Como si fuera el día de la marmota, periódicamente, aparece la noticia de que gran parte del país está en sequía. La imagen suele ir acompaña de un reportero metido en medio de un pantano semivacío comentando lo poco que ha llovido ese año y lo bajo que está el nivel de los embalses mientras señala con el dedo las marcas del suelo cuarteado. Si la pieza queda demasiado corta, se puede rellenar con los testimonios de lugareños dando fe que nunca habían visto algo parecido en la zona. Hasta ahí el análisis del telediario.
Este artículo no pretende cuestionar la información de las sequías, tan sólo aportar una serie de datos que sí que convendría tener en cuenta a la hora de analizar la noticia.
La sequía se podría definir como la escasez de agua para satisfacer las demandas en un lugar y durante un periodo determinado. Por tanto, depende de las demandas, del lugar y el tiempo.
A modo de ejemplo, que hoy no llueva no significa que a mí y a mi vecino nos falte agua, porque yo tengo un depósito y mi vecino tiene un pozo. Pero si no llueve durante seis meses, tal vez mi depósito esté vacío y no sea capaz de satisfacer mis necesidades básicas, por lo que podré decir que padezco una sequía. Sin embargo, mi vecino, que saca el agua de su pozo, tiene agua suficiente como para cubrir sus necesidades y regar sus campos durante mucho tiempo.
De este ejemplo podemos extraer dos conclusiones. La primera, que el agua la puedo extraer de varios recursos (lluvia, nieve, pozos, embalses…). La segunda que hay distintos tipos de sequías.
Respecto a los distintos tipos de recursos para obtener agua que existen en España, se estima que la suma de todos ellos es de aproximadamente 100 billones de litros (100.000 hm3). Esto es que, sumando todos los recursos como la lluvia, la nieve, el agua subterránea, las reservas almacenadas, etc, tenemos que, de media, cada año discurren por el territorio español aproximadamente 100 billones de litros, que son susceptibles de usarlos.
Pero tampoco es posible usarlos todos. Existen restricciones, como por ejemplo los denominados caudales ecológicos, que serían los caudales necesarios para mantener la vida en los ríos. Si restásemos todas estas restricciones, que podríamos estimar en un 20%, de los recursos totales, tendríamos que en España tenemos unos recursos disponibles de aproximadamente 80 billones de litros (80.000 hm3). Es decir, año a año, podríamos usar esa cantidad.
¿Y toda esa agua es mucha o es poca? Pues para que nos hagamos una idea, el agua total consumida en España se estima en 40 billones de litros al año (40.000 hm3). Dentro de esos consumos se incluyen el consumo humano, la agricultura y ganadería o el industrial.
¿Y cuando me mandan un video diciendo que en España se demuelen presas mientras hay sequía? España tiene presas y embalses como para almacenar aproximadamente 56 billones de litros (56.000 hm3), aunque esta capacidad se ve reducida por los aterramientos y necesidades de explotación, quedándose la capacidad real en 44 billones de litros aproximadamente (44.000 hm3), el 44% de los recursos totales. Las cifras que manejan en el resto de los países europeos rondan el 10% del recurso total, por lo que España dispone de una gran capacidad de embalse, superior al consumo anual de 40 billones de litros.
La escasez del recurso puede provocar la paradoja de que “vender” el agua sea más rentable que la cosecha que riega
Pero entonces, ¿Por qué se produce la sequía? Es fácil, porque no hay agua para satisfacer las demandas. Entonces la cuestión clave es saber cuáles son esas demandas. Las demandas son los distintos usos que se hacen del agua, y están clasificados por ley, estableciendo un orden de prelación. Según la ley de aguas ese orden sería:
1. Abastecimiento de población.
2. Regadíos y usos agrarios.
3. Usos industriales para producción de energía eléctrica.
4. Otros usos industriales no incluidos en los apartados anteriores.
5. Acuicultura.
6. Usos recreativos.
7. Navegación y transporte acuático.
8. Otros aprovechamientos.
Cada uno requiere una determinada cantidad de agua al año, haciendo la suma los 40 billones de litros de los que hablábamos anteriormente. De entre todos ellos, destaca con mucha diferencia el consumo agrícola. En España, la principal demanda es la agricultura, que se lleva aproximadamente 80 de cada 100 litros que se consumen.
Parece obvio que, para actuar contra la sequía, un factor clave es reducir los consumos. Y si la agricultura representa el 80% del consumo no se pueden elaborar planes eficaces contra la sequía sin que aborden la problemática del uso del agua en el campo. Concienciar a la población con cerrar el grifo está muy bien, pero son medidas poco eficaces en términos absolutos. Minimizar los cultivos exóticos propios de zonas tropicales y subtropicales sustituyéndolos por cultivos adaptados al clima local, luchar contra los cultivos ilegales que sobreexplotan ilegalmente los acuíferos o racionalizar los cultivos para evitar que haya productos que no lleguen al mercado o se pierdan en los campos para mantener los precios, son ejemplos de medidas con un impacto muchísimo mayor sobre el ahorro del agua y por tanto útiles para evitar la sequía.
La lluvia abundante soluciona todos los problemas de la sequía, pero para el resto del tiempo que no está lloviendo, es la gestión del recurso la que evita que nos quedemos sin agua. Sería interesante discutir como la gestión puede provocar una sequía, empleando el agua almacenada en producir energía eléctrica, por ejemplo. O como la escasez del recurso puede provocar la paradoja de que “vender” el agua sea más rentable que la cosecha que riega…Pero eso, para el siguiente artículo.