< Diciembre 2023 >

Los enemigos de la patria

El líder de Vox, Santiago Abascal. Imagen: EP.

Los enemigos de la patria

Vivimos malos tiempos para el debate político argumentado, el cual ha sido reemplazado por soflamas emocionales que, lejos de apelar a nuestra razón, lo hacen a nuestras vísceras y tan solo pretenden etiquetar a unos u otros como buenos y malos en este espectáculo de cómic en el que, por desgracia, se ha convertido nuestro parlamento.

Así, en lugar de argumentar diciendo, por ejemplo, “no coincido con su posición en este tema por esto o por lo otro”, se zanja el debate arrojando un “usted es un traidor”, o “usted es aliado de los que quieren romper España” o “ustedes se apoyan en los votos de los enemigos de la patria”.

 

Las categorías traidor, patria, pueblo, casta, enemigos, etc. son totalmente inadecuadas para clarificar problema alguno, sea este un tema de impuestos, de memoria democrática, de libertad sexual, de derechos laborales, o cualquier otro tema de los que se debaten en nuestras instituciones.

 

El reciente discurso del historiador Álvarez Junco, con ocasión de ser nombrado doctor honoris causa por la UNED, nos previene de explicar la historia en base a este tipo de sujetos colectivos tales como pueblo, patria o nación, al parecer dotados de destinos gloriosos que los individuos no hacemos sino dar cumplimiento. En mi infancia, por ejemplo, me explicaron la Reconquista como una gesta gloriosa del pueblo español contra los infieles musulmanes llevada a cabo durante ocho siglos para conseguir nuestro destino final de nación independiente. Algo similar sucedió con la lucha contra la dominación romana, donde se exaltaban el heroísmo de Viriato y la tenaz resistencia del pueblo numantino. La realidad, por supuesto, era mucho más prosaica que estas explicaciones épicas: ni España era una nación en esas épocas, ni las luchas contra los invasores de turno tenían propósitos gloriosos. Los habitantes de Iberia tan solo trataban de defender sus pequeños reinos de quienes querían arrebatárselos, fuera este su vecino o un guerrero extranjero.

 

En general, los “ismos” —patriotismo, nacionalismo, independentismo, fascismo, etc.— son muy eficaces para despertar emociones, pero muy poco adecuados para un debate que aporte claridad. Por ejemplo, siempre me ha parecido que la ideología nacionalista y separatista de algunos partidos de Cataluña y del País Vasco era reaccionaria e incompatible con un pensamiento de izquierda. Los nacionalismos son del siglo XIX y ya causaron en su momento numerosos estragos. Esgrimirlos en el siglo XXI y en el seno de la Unión Europea me parece un sinsentido que solo puede obedecer a una razón económica, por más que se disfrace de victimismo, de reivindicación cultural, lingüística, étnica o histórica: el País Vasco y Cataluña tienen, respectivamente, la segunda y la tercera mayores rentas per cápita de España y estas son casi el doble que la menor de todas. El independentismo sería, entonces, tan solo una aspiración de las élites económicas de estas comunidades, que estiman serían más ricas y autónomas prescindiendo del resto de España. En esa misma línea, un partido como Esquerra —independentista y que se reclama de izquierda— sería una contradicción puesto que, siendo de extracción popular, le hace el juego a las élites.

 

Es más clarificador hablar de aspiraciones egoístas de unas élites que de “enemigos de la patria”. Al nacionalismo se le combate con argumentos y desmontando sus mentiras, no con epítetos emocionales que apelan a otro “ismo” tan épico como el suyo: el del patriotismo nacional y la sagrada unidad de la patria. Pero, claro, enfrentar dos “ismos” es mucho más emocionante que hablar de dinero.

 

 

 

Que vayan eliminando de su discurso algunos “traidores de la patria” y le añadan en su lugar algunos argumentos.

 

 

Siguiendo esta deriva emocional, ¿deberíamos llamar también enemigos de la patria a otras élites egoístas que se niegan a compartir su riqueza con sus compatriotas? Tomemos, por ejemplo, el caso del salario mínimo español, que está en poco más de 15.000 € anuales y, además, la mitad de los españoles cobran menos de 21.000 € al año. Recientemente, se han publicado los sueldos de los banqueros y, por ejemplo, el de la señora Botín fue de 12 millones en 2022 y en algunos otros casos llegaron hasta los 15 millones. Es decir, la horquilla de remuneraciones es un factor de uno a mil entre el nivel más bajo y el más alto. Por otra parte, la banca española y las energéticas han duplicado sus beneficios en el contexto de alta inflación que sufrimos desde comienzos de 2022. Se está produciendo, pues, una transferencia de renta neta desde todos los consumidores hacia estas grandes empresas. Aún así, la banca y las empresas energéticas han puesto un recurso contra el impuesto que grava mínimamente esos beneficios. Los partidos de la derecha, por su parte, se han pronunciado unánimemente contra gravar de forma extraordinaria los patrimonios mayores de tres millones. ¿Serían, tal vez, estas élites egoístas enemigas de la patria?

 

La señora Díaz Ayuso en Madrid está asfixiando económicamente a la sanidad pública y empleando múltiples mecanismos —derivaciones de pacientes, de pruebas diagnósticas, etc.— para que la sanidad privada reciba fondos públicos. También lo hace con los centros educativos privados. Es decir, esta promoviendo transferencias de rentas desde todos los ciudadanos hacia algunas grandes empresas, lo que agudiza la desigualdad social. ¿Sería también una enemiga de la patria?

 

Tenemos tan instalados en el discurso público estos epítetos que no nos sorprenden ni cuestionamos su uso cuando, tal vez, deberíamos hacerlo. En entrevistas recientes, el candidato de la moción de censura de Vox, Ramón Tamames, critica las supuestas alianzas del gobierno con los separatistas de Bildu y de Esquerra, alude a otras “historias lamentables” como la Ley de Memoria Democrática y afirma que, con su discurso, pretende “esclarecer los males de la patria”.

 

Epítetos y reflexiones muy similares son empleados por personalidades otrora progresistas y hoy en deriva crecientemente conservadora, como el filósofo Fernando Savater o el periodista Juan Luis Cebrián. Este último llega a compartir la opinión de “que dicha alianza es ni más ni menos que un acto de complicidad con una organización delictiva, por lo que se podría pedir responsabilidad jurídica, y no solo política, al Gobierno y su presidente” (El País, 12/12/22).

 

Los discursos emocionales no son buenos consejeros y, además, tienen un problema: para que continúen surtiendo efecto, hay que subir constantemente el listón de los calificativos. Un caso paradigmático fue el del defenestrado señor Casado, que agotó el catálogo de insultos de la Real Academia y tuvo que recurrir a algunos en desuso como el de “felón”.

 

A los amigos de los epítetos emocionales les diría entonces que su estrategia ya no surte efecto. Que vayan eliminando de su discurso algunos “traidores de la patria” y le añadan en su lugar algunos argumentos.

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