¡Qué gusto da ver el teatro lleno un jueves a las ocho de la tarde! Y no precisamente por obra y gracia de actores mediáticos y archiconocidos. Ni porque sea un texto de toda la vida o una comedia al uso de un domingo. Al uso de andar por casa, me refiero.
Al contrario, cuántas veces he oído decir: “no voy a ver esa obra porque ya la conozco, ya la vi en el año cincuenta y uno”. Como si fuera lo mismo. O, pongo por caso, “otra vez Lorca”, “a los clásicos no los entiendo, no voy a verlos”, “¡Shakespeare!, qué pereza, qué cansino”. Esto lo he escuchado más veces de las deseables, no es pura anécdota, no son casos únicos.
Por eso, ir a ver una obra como La ternura de Alfredo Sanzol, y comprobar que se mete a los espectadores, incluido yo mismo, en el bolsillo… es disfrutar del teatro, es encontrar el sentido al esfuerzo realizado, la recompensa a tanto idiota y a tanto desatino.
Shakespeare, precisamente Shakespeare está en el escenario, volcando en el texto de Sanzol todo el batiburrillo de enredos, engaños, mentiras, disfraces, trasmutación de personalidades, enamoramientos perdidos, reinas y leñadores, espíritus, volcanes, islas no tan desiertas, ingenio, la comedia del arte sin máscaras, el barroco español con Lope y Tirso, entradas y salidas, mil decorados en uno, Molière y Aretino.

Y La ternura que no aparece hasta casi el final. En el desenredo del ovillo. Planteamiento decidido, las pautas de lo que vendrá luego, el conocimiento de los personajes, lo que piensan, lo que sienten, el inicio de un nudo cargado de lenguaje poético y de malos entendidos, de aparentar ser quien no eres, de enamorarse sin sentido pero con los sentidos alerta, de querer lo mejor para los hijos, cuando los hijos solo buscan el peligro. Y un ante final apoteósico, desmedido, divertidísimo, de locura, escanciando la esencia del sexo y del erotismo, el desmadre y el despadre, la entrega ya total del público desinhibido. Para que después, en el desenlace, vuelvan las aguas a su cauce, y La ternura sea la justificación del título.
El elenco, enorme, más que subido. Hacen de hombre y de mujer, hasta ‘las voces de ella les salen de vicio’, damas que dan el pego de porte masculino, que alumbran la escena con instinto interpretativo, tiernos y grandes hasta el infinito.
Comedia sin par del siglo XVII escrita en el Veintiuno. Ante ella me inclino.
FICHA ARTÍSTICA
INTÉRPRETES: Cecilia Solaguren, Ana Cerdeiriña, Natalia Hernández / Sandra Ferrús/ Paloma Córdoba, Juanan Lumbreras, Paco Ochoa / Elías González, Carlos Serrano / Juan Ceacero
TEXTO Y DIRECCIÓN: ALFREDO SANZOL
ESPACIO: Teatro Infanta Isabel
Sobre el autor
Alberto Morate
Alberto Morate es profesor de literatura, dramaturgo, cronista de teatro, director de escena, poeta,… Su obra se extiende por el Teatro (7 libros publicados), un texto narrativo (La estatua de Lope de Vega), un Ensayo (Teatro en el colegio traducido a 8 idiomas). Incluido en diversas y variadas Antologías Poéticas, cientos de reseñas teatrales, artículos y Poesía, con 10 poemarios publicados hasta la fecha. También organiza recitales, ha escrito prólogos y presentado libros a colegas poetas.