Callada
en medio del poema,
escuchando las voces
del mar y del llanto,
en la plegaria de un gemido,
mujer fuerte de rostro encendido,
“mujer que no mece a un hijo en el regazo”,
en el suplicio de un credo en el corazón.

 

Libros y versos
que después de ti
quedaron entre otros poetas heridos.

 

Cantas a los campesinos
y las encinas, 
a los nidos vacíos,
a los encuentros de amores en silencio,
en un éxtasis íntimo de Dios
al que acudes desvelada
entre sonetos de la muerte,
interrogaciones y esperas inútiles. 

 

Tu obsesión son los sueños,
los besos no dados,
el destino del amor.

 

Entre coplas
y canciones de mar
la noche serena te aguarda,
en parajes que hay que cuidar
para no verlos desolados,
alcanzando la cima en las baladas de la estrella,
pinos que se mecen con el viento,
suavidades, danzas de esperanza,
siguiendo la ronda sonámbula
hasta llegar al árbol universal,
gesto cotidiano del alma.

 

Ya eres, Gabriela,
agua, medianoche, rosa, 
ternura, serenidad,
poesía esencial.