Publicado el 8 de noviembre a las 13:56
Los inicios de este S. XXI no han sido en absoluto fáciles. Para muchos de nosotros mencionar este siglo en que nos encontramos implicaba traer a la mente distopías o utopías, mundos avanzados tecnológicamente, con desafíos que – confiábamos – la humanidad sabría abordar con un cierto éxito.
Pero lo que no esperábamos bajo ningún concepto era lo que finalmente nos hemos encontrado: una crisis financiera tremenda a finales de la primera década del siglo , que hizo retroceder los derechos de las clases medias y trabajadoras, que hasta entonces se consideraban conquistas aseguradas, y cambiando el paradigma de lo que era aceptable para los trabajadores.
Y sin tiempo para recuperar el aliento, la tercera década del siglo se ha iniciado con una pandemia mundial como no se había conocido desde hace más de un siglo y finalmente con una guerra en tierra europea con métodos que creíamos olvidados por su crueldad contra la población civil.
Y con este panorama, el artículo que está usted leyendo habla de optimismo. Partiendo de la base de que hay que mirar siempre al futuro con una cierta fe en la humanidad, estos son mis argumentos:
El Covid 19 se ha llevado muchas vidas por delante; esa pérdida es terrible y no tiene compensación posible. Pero la pandemia nos ha dejado algunas cosas buenas . La más importante es el fortalecimiento de la Unión Europea en un momento de decaimiento de la fe europeísta. La Comisión compró mascarillas, guantes y batas en un momento en el que el mercado era una verdadera selva, impulsó la investigación para una rápida obtención de vacunas efectivas , organizó el reparto de esas vacunas cuando se demostró su eficacia, y no sólo afrontó la pandemia desde el punto de vista sanitario, sino que está promoviendo la recuperación económica de los Estados Miembros con fondos avalados directamente por la Unión. Aprovechando esta necesidad de recuperación, se pretende no sólo situar las economías europeas en el momento anterior a la pandemia, sino que éstas den un salto hacia delante , transformándose en economías más resilientes, verdes y digitales.
Se establecen así los Fondos Next Generation: 750.000 millones de euros para el conjunto de países de la zona euro, y que supondrán 140.000 millones de euros para España , de los que 72.700 millones son ayudas a fondo perdido. Este avance en común y con fondos comunes es la semilla de una cada vez mayor integración, y tendrá efectos duraderos en el futuro.
Tal vez podemos mirar el inicio de la tercera década del siglo con cierto optimismo
La pandemia metió al primer mundo en sus casas, y a pesar de ello se intentó que ese mundo siguiera en movimiento. Para sorpresa de tantos, mal que bien se consiguió, demostrando la madurez de la tecnología: el teletrabajo cogió por fin impulso y las redes de distribución de suministros básicos resistieron. Ahora, pasados los terribles momentos de la pandemia, ha quedado demostrado – y las empresas han tomado nota – que hay una manera más eficiente de organizar el trabajo , limitando desplazamientos, potenciando las reuniones por videoconferencia, compatibilizando el trabajo presencial con el teletrabajo… Además de posibilitar la conciliación y aumentar la satisfacción de los trabajadores, las empresas están descubriendo los ahorros derivados de esta situación, así como el incremento de la productividad. Se produce así un gran salto adelante hacia un nuevo sistema de relaciones laborales , imprescindible de cara al futuro.
Durante la pandemia quedó en evidencia la importancia de unos trabajos hasta entonces poco valorados, que de repente adquirieron la calificación de “esenciales”: los trabajadores del comercio, de la agricultura, del transporte…Por supuesto los sanitarios…
Cuando aun no nos habíamos recuperado del susto y las consecuencias del Covid 19, una nueva alarma desestabiliza Europa. La invasión rusa de Ucrania trae aires de tiempos pasados. De nuevo la guerra, en este caso una guerra de agresión directa , asola suelo europeo. Como en el caso del Covid, la pérdida de vidas humanas no tiene compensación posible; pero también en este caso puede haber consecuencias positivas: Además de la muy firme reacción de la Unión Europea frente a la agresión rusa a Ucrania, lo que contribuye a un estrechamiento de nuestros lazos como europeos, el peligro real de un desabastecimiento de combustibles fósiles provenientes de Rusia está obligando a Europa a volver los ojos hacia las energías alternativas, que hasta este momento no se consideraban prioritarias para los países centroeuropeos, que tan cerca y tan barato han tenido el gas ruso. Un nuevo interés por las renovables y el hidrógeno verde se abre paso, con la esperanza que trae consigo para la preservación del medio ambiente.
La guerra aún no ha acabado, y no sabemos cuánto dolor producirá todavía y el paisaje que dejará, pero lo expuesto hasta ahora puede tal vez hacernos mirar el inicio de la tercera década del siglo con un cierto optimismo.