Los sucesos, esa parte del periódico que leemos pretenciosamente, creyendo que se trata de cuestiones de extrarradio, marginales, de  descarriados, asuntos que están lejos de ensuciar nuestra rutina de series de culto, conciertillos indies y planes de fin de semana alejados de la manada, de la que, por supuesto, no formamos parte; cuentan cosas que le pasan “a los otros", pero los otros son como nosotros.

 

Carrère bucea en un suceso “de ésos”. Disecciona la vida de un hombre, a priori igual que tú, igual que yo, pero con  el corazón triturado que un día da un paso más al otro lado del precipicio; donde no hay asideros y revienta la armonía de la vida cortés, de los pilares básicos, del satén mullido de la convivencia, y se deja arrastrar en un canibalismo total por la locura más abyecta, y mata a toda su familia, y Carrère, lo cuenta tan bien, lo narra de una forma tan delicada, que sientes todo al lado de Jean-Claude, que así se llama "el otro".

 

Navegas de la mano de su enajenación; el corazón se va acelerando a medida que el desenlace fatal se acerca, y quisieras meterte en su piel y asirlo y decirle “No, Jean-Claude, hay esperanza para ti, déjame enseñarte el desvío a la orilla fértil, el quiebro para que puedas salvarte y no perecer en la peor de las muertes, que es la vida equivocada y mugrienta y clausurada y de horror y angustia que es claudicar al odio”. Pero uno lee y ya está. Y Jean Claude se pierde ante nuestra mirada arenosa; la misma que debían tener los espectadores de la guillotina. Con esa mezcla de estupor que da el regusto del morbo y la vergüenza de sentirlo y disfrutar. Esos que entienden que sí, que tiene que penar porque es culpable y ¡Matadlo, matadlo!, pero que al mismo tiempo genera una compasión hermana de hombre a hombre, de loco a loco.

 

Lee “El Adversario”. Disfrútalo, siente y sufre con Jean –Claude, aunque ya sabemos que a ti “eso” no te puede pasar.