos racistas. ¡Qué va! Pregúntenselo a Vinicius, a nuestra inmigración latinoamericana o magrebí, a los gitanos, incluso a los rumanos, que son, como nosotros, de la Unión Europea. Algo por corregir, incluso si algunos llegan a pensar que “ni tanto ni tan calvo”. Durmamos tranquilos y descartemos las alargadas narices de nuestros políticos.