< Mayo 2023 >

La ceremonia de entrega de credenciales

La ceremonia de entrega de credenciales

Alguna vez que hayan paseado por la Plaza Mayor de Madrid, quizá se han encontrado con un desfile de caballos y carrozas saliendo del vecino Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Pues se trata de la ceremonia de entrega de las cartas credenciales, cuando los embajadores recién destinados en Madrid entregan sus credenciales a SM el Rey. 

Las cartas credenciales es el documento oficial que los acredita como representantes de sus respectivos países. Al entregarlas al Jefe de Estado, ya pueden empezar a trabajar como embajador, hasta ese momento, se supone que están en una condición interina, y su capacidad de acción está muy limitada. En todos los países los embajadores extranjeros entregan las credenciales al Jefe del Estado correspondiente. Pero no en todos lo hacen con una ceremonia tan bonita y tan antigua como la que tenemos en España. 

 

Recibir a los embajadores de otros países es una tarea muy importante en diplomacia. Tanto, que en España, al Jefe de Protocolo se le llama “Introductor de Embajadores”, es decir, el que los presenta y los ayuda en su instalación. Pero además, España se ha dotado de una ceremonia que bien puede ser considerada un verdadero antecedente de diplomacia pública. 

 

El día en que un Embajador entrega sus credenciales, será acompañado por un funcionario diplomático durante todo el proceso. Lo recoge en su residencia, lo lleva hasta Santa Cruz, y de allí al Palacio Real, y de vuelta a su residencia. A mí me ha tocado varias veces acompañar a un embajador en este día, y puedo decir que ha sido siempre una experiencia bonita y divertida dentro de mi vida profesional. Para empezar, porque te vistes de gala. Vestirse de gala tiene su aquel. Los diplomáticos tienen un uniforme, muy vistoso y elegante, y que tiene una versión femenina, pero a muchas ese uniforme no nos gusta mucho, así que nos dejan ir simplemente de largo. Yo soy de las detractoras, así que cuando he acompañado, me he vestido con falda larga, como una princesa. Y no hay cosa más bonita que ir vestida como una princesa al Palacio Real.

 

El coche oficial con el que se va a buscar al Embajador va custodiado por policías motorizados. En la primera de mis ceremonias, yo vivía en un piso compartido con amigos, en el castizo barrio de la Florida. Así que cuando un policía entró a mi portal preguntando por mí, mi portero lo tuvo claro: tras decirme que la policía me buscaba, añadió en voz baja, “oye, que no le he dicho que estés y que no creo que sepan que el edificio tiene otra puerta…” Su cara fue un poema cuando me vio salir del ascensor vestida de gala. 

 

Tras recoger al embajador de turno, te vas con él hasta el Ministerio, en la sede de Santa Cruz. Oí decir que hace tiempo, siglos, para llegar al Ministerio, se hacía un recorrido fijo, que incluía una calle, hoy llamada Calle de Embajadores. Pero ahora se toma el camino más corto que sea. Lo habitual es que te empolles cosas del país del embajador que vas a buscar, para que no te falte tema de conversación durante el recorrido. A mí una vez me tocó embajadora de un país con una presidenta entonces cuyo apellido se me atragantaba, así que fui todo el camino de ida repitiéndolo en voz alta…  pero al final, opté por hablar de «su presidenta», para no correr riesgos… 

 

En el Palacio de Santa Cruz esperas en el Salón de Embajadores a que sea tu turno (en un mismo día entregan credenciales varios embajadores, así que hay un protocolo ordenado) y ya bajas la escalera principal. Allí esperas en la puerta. En frente, está el Escuadrón de Escolta de la Guardia Real a caballo, y el oficial al mando saluda al embajador y se pone a sus órdenes. El protocolo dicta que el embajador debe de hacer una inclinación en silencio, y lo hacen siempre. Pero confieso que una vez que estaba con una Embajadora de un país caluroso, que llevaba un traje típico ligero, y yo a mi vez vestida de gala, pero de gala veraniega, en un día invernal, y las dos aguantando todo el ritual ateridas de frío;  el caso es que me pasé todo el momento rogando por lo bajini, “por dios que le pida un caldo caliente, anda, pídele que nos traiga un caldo calentito, que se ha puesto a tus órdenes…”.

 

A continuación, te subes a la carroza que te lleva al Palacio Real, el otro momento diez de la jornada. Según reza la explicación de la página web del Ministerio, “los miembros de la Embajada toman asiento en la carroza llamada “coche de París”, de dos caballos, con cochero y lacayos, y el Embajador o Embajadora y el funcionario diplomático español que le acompaña se acomodan en la berlina de Gala, de seis caballos, con postillón, palafreneros, lacayos y cochero. Estas carrozas datan, respectivamente, de los reinados de Isabel II y Alfonso XII, mientras los uniformes del personal que las guía tienen su origen en el de Carlos III.”  Las carrozas escoltadas atraviesan la Plaza Mayor, l y las calles Mayor y Bailén. Se pueden decir muchas cosas de ese momento, yo seré muy pedestre y clara: no hay nada que mole más que subirse vestida de princesa a una carroza del S.XIX, escoltada por una guardia a caballo con trajes de época, desafío a cualquiera a mencionar algo más chulo que eso. En ese momento, si el embajador de turno tenía alguna duda de que lo han destinado al mejor país del mundo, se le disipan del todo. Por eso digo que esta ceremonia puede ser considerada un antecedente de diplomacia pública en España. Una vez fui con uno que suspiró asegurando que era el día más feliz de su vida. Ese fue el mismo que, al llegar a la Plaza Mayor, se puso a saludar como un loco a un par de señores que miraban la carroza. Me sorprendió porque era de un país famoso por su contención de gestos, y ahí estaba él, saludando frenético. “Son mis amigos, el Embajador de XXX y el de XXX, han venido a verme, ya me avisaron de que me lo iba a pasar muy bien…”. Con otro Embajador, que no era tímido para nada, en cambio, al llegar a la Plaza le dio por ponerse a saludar a la gente en plan real. Y yo para no ser menos, claro está, me puse a saludar también. Vivan los novios, gritó algún desubicado incluso.

 

Y llegas al Palacio Real, en donde la banda toca el himno nacional del país del embajador. Ahí cuando estaba con el Embajador saludador, él me enseñó en un plisplas las palabras del estribillo y entramos los dos cantándolo emocionados. En cambio con el Embajador de país contenido en gestos, me tuve que poner a calmarle los nervios que me había confesado tenía, de pensar que se iba a entrevistar con un rey. Venía, claro está, de una República. Popular.

 

Te bajas de la carroza (que es muy chula, pero también bastante incómoda, menos mal que el trayecto no es muy largo). Sigo citando la página web del Ministerio:  “el Embajador o Embajadora y sus acompañantes suben por la Escalera de Embajadores. La Introductora de Embajadores los acompaña desde allí, a través del Salón de Alabarderos, el Salón de Columnas y la Saleta de Gasparini, hasta el Salón del Trono, donde espera el Jefe de Protocolo de la Casa de Su Majestad el Rey. A continuación, se dirigen a la Antecámara Real pasando por el Salón de Teniers…”  Y llegas a la Cámara Oficial, y ahí el embajador entrega las cartas credenciales a SM el Rey, acompañado del Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación. Tú te quedas atrás, y no acompañas cuando entran a otra habitación, en la que hablan de los asuntos bilaterales (es importante señalar que hay todo un trabajo previo de varios días de los departamentos que llevan la relación con ese país, para preparar esa entrevista). Aún recuerdo la sonrisa del Embajador nervioso cuando salió. “Su Majestad es un caballero de los de verdad”, me dijo. He acompañado a Embajadores que han presentado credenciales a SM el Rey Juan Carlos I, y a otros que lo han hecho ante SM el Rey Felipe VI. Y en ambos casos, los embajadores han salido siempre muy sonrientes. 

 

Y ya lo escoltas a su casa, pero esto en el vehículo oficial de al principio, saliendo del Palacio Real mientras suena el himno de España. Con el Embajador saludador lamenté más que nunca que no tengamos letra.

 

Tengo muchísimas anécdotas de todas las ceremonias en las que he participado. Pero quizá la que aún me hace reír pasó con una de las primeras, cuando vivía en un piso compartido de mi barrio castizo. Telemadrid hizo un programa especial sobre el Palacio Real, e incluyó imágenes de la ceremonia, de un día que acompañaba yo, así que salí en la tele. Al día siguiente llegué a mi gimnasio de barrio, y uno de los fortachones me recibió a gritos mientras dejaba caer las pesas que sostenía. “¡¡¡¡Tíaaaaaaa, que te he visto en la tele!!!!!”, escuché en medio del estruendo de dos mancuernas de 50 kilos cayendo al suelo. Y a continuación cogió su móvil y me obligó a hablar con su madre para confirmarle que, en efecto, era yo la de la carroza. Porque la buena señora no se creía que aquella princesa que se paseaba en carroza fuera cliente del mismo gimnasio de barrio al que iba a su hijo… pero yo tan orgullosa de ser una princesa de barrio, que conste. Del barrio de la Florida, para ser más exactos.

 

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