Se esconden los soles en las palabras,
y salen a la luz en los silencios.

 

Ser un matojo de hierba o un árbol frondoso
no depende, muchas veces, de uno mismo.
Depende de dónde y cómo hayas nacido.
Y aun así, se tuercen las veredas de los ríos,
y una cosa es lo que quiero
y otra muy distinta lo que consigo.

 

Se cierran los puños, se aprietan los dientes, 
nada impide que las lágrimas acaricien tus mejillas sin brillo.
Está tensa la cuerda, se rompe,
quien yo más quería se ha perdido.
Después vienen otras guerras,
los miedos, las pesadillas que son reales,
nada está permitido.

 

La libertad solo es una palabra en un diccionario prohibido.
El amanecer no trae sonrisas,
regresa la noche en un susurro frío,
no es la luna un consuelo infinito.

 

Pasan los años sin posibilidad de huida, 
muertos en el camino,
no puede ser voluntad de Alá todo lo que ha sucedido.

 

Cólera, ira, odio, asesinos,
la noche se ilumina por súbitos destellos rojos y amarillos.

 

En medio de este fragor impune de la batalla,
alguien conoce el cariño,
el amor agazapado, la ternura de los niños,
los sueños que quiero hacer míos,
sí,
sé que hay cometas en el cielo
y mil soles espléndidos tras los muros
derruidos.