Hace pocos años tuve la suerte de conocer a Carlos Olalla, actor, escritor y también director del Festival de la Memoria Democrática que recientemente ha celebrado su VI Edición y que, desde entonces, intercambiamos memoria, reivindicaciones y sentimientos. Me contó que estaba embarcado en el proyecto de conseguir que se publicaran las obras de Carmen Castellote, última poeta viva del exilio.
Coincidió que por aquél tiempo yo estaba terminando el primero de los dos libros que luego publiqué sobre el periplo de los llamados “niños de Rusia” e indagando sobre este tema también me había topado, en internet, con unos pocos versos de esta poeta y, seguramente por ser los únicos de ella que se podían encontrar ya que aquí no se había publicado prácticamente nada, los que leyó inicialmente Carlos Olalla; pero él tuvo el mérito de no quedarse con las ganas y escribió sobre ella en su blog. Por la magia de las cosas, tal como siempre afirma, la vida le regaló poder contactar con Carmen a través de un nieto que, desde Méjico, había encontrado esa referencia y le escribió. Carmen y Carlos, a través de teléfono de cartas y comunicaciones, trabaron una bonita amistad.
Castellote fue una de esas niñas de los cerca de cuarenta mil menores que tuvieron que ser evacuados para intentar alejarlos de la guerra y el hambre. Junto con tres mil de ellos acabó en la Unión Soviética, concretamente en la ahora tristemente célebre Jersón, Ucrania, en una de las casas de niños distribuidas por parte de las Repúblicas. Unos años después los alcanzó de nuevo otra guerra cuando los nazis invadieron la URSS. Fue evacuada a Tundrija (Siberia) junto con sus compañeros, lejos de las bombas, pero no del hambre y del frio. En 1956, ya casada y con un hijo, cuando a través de la Cruz Roja Internacional se suscribió el convenio que permitió el retorno de aquellos niños ya adultos, la familia, recaló en Méjico donde vivía su padre también exiliado.
Películas con títulos como El Silencio de Otros o Las Cartas Perdidas, sobre el olvido al que se sometió a las víctimas del franquismo, me traen a la memoria el ostracismo al que se ha sometido a tantos artistas e intelectuales del exilio.
La grandeza que algunos ya tenían desde antes de la guerra, impidió que sus obras se volvieran a abrir paso inexorablemente. Pero otros, como Carmen, en ese momento niña, fueron ignorados.
Hace poco más de un año el empeño de Carlos Olalla y la sensibilidad de las personas que dirigen la editorial Torremozas, finalmente consiguieron que se publicara su obra poética completa . Menos de un semestre después también su obra en prosa −que en mi opinión es auténtica “prosa poética”−. Tuvo no poca repercusión en los medios, pero con el paso de los meses las novedades van perdiendo vigencia. Por eso creo que es buen momento para en estas fechas en las que muchos nos preguntamos “¿qué regalo? o “¿qué leo?” merece la pena tener en cuenta estos dos libros de Carmen Castellote como un buen presente que sale del corazón y, además, nadan contra la corriente del silencio de la memoria.
Seguramente su poema más conocido sea “Kilómetros de Tiempo” que, además, es el título de la recopilación de su obra poética porque, tal como ella misma dice, “el tiempo del exilio se mide por kilómetros”. Sin embargo aquí prefiero acabar con otro que también refleja el sentimiento de la separación de los seres queridos y que dedica al abuelo, que tras la primera evacuación desde su Euskadi, nunca pudo volver a ver. Por cualquiera de ellos y por la calidad del conjunto de su obra, en cualquier otro país sería reconocida y reivindicada públicamente.
Castellote fue una de esas niñas de los cerca de cuarenta mil menores que tuvieron que ser evacuados para intentar alejarlos de la guerra y el hambre. Junto con tres mil de ellos acabó en la Unión Soviética, concretamente en la ahora tristemente célebre Jersón, Ucrania
Mi abuelo . Carmen Castellote.
“Llegaba a mi juego con su boina.
Yo me hundía impaciente en su bolsillo,
rica tienda de golosinas y de estampas.
Patriarca en la mesa y en mis ojos,
acompañaba el plato con la bota de vino,
alegría que llenaba su cuerpo desde el aire.
Paseábamos juntos por las calles,
yo tras las palomas y él detrás de mi nombre.
Recorrí parientes atada a su mano,
la que atenta escondió mis travesuras.
Llegó hasta él mi imagen nueva
y él respondió con lágrimas muy viejas”
I.- Pisaré sus Calles Nuevamente y Dos Patrias. De Ediciones GPS.
II.- Kilómetros de Tiempo. Poesía completa. Carmen Castellote. Editorial Torremozas.
III.- Cartas a mí misma- De Carmen Castellote. Editorial Torremozas.