Escribe Daniel Innerarity sobre la paradoja de que, en estos tiempos en los que ya no hace falta ir a ningún sitio, no dejamos de movernos (“La sociedad el desconocimiento”. Galaxia Gutemberg, 2022. Muy recomendable).
Pasa lo mismo con la política. En momentos en los que, se dice, la política (esta) interesa cada vez menos a la gente, proliferamos los politólogos. Claro que, a lo mejor, lo primero es consecuencia de lo segundo. Porque, ¡mira que nos ponemos pesados!.
En principio, y si hacemos caso al diccionario, un politólogo es un experto en politología. Y la politología, según la misma fuente, es la disciplina que estudia la ciencia política (aunque ya es atrevido hablar de ciencia y política en la misma frase). Según esto, y dado que la politología es una rama universitaria, habría que cursar estudios oficiales para llegar a ser politólogo. Craso error. Politólogo, como futbologo, lo podemos ser cualquiera. Basta un digital o una barra de bar para demostrarlo. Y dada la facilidad de ejercer como tal, cada vez somos más politólogos y solo se nos distingue de los que no lo son en que, estos últimos, todavía no han encontrado un foro donde les lea, o les oiga, o les vea, al menos, su pareja.
Claro que, luego pasa lo que pasa. Que, así como das una patada a una piedra y sale un politólogo, abres cualquier digital y te encuentras con un análisis de la influencia de la política islandesa sobre el precio de los zapatos en Segovia. Por ejemplo. O del exceso de ladrillo en la costa Mediterránea sobre la proliferación de medusas en el mar. Lo juro: esto último lo he oído.
Con el periodismo, hace años, pasó lo mismo. Cualquiera podía dedicarse a contar a los demás las cosas que acontecían en el mundo, y opinar sobre ellas, sin más que hacerlo bien y lograr el interés de los demás. Hasta que nació el “carnet de prensa”, momento a partir del cual, y después de un periodo de transición en el que se hablaba de “periodistas sin carnet” y “periodistas con carnet”, se hizo necesaria la posesión de dicho carnet para ejercer el derecho a informar que prescribe nuestra Constitución.
No me extrañaría que, de la misma forma, la politología acabe como el periodismo y termine siendo necesario tener un carnet oficial para poder opinar de política en los medios de comunicación. Lo de las barras de bar, ya vendrá luego. Pero la ley, y su reglamento correspondiente, tendrán que afinar mucho. ¿Las cartas al director se deberán considerar como cosa politológica?. ¿Y las opiniones de los entrevistados?.
En politología no se equivoca nadie ya que cualquiera puede tener la opinión que tenga y, además, en democracia, la puede exponer
Mientras tanto, la sociedad tiene que habituarse a nuestra presencia y a nuestros errores, algunos de mucho bulto. Dos de los más recientes descubrimientos politológicos se llaman Pedro Sánchez e Isabel Diaz Ayuso. La mayoría de los politólogos coincidíamos en que el primero era un mediocre, que solo servía para perder elecciones, y la segunda era, directamente, tonta. Pues ¡ahí los tienes!. Como para habernos retirado el carnet de politólogos. Menos mal que no tenemos carnet. Claro que, mantenella y no enmendalla, los hay que siguen pensando lo mismo y justifican de diversas formas la apariencia de que los resultados no se corresponden con su pronóstico. Bien por la estulticia del electorado o bien porque, a la próxima, seguro que palma. Y tienen razón. Primero, porque el electorado puede ser tonto, o inteligente, aunque no hace falta que sea ni una cosa ni otra, basta con que sea electorado. Y, segundo, porque, sic transit gloria mundi, algún día se acaba el chollo, cuando, este, es terreno. La prueba se llama, o se llamaba, Elisabeth II.
Y es que, en politología, no se equivoca nadie ya que cualquiera, y digo cualquiera, puede tener la opinión que tenga y, además, en democracia, la puede exponer. Se conocen como libertad de pensamiento y libertad de expresión, respectivamente. Otra cosa es que le pueda interesar a alguien pero, a la vista de lo que ocurre, los politólogos parece que pensamos que el mundo está pendiente de que digamos algo y que hay gente que hace cola esperando, como los que quieren comprar las entradas de su grupo favorito cuando se anuncia su presencia en el próximo concierto.
Por todo ello, señoras, y señores, tenemos burbuja y no parece haber quien lo pare. Claro que, este exceso, y una vez que ya se nos conoce, no hace mal a nadie, siempre que no se tenga en cuenta lo que decimos. O, quizás, como apuntaba antes, puede causar desinterés por la política, sobre todo entre los jóvenes. Y luego nos preguntamos que porqué triunfan los influencers. Se lo explico: porque muchos de ellos consiguen comer gratis, cosa que no nos pasa a los politólogos.