< Mayo 2023 >

Relatos salvajes

Relatos salvajes

Este es el título de una película hispano-argentina del año 2014, dirigida por Damián Szifron,  consistente en una serie de historias cortas unidas por el nexo común de que todas ellas terminan bastante mal debido a los excesos de sus protagonistas. 

Unos acaban en la cárcel y otros directamente muertos. En uno de los relatos, un sufrido padre de familia al que la grúa le lleva su coche por dos veces, termina poniendo una bomba en el depósito municipal; en otro, un leve incidente entre dos automovilistas acaba dramáticamente con la muerte de ambos. Según palabras del director, la conexión temática de los relatos es “la difusa frontera que separa la civilización de la barbarie, el vértigo de perder los estribos y el innegable placer de perder el control”.

 

Demasiados comportamientos en esta etapa de la posverdad y la falsa noticia que nos toca vivir encajan en este patrón de relato salvaje. Véase, por ejemplo, todo el episodio de la imputación del expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, por haber presuntamente utilizado fondos electorales para sobornar a una actriz porno con el fin de ocultar sus pasadas relaciones sexuales con ella e impedir su difusión durante la campaña electoral de 2016. 

 

Trump ha utilizado la imputación para presentarse ante sus seguidores como víctima de una conspiración contra él. Ha llamado corruptos y fanáticos, tanto al fiscal que le acusa, como al juez que ha de resolver el caso, es decir, se ha defendido atacando a las instituciones y poniendo en duda su imparcialidad. Dicho de otro modo, para obtener un beneficio personal, ha desprestigiado las instituciones de todos, debilitándolas ante los ojos de los ciudadanos, de forma que a estas les resulte más difícil cumplir su función en el futuro. 

 

Es lo mismo que hizo cuando no admitió los resultados electorales de 2021 que le daban como perdedor: para intentar seguir en el poder, puso en duda, por primera vez en la historia, la imparcialidad del sistema electoral americano. A partir de ese precedente, cualquier perdedor de futuras elecciones se podrá sentir legitimado para hacer lo mismo.

 

En pagos más cercanos, tenemos un relato muy parecido a raíz de la sentencia de la todavía presidenta del parlamento catalán, Laura Borrás, dirigente de Junts per Catalunya. En este caso, se la condena por haber troceado ilegalmente una serie de contratos con el fin de favorecer a un amigo, cuando era directora de la Institució de les Lletres Catalanes. Su reacción ante la sentencia ha sido proclamar que no ha tenido un juicio justo y que se la persigue tan solo por ser independentista. De nuevo, alguien pretende difuminar un comportamiento fraudulento arrojando sombras de duda sobre las instituciones democráticas.

 

Un episodio no muy diferente del que protagonizó su jefe lejano, el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol, cuando él y otros directivos llevaron a la ruina a Banca Catalana, a la vez que se enriquecían personalmente, y fueron imputados por apropiación indebida y falsedad en documento mercantil, entre otros delitos. El rescate de dicha banca costó al estado el equivalente a 16.500 millones de euros, pero Pujol orquestó una campaña victimista en la que, según él, el estado español estaba atacando nada menos que a toda Cataluña en su persona. Finalmente, la querella fue desestimada por defectos de forma.

 

Atacar a las instituciones del Estado para defenderse es también lo que hacen los secesionistas catalanes condenados por los actos de octubre de 2017 en los que aprobaron unas “leyes de desconexión” con el Estado español y organizaron un simulacro de referendum de autodeterminación. Lejos de reconocer que actuaron de forma ilegal, insisten en que la justicia española es antidemocrática y que ellos son perseguidos, no por sus actos, sino por sus ideas. Su lenguaje “fake” denomina “presos políticos” a sus condenados y “exiliados” a sus huidos de la justicia. Otro ejemplo más de cómo intentar exculparse degradando las instituciones de todos.

 

 

La democracia universal es el mejor invento del homo sapiens desde la revolución neolítica

 

 

Hay más ejemplos de este “salvajismo” consistente en obtener ventajas a costa de degradar las instituciones: el secuestro durante cuatro años del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) por parte del Partido Popular y el intento fallido de secuestro del Tribunal Constitucional, bloqueando su renovación desde la mayoría espuria del CGPJ, son dos de ellos. El resultado de estos bloqueos ha sido producir un gran desprestigio a ambas instituciones.

 

Pero los relatos salvajes también nos hablan, según el director de la película, “del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control”. Desde la aparición de las redes sociales, muchas personas encuentran un inmenso placer en insultar y descalificar a sus interlocutores, casi siempre desde el anonimato. Se hace difícil en ellas mantener un debate sobre cualquier tema sin acabar siendo denigrado por un ejército de trols. La consecuencia de todo ello es que, un instrumento que parecía prometer una ampliación de los límites de la democracia por posibilitar una interacción directa entre las personas, está sirviendo para todo lo contrario, para estrecharlos. Pocos son hoy los que se atreven a opinar en foros completamente públicos como twitter o en chats abiertos. 

 

Dar rienda suelta a los peores instintos es también, por desgracia, la tónica de las sesiones parlamentarias. Parece haberse instalado la idea de que la falta de contención, lejos de ser un defecto, es una virtud y, así, muchos discursos políticos son tan solo un ejercicio de incontinencia verbal.

 

Aparentemente, nadie paga las facturas de estos excesos, pero no es verdad: los paga la propia democracia, es decir, la posibilidad de convivir pacíficamente personas de diferentes ideologías. Los malos ejemplos dados por Trump han polarizado hasta el extremo a la sociedad estadounidense. Muchos han creído sus mentiras e incluso algunos han declarado estar dispuestos a defenderlas con las armas. También las mentiras de los secesionistas catalanes han polarizado a su sociedad hasta el punto de que la mitad de esta ve al resto de España como sus enemigos.

 

La democracia universal es el mejor invento del homo sapiens desde la revolución neolítica: permite dirimir las disputas entre los defensores de diferentes intereses por medio de la palabra, del uso de unos procedimientos reglados, de elecciones libres y de un delicado equilibrio entre los distintos poderes e instituciones. Hacer que funcione este equilibrio es tarea de todos. En lugar de practicar “el placer de perder los estribos”, deberíamos practicar un ejercicio mucho más aburrido, pero más beneficioso para la convivencia: el de la contención y la mesura.

 

Como dice mi admirado Javier Cercas, “la aventura y la excitación épicas están muy bien para las novelas, pero, para la política, es mil veces preferible un aburrimiento escandinavo”.

 

 

 

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