I

Varias veces intenté embarcarme en esta Odisea.
No estaba preparado ni tenía el equipaje adecuado. 
Aún hoy tengo que mesarme la barba
para mirar el mar desde la torre de vigía
y pensar en mi madre agonizante. 
Y cuidado con lo que dices, porque todo queda por escrito. 
Y la poesía puede ser un moco pegado a una roca. 

 

II

A partir de ahí, comienza mi viaje, 
distrayendo mis pensamientos
en recuerdos sin sentido.
Palabras al viento que no sabemos si alcanzarán su destino.
Hay diferentes formas de morir
y cada una tendrá su titular sin importancia
si, al final, no leemos los signos del silencio. 
Vamos cambiando en el ahora
y un encuentro puede trastocar una decisión
para volver casi al principio.

De repente, la furia desatada
de unos dioses que tampoco nunca han existido,
pero que nos marcan un camino
atrayente,
el de la imaginación
de lo que, realmente fue o, pudiera haber sucedido.

Viene al mundo un nuevo ser
aunque muchos dicen que no debiera ser de este mundo
para, finalmente, ese ser es ser muchos, 
todos escriben, todos se confunden,
todos son ninguno.

Es teatro, es circo,
son los sueños vividos,
el recuerdo de los espectros
que solo vienen a confundirnos. 

III

Estamos a mitad de camino.
Y ya hay que volver
sin saber hacia dónde fuimos,
con quién hemos estado,
ni siquiera quiénes hemos sido,
si tú y yo somos uno
o somos infinito.

Nos espera Ítaca
en la noche de los tiempos
con preguntas escuetas
y largas respuestas en la confusión de nuestro entendimiento
que solo pueden indicar que no sé dónde estoy
o que me he perdido.

Penélope nos espera sin ansiedad, 
es Molly Bloom sin puntos ni comas
ni angustias ni remordimientos,
escribiéndose a sí misma, 
imaginando lo que no sucedió
para, finalmente, estúpidamente, 
acabar diciendo, solamente, 
“y sí dije sí quiero Sí”.