El día 26 de febrero de 2022 pasó a la historia, aunque por hechos que se desencadenaron en los días posteriores a la invasión de Rusia a Ucrania. Cuando Putin dio la orden de ingresar ilegítimamente al país vecino, se dio por finalizado el Sistema del Petrodólar, iniciándonos hacia una transición monetaria que tomará años en desenvolverse.
El fin de esta era se vio marcada por la confiscación de activos de reservas de Rusia —principalmente en la forma de divisas nacionales, predominantemente el dólar norteamericano— por parte de entidades estadounidenses y europeas que hoy controlan el sistema financiero tradicional.
Muchos lo vieron como una movida necesaria ante la criminal acción de Putin, pero creo que hay un cuadro más amplio que se está desenvolviendo, del cual no se conversa suficiente.
El dinero opera en muchas capas, las cuales quiero enfocarme en dos en este momento: la unidad monetaria —muchas veces utilizada como unidad de cuentas— y la red sobre la cual esta opera. La red, en la mayoría de los casos cuando se trata de temas financieros es la más importante, debido a que quienes la controlan pueden encender y apagar la sangre vital que requieren naciones y ciudadanos alrededor del mundo por comprar bienes, vender servicios y guardar el fruto de sus trabajos.
Hoy, la reserva mundial del dinero, es decir la moneda que se utiliza alrededor del mundo para lubricar el comercio internacional, es el dólar norteamericano. Esto se produjo a través de un contrato logrado en la década de los cuarenta, llamado el Acuerdo de Bretton Woods, donde en los meses términos de la segunda guerra mundial, todas las monedas nacionales quedaron atadas al dólar, cuyo subyacente quedó atado al oro.
Se entiende, a primeras, la mecánica detrás de una sola moneda unitaria para el comercio internacional, ya que si todas las naciones utilizaran sus propias monedas para comercializar bienes y servicios, la fricción sería inconmensurable.
Lo que se olvida, sin embargo, es el grado de poder que se le otorga a la o las naciones que controlan ese sistema financiero. Hoy está en manos de las élites de Washington y sus aliados alrededor del mundo, entregando a Estados Unidos un privilegio exorbitante, y un arma política para ser utilizada en circunstancias extraordinarias, como las que vimos el año pasado.
Si el dinero debiese ser neutral, dejarle el monopolio de la reserva mundial del dinero, con todo el poder que aquello implica, termina por dejar a esta herramienta en un blasón para quienes lo controlan.
Dado que vimos la confiscación de bienes de Rusia justamente por los monopolizadores de la moneda verde, prendimos mecha a la necesidad de un sistema monetario distinto, cuyas reglas no las dicta un solo país.
Aunque quizás bancos centrales y gobiernos sí están teniendo estas conversaciones a puertas cerradas, son pocos los que han sido explícitos con respecto al tema, muchos silenciosos con temor —entendible— de antagonizar a los Estados Unidos.
Creo que la acción de confiscar y cerrar el acceso de Rusos al mundo financiero tradicional dio por cerrado el capítulo del petrodólar y la dominancia del verde alrededor del mundo, y puso al mundo en un camino incierto, pero sin dudas transformacional.
Lo que queda claro, es que las cosas han cambiado de rumbo, desde el año pasado y para siempre.
He leído en varios lados que el Yuan de China será el natural reemplazante del dólar. Pero esto es no estar atento a los hechos recién expuestos. Dado el régimen totalitario que se ejerce en el lejano este, ¿qué país buscaría un nuevo sistema monetario que traiga probablemente más trabas y restricciones que el actual? ¿Quién, en su sano juicio, le otorgaría excesivo poder—a través del dinero—al Politburó Chino?
Yendo incluso más al detalle: ¿Qué nación va a guardar la mayoría de sus activos en un sistema cuyo dinero puede ser expropiado arbitrariamente por los operadores de dicho sistema?
Veremos, en mi opinión, un giro de timón, en un primer momento, hacia el oro. Esto tiene raíces históricas, principalmente, pues como civilización hemos utilizado el metal precioso durante miles de años, habiendo pasado por estándares monetarios globales respaldados en la piedra amarilla, y su dureza como dinero (cuánto cuesta sacarlo de la tierra) le entrega ciertos atributos atractivos para banqueros centrales y gobiernos. Y esto, inevitablemente llevará a Bitcoin.
El oro, si bien la reserva de valor histórica con que ya cuentan muchos gobiernos alrededor del mundo, es muy incómodo para comercio internacional. Lo costoso y lento que sería trasladar toneladas del metal desde un rincón del planeta a otro, sobre todo en la era del internet, no hace absolutamente ningún sentido.
Pero, será la primera movida de gobiernos, simplemente por el precedente histórico. Casi como más vale diablo conocido que santo por conocer.
La vuelta mundial al oro, sin embargo, servirá inevitablemente para el caso de uso de Bitcoin.
Bitcoin, con sus reglas inmutables, capacidad de ser transferido alrededor del mundo instantáneamente y casi sin costo, y cuyo protocolo no le pertenece a nadie, será —eventualmente— el gran ganador de la transición financiera que hoy estamos viviendo.
Sus atributos descentralizados y resistentes a la censura lo hacen el candidato ideal, quizás no por gobiernos en un comienzo (aunque ya estamos viendo a los primeros visionarios ya tomar esos pasos), pero sí por ciudadanos que ya están hastiados de la crisis institucional que viven cada uno en sus países.
Esta transición, desde el dólar de vuelta hacia el oro y congregando finalmente en bitcoin tomará años, si no décadas. El establishment no dejará ir el poder que les otorga ser los monopolizadores de la moneda. Desde ya vemos los embates que realizan entre los medios convencionales que también controlan de alguna manera.
Pero, la ciudadanía ya está abriendo los ojos de que hay algo que anda mal, y que el dinero forma parte central de la ecuación, tanto del sistema que se derrumba como el nuevo que se construya. Veremos cuáles gobiernos consideren las necesidades y dolores de su población civil como central a una nación-estado funcional y próspera, y cuáles preferirán mantener las cosas tal cual como están.
Lo que queda claro, es que las cosas han cambiado de rumbo, desde el año pasado y para siempre.
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