El apoyo decidido de la Unión Europea a Ucrania, bajo la dirección de Estados Unidos, frente a la invasión ilegítima y criminal de Rusia está plenamente justificada y ha servido para frenar el sueño imperialista del dictador Putin. Un año después, empiezan a aparecer muy tímidamente planes de paz. Uno promovido por Zelenski -el pasado noviembre- o el más reciente de China del que se desconoce su contenido.
En realidad, asistimos a la amenaza de una larga guerra de desgaste que aumente el número de muertos, el sufrimiento y la devastación. Además, no podemos olvidar el riesgo permanente de una escalada nuclear, los efectos sobre la economía global y su traslación en las condiciones de vida de gran parte de la población del planeta o el clima de tensión extrema, inestabilidad e incertidumbre que provoca el juego de ajedrez de la geopolítica.
Por tanto, hay razones razones sobradas, por encima de los intereses de las potentes industrias de armamento, para alimentar la esperanza. Es preciso alentar y promover desde todo tipo de foros y organismos las tentativas en favor de conversaciones previas e indirectas que permitan ir creando las condiciones para un alto el fuego y el inicio de negociaciones. El objetivo no puede ser otro que poner fin a la guerra.
De momento, siguen dominando los discursos belicistas, la entrega creciente de armas cada vez más potentes a Ucrania para responder al superior potencial ruso y las proclamas sobre la intensificación de la guerra hasta lograr la derrota de Rusia. Pasan por alto el equilibrio de fuerzas existente entre bloques y los escasos cambios que se registran en la línea del frente de guerra.
Pero, afortunadamente, se están abriendo con dificultad espacios para aquellas voces que plantean dudas y algunas preguntas sobre la estrategia del tándem EEUU-UE y el alcance del compromiso político, militar y financiero que estamos dispuestos a asumir.
España podría tener la oportunidad de liderar un movimiento en favor de la celebración de una Conferencia que apruebe las bases de una paz justa y duradera
No se debe estigmatizar cualquier posición crítica ni se pueden calificar como posiciones equidistantes ni opiniones que busquen hacer favores a Putin. Precisamente, y con ocasión de algo tan grave como una guerra, es en los países democráticos donde resulta posible y conveniente expresar con libertad esas dudas y hasta las discrepancias de carácter ideológico o moral.
Nuestro apoyo a la soberanía de Ucrania no ha de impedir un razonable debate sobre cuál es el objetivo a lograr y otras cuestiones relacionadas, por ejemplo, con el significado de la recuperación de la integridad territorial para Ucrania.
Por encima de Europa, Estados Unidos tiene la llave para afrontar, necesariamente con lentitud y discreción, un cambio en la dinámica del conflicto. No es tarea fácil y requiere aclarar sus planes sobre el futuro apoyo a Ucrania, asumir compromisos con la seguridad de Ucrania tras la guerra, emitir garantías sobre la neutralidad del país, establecer condiciones para el alivio de las sanciones a Rusia y buscar un acuerdo sobre seguridad global con China.
Si se supera la ofensiva rusa y de los indeseables mercenarios Wagner, anunciada para este invierno, es previsible que España, con la Presidencia rotatoria del Consejo de la UE en manos de Pedro Sánchez durante el segundo semestre del año, tenga la oportunidad de liderar un movimiento en favor de la celebración de una Conferencia que apruebe las bases de una paz justa y duradera. ¡Ojalá España haga ese papel! Mientras, se deben reforzar las gestiones de la alta diplomacia para profundizar en los planes de paz.