Publicado el 24 de febrero a las 10:52
La guerra es el fracaso de la política y prolongarla por no ser capaces de negociar es un doble fracaso. El gran estratega chino, Sunzi, ya decía hace 2.500 años que, antes que una guerra, son válidos la mentira, el engaño, el comprar al enemigo, el comercio, la diplomacia…, en fin daba casi todo por válido antes que recurrir a la guerra, porque la destrucción que causa es tan brutal que nunca se puede considerar que ganarla es una victoria.
Hace un año que Europa vuelve a ser escenario de una violenta contienda, ahora en Ucrania. En contra del derecho internacional, Rusia ha violentado e invadido ese país sin que Bruselas haya podido impedirlo. Desatado el horror, con decenas de miles de muertos, millones de desplazados y cientos de pueblos ucranianos reducidos a escombros, la Unión Europea debería de poner sobre la mesa la voluntad pacifista sobre la que se formó para apoyar cualquier iniciativa que permita poner en marcha una negociación de alto el fuego.
Si una guerra tiene costos, la negociación también. Negociar requiere tiempo, esfuerzo, flexibilidad y lo más difícil, concesiones. Sin concesiones no hay negociación, por eso hay momentos en que cunde el desánimo, porque parece que no se defienden los intereses propios. Pero si de verdad miras la destrucción en vidas y en bienes materiales que causa la guerra, comprendes que negociar no es claudicar y centras los esfuerzos más en la búsqueda de una salida que en seguir guerreando.
Con frecuencia, la obstinación en buscar una victoria solo consigue prolongar la lucha, multiplicar el número de muertos y el sufrimiento de la población para finalmente sentarte a negociar. De ahí, la urgencia de iniciar cuanto antes ese imprescindible diálogo, porque las guerras solo se acaban negociando. Los frentes de batalla cambian a lo largo de los meses y los años pero en muchos casos terminaron en tablas --Irán-Irak (1980-1988), Corea (1950-1953)—después de haber causado un sufrimiento indecible a sus poblaciones, que destrozadas se preguntan por qué no se negoció antes un alto el fuego.
El filósofo Jürgen Habermas sostiene que Occidente, en tanto que suministra armas a Ucrania, tiene una corresponsabilidad moral en el curso de la guerra y sus consecuencias por las víctimas y la destrucción que causa. “Es incoherente”, afirma, decir que se apoyará al Gobierno de Ucrania el tiempo que sea necesario porque solo a Kíev corresponde el calendario y los objetivos de negociación. Según Habermas, dejar sobre los hombros de Ucrania la decisión de negociar enmascara que “Ucrania resiste porque Occidente le suministra armamento”.
Alcanzar una paz sostenible requiere un largo proceso. Lo primero lograr un alto el fuego, luego colocar sobre la mesa el control de los territorios y la arquitectura de seguridad que, en este caso, afecta a toda Europa.
En este largo y catastrófico año ha habido dos momentos en los que se ha hablado de abrir las puertas a la negociación: finales del pasado marzo en Turquía y finales de 2022 por políticos y antiguos altos funcionarios de EEUU, que consideraron que la guerra se adentraba en terreno demasiado pantanoso.
Según el exprimer ministro israelí Naftali Bennet, que participó en el proceso negociador de marzo, hubo “expectativa de éxito”, pero “Occidente decidió que era necesario seguir destruyendo a Putin y no negociar”. Entonces el presidente Volodymyr Zelensky llegó incluso a mostrarse dispuesto a negociar la neutralidad de Ucrania. Reino Unido y EEUU tumbaron el intento de buscar la paz. Boris Johnson quiso emular al Churchill que se negó a negociar con el diablo y se presentó en Kiev para exigirle a Zelensky que rechazara toda negociación. Le siguieron los secretarios de Estado y de Defensa de EEUU, y este último, Lloyd Austin, zanjó toda posibilidad de negociación cuando a su llegada a Varsovia declaró que el objetivo de la guerra es “debilitar a Rusia”.
Ante semejante afirmación que esconde la posibilidad de una guerra larga, larguísima, Europa debería haber reaccionado. No solo no lo hizo, sino que sigue jaleando una estrategia militarista que conduce a su suicidio económico y a su nulidad para construir una arquitectura de seguridad y defensa europea.
La lucha de Ucrania es para “proteger a Europa de la fuerza antieuropea” de Moscú, afirma Zelensky. Europa se lo cree y apuesta por continuar la contienda sin mirar al futuro, ni pensar en que derrotada o victoriosa Rusia seguirá siendo su vecina y su inestabilidad solo traerá penurias a Europa.
El presidente francés habló no solo de la necesidad de negociaciones sino también de garantías de seguridad concretas para Rusia
En la segunda apertura a la negociación, en diciembre pasado, el presidente francés habló no solo de la necesidad de negociaciones sino también de garantías de seguridad concretas para Rusia dentro de un futuro orden de seguridad europeo. Macron se refirió explícitamente a la ampliación de la OTAN hacia el este como inaceptable para Moscú.
A su vez, el canciller alemán Olaf Scholz habló por teléfono con Putin y se mostró partidario de reducir el apoyo militar alemán a Ucrania y hacer un llamamiento para sentarse a negociar. Sus palabras desataron toda una oleada de críticas alentada por la beligerancia de los medios de comunicación social.
Los gobiernos sostienen que la opinión pública occidental está a favor de apoyar militarmente a Ucrania, pero si no se manipulan las encuestas y se pregunta también a la ciudadanía por el esfuerzo diplomático, los resultados serían muy masivamente favorables a esta vía.
En estos últimos meses se ha pasado de dar armas defensivas a ofensivas, sin hacer ningún esfuerzo por negociar. Conseguidos los tanques, Kíev pide ahora aviones de combate y misiles de largo alcance y Europa asiente. Tanto Josep Borrell como la presidenta del Parlamento Europeo Roberta Metsola coinciden en que se le entreguen “sistemas de largo alcance y los aviones porque son necesarios para proteger la libertad”.
Sobre la mesa hay una nueva iniciativa de paz promovida por Brasil y Argentina, países que nada tienen que ver con el conflicto. Se inclinan por concentrar el esfuerzo no en el desarrollo de los combates sino en evitar una escalada y alcanzar un alto el fuego lo antes posible. Se concentrarían en dar garantías de seguridad a Ucrania y a Rusia y aliviar, conforme se obtengan logros hacia la paz, las sanciones que pesan sobre Rusia. Además, tendrían que convencer a Ucrania de que la reconstrucción y la ayuda civil y militar futuras estarán condicionadas a su compromiso con la negociación de la paz.
Países como Finlandia tuvieron el coraje de perder territorio a cambio de firmar un acuerdo de paz con la Unión Soviética y desde entonces prosperaron y disfrutaron de la paz obtenida.
Que Ucrania sea la tumba de Putin no es la solución, como tampoco lo fue la muerte de Sadam Husein o Muammar el Gadafi. Convertir a Rusia en un Estado fallido como Libia, empeorará la vida en Rusia, en Ucrania y en toda Europa.
La paz es posible si se busca.