Cuando la extrema derecha va demasiado lejos, el clamor de un pueblo se hace escuchar. Lección que todos deberíamos tener presente. El pueblo israelí que parecía “todo aceptar” cuando observaba que sus líderes políticos iban y venían, cuando los religiosos y extremistas religiosos estaban cada día más en el poder, cuando el ambiente político se agitaba en los vaivenes electorales y se anticipaban elecciones, cuando todo parecía aceptable, el pueblo israelí en 2023 se ha despertado. Hoy, los israelís se unen, sollozan, gritan, se manifiestan, claman, porque observan perplejos la posibilidad de perder sus derechos, luchan simplemente por el precioso valor de la democracia.
Israel no posee una Constitución escrita. Desde su creación en 1948, han existido varios intentos de elaborar una Constitución formal. Hoy existe un sistema de gobierno basado en leyes básicas y derechos que gozan de un estatus semi-constitucional. Básicamente, la forma de gobierno está constituida por un parlamento llamado Knesset (120 diputados) y una Corte Suprema que está formada por 9 magistrados quienes velan por las leyes fundamentales y que tienen la capacidad de censurar leyes votadas por el Knesset. Bien entendido, el Primer ministro es aquel líder que una vez ganadas las elecciones es capaz de formar gobierno gracias a una coalición.
En los últimos tiempos, se ha observado la figura recurrente del polémico líder Benjamin Netanyahu militante del Likoud (partido de derecha) -llegando por primera vez al poder en 1996 como Primer ministro- como una figura clave en la política israelí. Desde hace más de 20 años, Netanyahu ha tenido idas y venidas en el gobierno, pasando recurrentemente a la oposición, siendo, no obstante cinco veces Primer ministro. En noviembre de 2022, con unas elecciones anticipadas, el partido de derechas Likoud y sus aliados de extrema derecha obtienen 64 escaños (61 mayoría absoluta). Netanyahu es oficialmente designado por el presidente Isaac Herzog para formar gobierno, teniendo lugar la coalición más a la derecha en la historia del país, nutrida por la extrema derecha y los ultraortodoxos. Así, Netanyahu inicia en diciembre de 2022 su sexto mandato, con una coalición heterogénea, pero con la confianza implícita del pueblo israelí quien se apoyaba en su experiencia política en las ultimas décadas.
Sin embargo, esta vez el Primer ministro Benjamin Netanyahu ha ido demasiado lejos. Probablemente víctima de una presión constante por parte de los políticos de extrema derecha y ultraortodoxos, el nuevo gobierno ha osado querer reformar el poder judicial, es decir la Corte Suprema. Bajo el argumento de querer establecer una relación de “fuerza equilibrada” entre los elegidos (diputados) y la Corte Suprema. Netanyahu y sus aliados estiman que la actual Corte Suprema es “un gobierno de jueces” acusando a los magistrados de activismo político, por lo que el ministro de justicia propuso modificar la nominación de los miembros de la Corte Suprema, que – a su juicio- debería ser formada por 6 políticos (ministros o diputados) y 3 magistrados.
¿Qué pasaría si esta “reforma” tiene lugar? Claramente, el pueblo israelí se vería desprovisto de sus derechos democráticos. No habría límites al poder del gobierno. Se daría lugar al nacimiento de un sistema completamente politizado, sin una verdadera división de poderes y subyugado al control del gobierno. Una tentativa de reforma que ha despertado la consternación del pueblo israelí que desde hace más de 12 semanas no ha cesado de manifestarse, agudizándose aún más su grito desde el pasado 26 de marzo de 2023, cuando Netanyahu destituyó a su ministro de defensa Yoav Galant quien había criticado la reforma, pidiendo su “congelación”. Una destitución que se vio interpretada como una falta de escucha del pueblo por parte del gobierno, lo que despertó aún más la necesidad de unidad del pueblo israelí.
Todos se unen por el preciado valor de la democracia
El universalmente reconocido y famoso historiador israelí Yuval Noah Harari (autor de celebres libros como Sapiens, Homo Deus, entre otros) ha señalado recientemente en una entrevista televisiva en Israel la diferencia entre una “reforma” y un “golpe” por parte del gobierno. Harari indignado, advertía que “una reforma puede llevar a cabo cambios sustanciales por parte del gobierno, pero siempre con límites en el poder”, mientras que “un golpe por parte del gobierno se identifica cuando el gobierno intenta obtener poder ilimitado con objeto de eliminar todo tipo de limitaciones. La Corte Suprema es la única institución que podía intervenir y decir NO al gobierno”. En esta tesitura precisamente se encuentra la vida política en Israel, que vive las horas más bajas desde su creación hace ya 75 años. El gobierno de Netanyahu de vertiente liberal, parece estar tomando la deriva iliberal.
La enseñanza más grande que el pueblo israelí está ofreciendo a la humanidad desborda las fronteras ideológicas que pueden recogerse en la derecha o la izquierda. Se trata de una auténtica revolución ciudadana en todo el país, ciudades populares y poco referidas como Beerseba, Ashdad o Ascalón se están manifestando como nunca antes se había visto. En Jerusalén, los religiosos que portan la Kipá dejan ver su desacuerdo con la línea de extrema derecha y ultraortodoxa del gobierno. Rara vez se observa a religiosos manifestarse contra algo, esta vez la atmósfera es distinta. Todos se unen por el preciado valor de la democracia. Como bien afirmaría Harari a raíz de los acontecimientos, esta vez en 2023 en Israel “No hay vuelta atrás”.