En su afán por reconducir las negociaciones sobre el Acuerdo nuclear (JCPA por sus siglas en inglés), los líderes europeos Emmanuel Macron y el presidente del Consejo Europeo Charles Michel se reunirían, cada uno a su tiempo, con el líder iraní Ebrahim Raisi. Torpeza o no, estos encuentros que tuvieron lugar en septiembre de 2022 en Nueva York al margen de la Asamblea General de Naciones Unidas, tendrían como telón de fondo la reciente y polémica muerte de la joven iraní Misha Amini. En un momento de efervescencia social, política y cultural para el pueblo iraní, los líderes occidentales optaron por un pragmático acercamiento diplomático, una postura que se contraponía a las manifestaciones tanto dentro como fuera de Irán, desaprobando la represión de la policía moral y del gobierno ultraconservador.
Ciertamente, la guerra en Ucrania ha venido a agitar el tablero geopolítico mundial. Como bien es sabido, el sector energético figura como el talón de Aquiles de Europa. La necesidad de encontrar alternativas no se hizo esperar. Tan solo pocas semanas después de que estallará el conflicto bélico, Occidente volteó rápidamente a mirar a Irán como posible nuevo socio preferente. Con más ahínco que nunca, tanto EE.UU. como la Unión Europea se mostraron deseosos de restaurar el Acuerdo nuclear con Irán, un acuerdo que llevo años de negociación, firmándose en 2015 y abandonado unilateralmente por D.Trump en 2018, esgrimiendo que Teherán continuaba enriqueciendo uranio con fines militares. Si bien es cierto que la llegada de J.Biden a la Casa Blanca puso sobre la mesa la necesidad de reconducir las negociaciones con Irán, el conflicto ruso-ucranio ha sido el detonante para vislumbrar al país de Oriente medio como un posible socio comercial.
Repentinamente, la posibilidad de anular muchas de las sanciones impuestas por Occidente a Irán figuró como la vía diplomática a seguir. Una conducta que invita inevitablemente a la reflexión sobre el sentido de las sanciones como mecanismo de presión política. ¿Qué repercusiones reales tienen las sanciones? Acaso ¿las sanciones son en realidad fácilmente negociables o bien, en la práctica, algunas priman sobre otras?
No se puede dejar de señalar que Irán ha sido uno de los países más sancionados en la escena internacional. A lo largo de los años, tanto Naciones Unidas, como EE.UU. y la UE han penalizado al país por las constantes violaciones a los derechos humanos, el apoyo al terrorismo y, por supuesto, por su programa nuclear. Durante el gobierno de B.Obama, Irán fue fuertemente sancionado por no poder concretar negociaciones sobre el Acuerdo nuclear. Así, Irán sería expulsado del sistema Swift durante tres años, es decir de la empresa belga que posibilita la interconexión de los pagos bancarios internacionales, provocando un aislamiento y una inevitable caída de sus exportaciones (28%). Aunque seguiría exportando petróleo a China, entre otros, la retirada de las empresas norteamericanas y la desconexión mundial traería serias consecuencias económicas a un país rico en recursos energéticos. La firma del Acuerdo nuclear en 2015 anularía esta presión económica, pero la retirada del Acuerdo por D. Trump una vez más llevaría a Teherán al aislamiento financiero, orillando a éste a buscar nuevas alternativas y alianzas. Una de ellas ha sido su acercamiento con Rusia en 2019, estableciendo una nueva interconexión financiera similar a la Swift, además de acrecentarse su cooperación en otros ámbitos como el militar.
Parece inevitable advertir que nuevas alianzas y nuevos centros de poder se configuran
No es casualidad que Occidente se cuestione la posibilidad de anular una vez más las sanciones económicas. Además de petróleo y gas licuado, Irán posee las segundas mayores reservas de gas natural del planeta, cuyos grandes yacimientos se encuentran en el Mar Caspio, concretamente en Chalous. Pese a ser una zona potencialmente rica, Irán no ha puesto en marcha las infraestructuras y tecnología requeridas debido al aislamiento sufrido. Paradójicamente, hoy en día, ese gas sería de gran utilidad para Europa, que visiblemente se ve afectada en un momento en que la guerra se recrudece y todas las cartas están puestas sobre la mesa.
Con una incertidumbre que reina por doquier, los occidentales se encuentran ante la disyuntiva de condenar las represiones sociales en Irán por el caso de M Amini y sus consecuencias sociales, al mismo tiempo que intentan mantener una postura de negociación. Debido a la gran desaprobación de la sociedad internacional a través de las multitudinarias manifestaciones en distintas partes del mundo, tanto EE.UU. como la UE se han visto orillados a sancionar a los funcionarios de la represión de las protestas en Irán. Se trata tan solo de unas sanciones dirigidas a los “responsables” de la violencia, pero en la práctica, son otras sanciones más en la misma línea. Una postura que, no obstante, ha incomodado a Irán, respondiendo a su vez y recientemente (26 octubre ) con sanciones a personas e instituciones de la UE por su aparente “apoyo al terrorismo”. Una visible tensión diplomática que lejos de acercar posturas, aleja aún más a los protagonistas de un posible Acuerdo nuclear. Un Acuerdo que se vislumbra lejano, no por el caso M.Amini, sino más bien debido a que Irán pide que la OIEA – la agencia de control nuclear de Naciones Unidas- cierre las investigaciones sobre las actividades de Teherán, según ha declarado el Secretario del Tesoro norteamericano A. Blinken. Una petición inaceptable para los occidentales, pero que confirma que las sanciones pueden exacerbar crisis económicas, pero no necesariamente hacer ceder. Parece, por tanto inevitable advertir que nuevas alianzas y nuevos centros de poder se configuran.