En una reciente viñeta –que no chiste− del incisivo dibujante satírico, El Roto, se leía: “Mis padres me enseñaron que cuando dos se peleaban había que intentar separarles, no darles un arma”.
Lo contrario rezaba un enorme rótulo del cuartel donde hice la mili, grafiado con la manida frase: “Si vis pacem para belum”. La belicosa consigna ya entonces sonaba tan agresiva como la de Soy el novio de la muerte o, Si te dicen que caí me fui al puesto que tengo allí. Frente a ellas, la sociedad moderna, hasta hace un año contraponía: Si quieres la paz trabaja para la paz. Sin embargo, tras la invasión rusa a Ucrania, los tambores de guerra se han impuesto y a quienes reivindican la negociación para la paz como única solución se les tacha, en el mejor de los casos como ilusos soñadores y en el peor de pro-rusos. El No a la Guerra, tan ampliamente reivindicado en el pasado, se convierte a ojos de los políticamente correctos en pacifismo ingenuo y trasnochado. Por contra, el armamentismo del “Para Belum” se presenta como lo inteligente y realista a pesar de que un año después lo que ha logrado es que en el horizonte se proyecte la prolongación de una guerra que acumula cientos de miles de muertos de ambos países, además de infraestructuras y ciudades ucranianas arrasadas.
En una continua escalada Estados Unidos y sus aliados europeos han pasado de aportar armamento defensivo a también de carácter puramente ofensivo. Putin por su parte anunció, el 21 de febrero, que suspende el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Nos aproximamos cada vez más al escenario del uso de armamento nuclear −al que para tranquilizarnos llaman “táctico”, como si la barrera con el “estratégico” fuese posible en lugar de ser su rampa de lanzamiento para el desastre nuclear. Y con el holograma de China sobrevolando.
Putin ha decidido exprimir el nacionalismo ruso y ha elegido como manera para ser una gran potencia al imperialismo, el militarismo y la autocracia. Que ningún añorante se confunda, lo que quiere recuperar Putin no es el “imperio soviético” −como se escucha frecuentemente−, es el imperio zarista. Hasta tal punto es discrepante lo uno y lo otro que para intentar justificar su estrategia de agresión ante el pueblo ruso, antes de la invasión, pronunció un discurso −estuvo colgado en internet hasta que un mes después se censuró en Occidente, como toda la información proveniente de Rusia, cosa que no llegó a entender ya que es ilustrativo para mostrar sin tapujos su carácter imperialista y dictatorial−. En él intentaba justificar lo injustificable, para ello tenía que confrontar con la tradición soviética y los mitos creadores de la Unión Soviética, especialmente con el de Lenin. Es importante recordar que el derecho de las Repúblicas a separarse libremente −la autodeterminación− de la Unión, se incluyó en el texto de la Declaración sobre la creación de la URSS y posteriormente en la Constitución de 1924. Sobre esto, decía Putin refiriéndose a los creadores de la URSS: “Plantaron en los cimientos de nuestro Estado la bomba de relojería más peligrosa, que explotó en el momento en que desapareció el mecanismo de seguridad proporcionado por el PCUS.../… Solo diré que los bolcheviques se habían embarcado en remodelar las fronteras incluso antes de la Unión Soviética, manipulando territorios a su gusto”. Tres días después de estas palabras Putin dio la orden de invadir Ucrania − no solo los territorios separatistas considerados pro rusos−, con lo que la agresión adopta la posición abiertamente imperialista. Por más que también lo sea la de Estados Unidos y la OTAN, el enemigo de mi enemigo, no es mi amigo dadas las circunstancias.
Todas las recientes guerras han finalizado, tras el desastre, con acuerdos que afectan a los territorios soberanos
El planteamiento belicista occidental para entregar armamento y ayuda es apoyar al agredido. El 19 de febrero pasado, Israel bombardeó Damasco; a principio de mes sus misiles ya habían inutilizado el aeropuerto de la capital Siria. Esto se produce pocos días después del terremoto que sacudió Turquía y Siria. La ayuda internacional se centró en el primero y apenas llegó a Siria, a la que incluso se le mantienen las sanciones económicas; país agredido –al igual que Palestina− a los que con el mismo argumentario habría que ayudar y sancionar a Israel. Nada de nada, lo que convierte la tesis de apoyar la soberanía y los derechos humanos en una falacia del juego geoestratégico.
Todas las recientes guerras han finalizado, tras el desastre, con acuerdos que afectan a los territorios soberanos. Tanto las dos grandes guerras como la de los Balcanes, por poner un ejemplo más reciente. También conviene recordar, volviendo al territorio ahora en conflicto, que los bolcheviques tuvieron que ceder inmensos territorios para firmar la paz unilateral durante la primera guerra mundial cuando llegaron al poder. PAZ POR TERRITORIO fue la consigna de la Conferencia de Madrid y los acuerdos de Oslo en el conflicto Israel-Palestina. Entonces todo el mundo valoró su oportunidad sin que nadie lo calificara de pacifismo obsoleto.
Europa tiene que dejar de ser el campo sangriento donde se diriman los intereses de estas dos grandes potencias. La negociación es el único camino y la PAZ es la única solución.*
*Con este lema diversas organizaciones ciudadanas y pacifistas han suscrito un comunicado y convocado un acto para el 24 de febrero a las 12,30 en el Circulo de Bellas Artes, ente ellas el MPDL, F Cultura y Paz, Federación de Mujeres Progresistas, UGT y CCOO