El 31 de octubre por vez primera, se celebró el Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la guerra y la dictadura. De ahora en adelante esa fecha, cada año, quedará marcada en el calendario para rendir merecido reconocimiento.
Organizado por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática y presidido por el presidente del gobierno, cuyos ministros estaban prácticamente en pleno, la Sala de Cámara del Auditorio Nacional estaba repleta de familiares, amigos de los homenajeados y numerosas asociaciones memorialistas.
Han tenido que pasar cuarenta y cuatro años, desde 1978, para que esto fuera posible. Cuarenta y cuatro años que quedan en el “debe” de los sucesivos gobiernos −si bien hay que reconocer que, auspiciado por el de Zapatero, se promulgó la primera ley de memoria histórica−. Más vale tarde que nunca, y desde luego es una satisfacción ver recoger los diplomas de reparación a las víctimas o a sus descendientes. Ya era hora de que en ese país se rinda homenaje a personas que fueron tan vilipendiadas como Julián Grimau o Ana López, una de las Trece Rosas. Es una satisfacción ver a Fernando Reinlain de la Unión Militar Demócratica −UMD− expulsado del ejército y que durante lustros no pudo ponerse el uniforme, subir al escenario cargado de años, pero precisamente vestido con él, y ser recibido por el presidente de Gobierno; una satisfacción colectiva expresada con una tormenta de aplausos. No es posible saber el sentir de Alejandro Ruíz Huerta el único superviviente de la matanza de Atocha, en el momento de subir al estrado, seguramente pensando en sus compañeros acribillados; ni el de Paquita Sauquillo, presente en la sala, recordando a su hermano Francisco Javier, uno de los asesinados en el despacho de Atocha.
Cierto es que hubo vacíos de otros nombres muy notorios. Sería de justicia que en años sucesivos tengan también su reconocimiento. De esas ausencias nadie tiene la culpa más que la represión franquista, fueron tantos miles que son inabarcables, no ya aquellos anónimos que no pasarán a la historia con sus nombres y apellidos pero cuya lucha fue imprescindible para conseguir la democracia. Ni tan siquiera los que todos recordamos y que tenemos en mente; los escritores, artistas y el talento del exilio; los estudiantes arrojados por las ventanas como Enrique Ruano o pocos años después el vallisoletano José Luis Cancho, aunque en este caso –menos mal− sobrevivió, aunque con graves lesiones crónicas. Esperemos que poco a poco vayan incorporándose esos nombres a la necesaria reparación. De los últimos años faltan demasiados, ¿estamos preparados para reconocer públicamente como víctimas a Puig Antich, último ejecutado por garrote vil en 1973? ¿Y a los últimos fusilados –¡al alba al alba, que cantaba Aute− en septiembre del 75?
Actualmente los diplomas de reparación lo son a título nominal, aunque se hizo referencia, en caso de pertenecer a un colectivo, como así fue con Ana López, de las 13 Rosas; Luisa Genoveva, de Las Sin Sombrero, o Montserrat Peligro, de “Los Niños Robados”. Pero quizás en adelante habría que incorporar reconocimientos a los propios colectivos, como son el de las españolas presas en campos de concentración de Ravensbrück, o los españoles como el de Mauthausen; o los “Niños de la Guerra”. Y en épocas más cercanas al de los asesinados en Vitoria en 1976 o al de los soldados encarcelados de la Unión Democrática de Soldados. Cada cual podrá añadir muchos otros… Demasiados OTROS.
Los dirigentes invitados del Partido Popular brillaron por su ausencia en consonancia con sus simpatías y antipatías. El subterfugio de que hay que enterrar el pasado sigue siendo su falsa coartada.
Muchos sentimos envidia viendo la película Argentina 1985 pero, ya que de momento no resulta posible juzgar a los culpables, cuando menos que no se les rindan honores y se sepa quiénes eran y lo que hicieron. Hastía tanto matiz y escuece más dependiendo de dónde venga. Cuando hace pocos días se instó al cumplimiento de la norma con el traslado de los restos de Queipo de Llano, el propio Alfonso Guerra comentaba: “cúmplase la ley si así lo dice”−aunque añadiendo− “pero no quiero boxear con el pasado”. No, desde luego que no hay que boxear con el pasado, precisamente hay que sacarlo a la luz para saber quiénes fueron las víctimas y quienes los verdugos y así aprender para no tener que boxear con el futuro.
Es fundamental asumir que la memoria es democracia, tal como expresaba la frase central del acto proyectada en la pared del escenario. Y para eso son trascendentes hitos como el 31 de octubre, un primer paso, pero gran paso de justicia histórica. Cierto es lo que dijo Pedro Sánchez: “Antes nos decían que era pronto y ahora dicen que es tarde. El momento es ahora”. No queda otra, aunque no puedo dejar de pensar que debió ser ya mucho antes.
Los dirigentes invitados del Partido Popular brillaron por su ausencia en consonancia con sus simpatías y antipatías
* Los veinte diplomas de reparación fueron concedidos a: José Aristimuño Olaso"Aitzol", sacerdote asesinado en Hernani durante la guerra; Adrián de Luz Anchuelo, sacerdote asesinado en Valdetorres del Jarama; Melquíades Álvarez González-Posada, presidente del Congreso en 1922 y asesinado en la cárcel modelo de Madrid; Facundo Navacerrada Perdiguero, fundador de la UGT en San Sebastián de los Reyes y asesinado en Colmenar Viejo durante la guerra.
También a los dirigentes comunistas Luis Lucio Lobato -que paso 26 años en la cárcel- y Julián Grimau García, fusilado en 1963; Ana López Gallego, una de las trece rosas; Elisa Garrido Gracia, combatiente contra el ejército sublevado; Ramón de la Sota y Llano, empresario, político y miembro del PNV al que le fueron embargados todos sus bienes; Luisa Genoveva Carnés Caballero, escritora y periodista exiliada en México, una de las 'sin sombrero'; Fernando Álvarez de Miranda Torres, primer presidente del Congreso en la democracia y deportado por la dictadura a Fuerteventura; Balbina Gayo Gutiérrez, maestra fusilada junto a su marido; Xesús Alonso Montero, presidente de la Real Academia gallega y represaliado; Montserrat Peligros Bellisco, niña robada; Francisco Martínez López, uno de los últimos superviviente de la guerrilla antifranquista; Jesús Soriano Carrillo, dirigente español de la masonería en nombre de los miembros de esta organización perseguidos.
Jordi Lozano González, uno de los primeros activistas LGTBI en España, encarcelado por la dictadura; Fernando Reinlein García-Miranda, miembro de la Unión Militar Democrática y condenado por la dictadura; Alejandro Ruiz Huerta, abogado, único superviviente de la matanza a los abogados laboralistas de la calle Atocha y Juana Doña Jiménez, feminista y sindicalista encarcelada durante 14 años y condenada a pena de muerte que finalmente fue conmutada.