Cíclicamente surge la polémica y el debate sobre las oposiciones docentes y su posible reforma. En los años de la transición ya se discutía la posibilidad de sustituir el estatus funcionarial por el contractual y garantizar al profesorado la estabilidad laboral mediante un contrato.
Los entonces PNNs consiguieron no ya la estabilidad laboral, sino la inamovilidad, propia de los funcionarios. Bien unas “pruebas de idoneidad” en la universidad” o unas “oposiciones restringidas” en las enseñanzas primaria y media, fue la vía para que unos docentes contratados en su día de forma discrecional obtuvieran un puesto vitalicio. La “solución” otorgada a esos profesores puede objetarse por no garantizar:
1) La igualdad de oportunidades entre los posibles aspirantes.
2) Una comprobación del nivel de preparación de los futuros profesores.
Es conveniente que los profesores de la escuela pública sean funcionarios no solo por su estabilidad laboral, sino por poder contar con cuerpos docentes estables seleccionados por un procedimiento transparente y exigente que proporciona un plus de calidad y competitividad frente a la evidente discrecionalidad, cuando no arbitrariedad, de los sistemas de selección del profesorado de la enseñanza privada, donde priman el amiguismo y la afinidad ideológica.
La oposición como sistema de acceso es el sistema más justo, igualitario y democrático en consonancia con los principios constitucionales de mérito y capacidad. Es el más transparente e igualitario, pues está abierto a todos los aspirantes. Siempre que haya unos tribunales que actúen de forma objetiva, neutral e independiente y unos exámenes y baremos de méritos profesionales y académicos iguales para todos los aspirantes, calificados con iguales parámetros y en una convocatoria única, existe una mayor igualdad de oportunidades.
Pero además de defender un acceso igualitario, es vital dirimir qué tipo de pruebas son más idóneas para seleccionar mejor al profesorado. El sistema de oposiciones no es infalible y mejorable, aunque también es empeorable. Y de hecho, en los últimos años no siempre ha mejorado.
Una crítica habitual al sistema de oposiciones es su carácter memorístico y aleatorio. Las oposiciones docentes no tienen temas que haya que memorizar como un papagayo, pues siempre ha habido un ejercicio o varios de desarrollo de un tema, una o más pruebas prácticas y una exposición oral preparada durante una o más horas con la consulta de libros y apuntes. Y los temas suponen el desarrollo de enunciados a partir de epígrafes que el opositor puede enfocar como desee y en los que se evalúa su dominio de los conceptos de la materia, la buena redacción, la claridad expositiva y su madurez intelectual. Con la existencia de unas pruebas teórico-prácticas y una exposición oral preparada durante varias horas el opositor no se lo juega todo a una carta. Un ejercicio consistente en simular una clase con una preparación previa o un práctico consistente en realizar análisis de textos, problemas matemáticos, mapas, gráficos o descripción de minerales no depende de la suerte ni de un memorismo mecánico.
En ese afán por “humanizar” la oposición se han ido introduciendo algunos cambios más que discutibles. En 2004, cuando Pilar del Castillo era la ministra de Educación, se sustituyó esa exposición oral de un tema a la que precedía una preparación de varias horas por parte del opositor, una simulación de una clase, por la preparación de una programación didáctica, con una exposición memorizada que el opositor trae preparada de casa y la defensa de una “unidad didáctica” elegida de entre tres que el opositor ha incluido en la programación de un curso completo. Es evidente que esta prueba es toreo de salón, porque el profesor dice lo que va a hacer, pero no da una clase. Todo un alarde de conocimientos memorísticos de la jerga burocrático pedagógica. Esta minirreforma del sistema de oposiciones es obvio que lo empeoró, de forma que se prescindió de una prueba esencial para comprobar cómo da clase un docente y se suplió por saberse de memoria el currículum oficial. Había dos modalidades de esta prueba en las oposiciones docentes anteriores a esta minirreforma: la lección al alumno y la lección magistral. Esta modificación es un ejemplo patente de cómo se puede innovar para empeorar; puesto que el memorismo y la arbitrariedad de esta prueba son evidentes. que presuntamente mide mejor la competencia pedagógica del profesor, el opositor sí debe aprenderse de memoria como papagayo. Se pierde un elemento central: medir la capacidad de exposición, de claridad y de didactismo de un profesor explicando los contenidos de su especialidad.
Las oposiciones docentes adolecen de burocratismo y de una manía reglamentista de unificar sin distinguir las diferencias de cada especialidad
Las oposiciones docentes adolecen de burocratismo y de una manía reglamentista de unificar sin distinguir las diferencias de cada especialidad, que debería conducir a pruebas distintas, partiendo del principio de que lo que se debe medir es la capacidad para enseñar cada una de las materias que componen el plan de estudios y el currículum oficial. Y el diseño de estas pruebas debería correr a cargo de especialistas de reconocido prestigio, no de burócratas desconectados de las aulas. Y que son los responsables directos de inflar los temarios con temas irrelevantes o absurdos. Las oposiciones docentes son enciclopédicas. En algunas especialidades, sí tiene sentido ese tipo de formación, pero no en otras. De esta forma, se debe conceder gran importancia al desarrollo de un tema teórico en aquellas especialidades que tengan un gran contenido de conocimientos de ese tipo, como es, por ejemplo, la filosofía. Pero no así para un idioma extranjero, que requiere unos perfiles muy particulares de dominio práctico de esa lengua y en el que el tema teórico es más irrelevante. No tiene sentido seleccionar a un profesor de inglés en la enseñanza media porque se haya aprendido de memoria unos temas. Sería mucho más lógico para una especialidad como el idioma extranjero diseñar pruebas que comprobaran si el futuro docente sabe hablar bien el idioma, puede dar una clase inteligible e interesante, sabe traducir, analizar un texto, etc. Y es cierto que revisando los cuestionarios vemos que hay muchos temas que son absurdos, obsoletos.
Durante años las categorías profesionales se medían por el número de temas, siendo mucho más largos los de catedráticos que los de los entonces agregados o profesores de Formación Profesional. Lo verdaderamente importante es que los temas sean relevantes, imprescindibles para la formación de un profesor, actualizados y coherentes. Y que haya un número suficientemente significativo y racional de pruebas que dé a los tribunales elementos objetivos de juicio sobre aquello que es fundamental evaluar.