En la película que Yves Robert dirigió en 1962 y que tuvo gran difusión en la España de aquellos años, los chavales de dos aldeas vecinas se enfrentaban con espadas de madera y tirachinas; los derrotados sufrían, todo lo más, la humillación del despojo de los botones de sus chaquetas.
Oyendo a Feijóo de las “peleas de nuestros abuelos”, cualquiera que no conozca nuestra historia podría pensar que se trata de algo parecido a lo que narraba la película y no de un golpe de estado que acarreó una guerra civil de enormes proporciones en la que el franquismo, apoyado por los fascismos europeos acabó con la republica constitucional y con el gobierno legítimamente elegido y con las libertades. Esa “pelea” que tras tres años de guerra se prorrogó por decenios continuando con la masacre de miles de demócratas mediante fusilamientos, torturas, cárcel o exilio. Una “pelea” en la que “el otro” estaba desarmado, encarcelado y hambriento. Habría que revisar el concepto de “pelea” según el cual los torturados, fusilados se estarían peleando con sus victimarios. Quizás se lo pueda explicar al Tribunal Internacional de Derechos Humanos por si no han caído en la cuenta.
Esto lo decía a cuento de la exhumación de Queipo de Llano. Además de todo lo que sabemos sobre sus crímenes, que quedaron constatados para la posteridad incluso en sus discursos radiados, me venía a la cabeza el relato que hace sobre una de aquellas partidas de criminales mi admirado escritor, ya fallecido, Javier Reverte, en Banderas en la Niebla, con las razias del matador del toro −y de personas− El Algabeño, al frente de los señoritos caballistas que, tras la artillería e infantería entraban en los pueblos andaluces para dar caza a los republicanos entre los olivos. No les quitaban los botones, no: los lanceaban y los rejoneaban. Después ya sin obstáculos violaban a las mujeres y posteriormente, los líderes, se apropiaban de tierras, cortijos y bienes del enemigo.
Todo eso lo despachaba Feijóo de un puntapié: “hay que dejar a los muertos en paz” “la política debe centrarse en solucionar los problemas de los vivos”.
Pocos días después, el Alcalde de Madrid, volvía a ningunear al secretario general del PP convertido en ninguneado principal de los “ayusistas” (de corazón o sobrevenidos) y organizaba, con la disculpa de la inauguración de una macro estatua a la Legión, un homenaje a Millán Astray. Un guiño de ojo para sus aliados de Vox pensando en términos electorales. Pero, más allá del tacticismo, se les notan las costuras de la emoción que no es el tono engolado cuando citan impúdicamente Antonio Machado o Azaña, es la arenga de “NO-DO” con el que enardecer a sus tropas cuando cita al autor del “Viva la muerte”. En lo que sí coinciden es en lo de hacer política para los vivos: para los añorantes del franquismo. Para más INRI, acabando de escribir este artículo, oigo que Ayuso tiene previsto sacar una ley “ad hoc” para blindar el Valle de los Caídos. Si no quieres caldo, toma dos tazas.
Y sí, también la Ley de memoria democrática es para los vivos, para conocer lo que pasó y no repetirlo.
Y sí, también la Ley de memoria democrática es para los vivos, para conocer lo que pasó y no repetirlo. Para restañar heridas hay que saber que las causó. Aunque hay que seguir avanzando, esta ley pone el ojo sobre los valores democráticos de concordia, convivencia, pluralismo político, defensa de los derechos humanos y de igualdad. Sospechemos de quien se sienta molesto por ello.
Ahora tenemos derecho (y antes no) a que se dignifique el nombre honor y memoria de las familias de aquellos cuyos cuerpos tiraron a las fosas y de que sus restos puedan recuperarse para ser tratados con dignidad como decidan sus familias. A que puedan optar a la nacionalidad española los descendientes de aquellos que hubieran sufrido exilio. A recuperar la memoria de las mujeres que contribuyeron a la libertad y a la lucha contra el franquismo. A la de las personas LGTBI que sufrieron persecución y humillaciones por su condición. Al acceso a la verdad y al conocimiento a través de los archivos. A poder proceder contra la apología del odio, golpismo y franquismo. Y, muy importante: reparación de los bienes expoliados.
Como los objetivos son ambiciosos, se puede aventurar que, al igual que esta ley desarrolla y amplia la anterior −la de Zapatero− habrá otra futura instrumental para materializar el cumplimiento de sus fines y cubrir lagunas que aun tiene esta última. Pero la defensa de estos objetivos resulta Imprescindible en un momento en el que un sector agita los espantajos del pasado.
Esto dice una ley escrita y vigente para los vivos. Y, como no estoy muerto, he podido leerla señor Feijóo.