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"Se cansa uno de todo, menos de comprender..." Anatole France

La democracia interna en los partidos políticos (I)

La democracia interna en los partidos políticos (I)

Uno de los parámetros que miden la calidad democrática de un país es el funcionamiento de los partidos políticos, reconocidos en la Constitución Española como instrumentos esenciales de participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. 

Dirigentes del PSOE en Madrid. Imagen: EP


Si formulamos la pregunta de si realmente en España el funcionamiento de los partido políticos es o no democrático en la actualidad, la respuesta dependerá de lo que entendamos por democracia interna, concepto demasiado genérico y que conviene precisar. Tanto la citada Constitución como la ley de partidos no entran en demasiados detalles descriptivos sobre cómo se tiene que articular ese funcionamiento democrático. 

 

Definir simplemente que los partidos políticos han de ser democráticos en su funcionamiento y no concretar cómo se materializa ese principio en mecanismos determinados y en garantías tangibles no deja de ser una declaración de principios puramente retórica y poco efectiva. Pues democracia interna es un sintagma con un significado difuso y muchos referentes posibles. 

 

La pregunta pertinente, pues, es qué entendemos por democracia interna o por calidad democrática. ¿Qué rasgos definen a una organización como democrática? Una primera sugerencia es que para que podamos hablar de funcionamiento democrático de un partido en su seno debiera existir el mismo espíritu y los mismos principios que inspiran la vigente Constitución Española. 

 

En España la discusión sobre la democracia interna de los partidos políticos se ha limitado en los últimos años a la implantación de las llamadas elecciones primarias para designar cabezas de cartel electoral o líderes internos, sin entrar en más pormenores ni consideraciones sobre otros aspectos de su funcionamiento. 

 

Si queremos concreción y precisión,  parece conveniente definir un modelo de funcionamiento democrático. En las líneas que siguen se formulan algunas propuestas e ideas, sin ánimo de exhaustividad.

 

1. Participación en la toma de decisiones y debate interno.

En una organización democrática la toma de decisiones debiera ser fruto de la participación colectiva de los afiliados, a través de mecanismos de democracia directa o representativa. Procedimiento que está muy lejos de un diktat del líder que el partido acata y sigue disciplinadamente. Por tanto, una de las premisas definidoras de la democracia interna es que  las decisiones esenciales y relevantes se deberían adoptar colegiadamente por órganos representativos y de control del ejecutivo, bien por mayoría, bien buscando consensos que puedan favorecer una cierta cohesión interna. Una organización democrática tiene que parecerse más a un parlamento de un sistema político plural y liberal que a una iglesia o a un ejército. 

 

Cuando hablamos de decisiones colegiadas nos estamos refiriendo al programa de un partido, su línea política, su toma de posición ante cuestiones de calado o a la aprobación de las candidaturas a los distintos procesos electorales a los que concurra una formación política.

 

Últimamente parece haber en los partidos españoles un mayor interés por limitar los mecanismos de participación en la elección de líderes y de candidatos electorales en las llamadas primarias, aunque en la práctica hasta estas últimas están cada vez más devaluadas y cuentan con más trabas, de forma que en la práctica funciona un sistema de cooptación a cargo del líder supremo elegido en primarias.

 

2. Respeto a la legalidad interna y a las reglas del juego. 

Igual que no hay democracia fuera del Estado de Derecho, tampoco la hay sin el sometimiento de todos los integrantes de un partido a las reglas del juego que regulan su funcionamiento interno. Si las decisiones adoptadas democráticamente por una organización son vinculantes para sus afiliados, también deberían serlo para sus dirigentes. 

 

3. Reconocimiento efectivo de los derechos de los militantes. 

Los afiliados tienen una serie de obligaciones y deberes, como las tienen los ciudadanos de un Estado de Derecho. Una organización democrática debe regirse por la ley del gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías. Y un militante tiene que ser considerado por la dirección como un ciudadano, no un súbdito ni un subordinado.

 

Una organización democrática debe estar basada en ideas, en principios, pero no en dogmas, ni en consignas. Quien se afilia a un partido político conoce su programa, su historia y su identidad. En el marco de una sensibilidad política en particular deben existir libertad de pensamiento y de expresión. Porque la democracia es incompatible con los autos de fe, la adhesión incondicional, el voto de obediencia o la disciplina castrense o leninista. 

 

Los dos derechos esenciales de los militantes de un partido serían, de un lado, el de poder expresar libremente sus opiniones sin ser tachados por ese motivo de revisionistas, díscolos o indisciplinados. Y por otro, poder participar en la elección de los distintos órganos de representación y control que eviten la existencia de un presidencialismo monárquico en el que todas las decisiones sean competencia exclusiva del presidente o el secretario general. 

 

Por eso, una actividad esencial en un partido democrático es el debate. Actividad que debe ser reconocida como un componente imprescindible de la democracia interna. Un militante de un partido democrático debe tener cauces de participación para hacer llegar sus opiniones a los diferentes niveles de la estructura partidista. En la era de Internet ahora es mucho más fácil socializar la información, establecer foros de democracia deliberativa y encuentros que incluso superen el ámbito territorial de las agrupaciones territoriales. A tal fin las direcciones debieran tener una clara voluntad política de fomentar esos debates, que lo lógico es que fueran públicos y abiertos a la sociedad.

 

 

Si sometemos a los principales partidos políticos españoles a una evaluación de su democracia interna los resultados son manifiestamente mejorables. 

 

 

 

4. División de poderes y limitación de mandatos.

La idea misma de democracia exige necesariamente que no haya un poder absoluto controlado por una sola persona o un pequeño sanedrín. 

 

Para ello es fundamental que exista algún mecanismo de división y equilibrio de poderes, así como ciertos límites a la permanencia de los órganos ejecutivos, de forma que se eviten dos vicios: la excesiva concentración del poder interno en pocas manos y la perpetuación de los aparatos sine die. Para combatir el primer riesgo no estaría de más establecer incompatibilidades entre el desempeño de cargos orgánicos y cargos institucionales, así como el límite de cargos orgánicos que un mismo militante pueda desempeñar. El segundo riesgo se podría atenuar limitando los mandatos de los cargos internos.

 

Además, en todo partido democrático debiera haber comités de garantías y de fiscalización de las cuentas elegidos democráticamente e independientes del poder orgánico. Y también es fundamental que los militantes cuenten con una tutela judicial efectiva ante los abusos de poder en las que pudieran incurrir las ejecutivas de los partidos, como las expulsiones arbitrarias derivadas de la pura lucha por el poder o de expresión de opiniones críticas con la dirección de un partido.

 

5. Gestión transparente.

En un partido que fomente la democracia deliberativa es esencial que se reconozca la información como un derecho más de los afiliados, de forma que circule de manera fluida y que la comunicación no sea solo unidireccional y no se limite a transmitir hechos consumados ni a convertir las vías de comunicación con la militancia en pura propaganda interna. 

 

Si sometemos a los principales partidos políticos españoles a una evaluación de su democracia interna siguiendo los criterios definidos en los párrafos anteriores, los resultados en este particular son manifiestamente mejorables. 

 


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