En Abril de 2011 la xerigrafía "Mao", de Warhol, que podemos contemplar como ilustración a este artículo, se vendió por cerca de un millón de dólares.
Ya no es una paradoja que el comunismo chino parezca haber encontrado la síntesis perfecta: CAPITALISMO y libre mercado para los ricos y COMUNISMO DURO para la gente humilde - sin derechos políticos, sociales ni sindicales-.
A cierto Capitalismo, y a fuertes corrientes de la opinión pública Occidental, que hoy apuestan por opciones políticas cada vez más autoritarias les satisface ese modelo..., ese que ha posibilitado un crecimiento explosivo, el giro hacia la concentración de poder - en este caso en la persona de Xi Jin Ping- y la creciente presencia del partido - en este caso del Comunista - en todos los ámbitos de la vida. En Occidente, el mercado para ser libre cada vez necesita menos de la democracia, y así lo vienen demostrando desde Trump a la extrema derecha europea, que se autoproclama partidaria de un liberalismo económico y fiscal sin límites.
En su discurso inaugural, el Presidente Xi, que acumula tras el Congreso un tercer mandato, cargó contra la laxitud de su predecesor Hu Jintao, en la que “con demasiada frecuencia [...] se ignoraban las leyes” y había “patrones de pensamiento erróneos, como el culto al dinero, el hedonismo, el egocentrismo y el nihilismo”. Pero lo cierto es que propio Xi promovió la reforma constitucional de 2018 que ampliaba la posibilidad de un nuevo mandato en flagrante contradicción con sus palabras. El Presidente chino acumula en su persona tanto o más poder como el que tuvo Mao en su tiempo.
Xi Jin Ping predica que ha acabado con estos problema y con la corrupción en el país, pero al tiempo ha anulado cualquier tipo de disidencia política dentro del partido, impedido con mordaza feroz cualquier atisbo de oposición política, reforzado las alianzas en Asía, y también en otras partes del mundo y se ha erigido como el principal competidor económico de EE.UU en el planeta.
El debilitamiento de Rusia y Europa en una guerra absurda promovida por los primeros y la calculada indiferencia de China ante el conflicto, nos predisponen a un nuevo orden económico y político
La República Popular China es consciente de que el conflicto entre Rusia y Ucrania debilita a Europa, pero también a Rusia, y contempla con satisfacción cómo su modelo económico de capitalismo férreo y duro es un instrumento de ágil competitividad frente al mercado Occidental.
El reforzamiento del poder político de Xi Jing Ping, la creciente influencia de China en el mundo, el cambio de eje geo estratégico hacia Asia, tal y como ya ha dejado constancia el politólogo Robert Kaplan en su libro “el retorno del mundo de Marco Polo”, el debilitamiento de Rusia y Europa en una guerra absurda promovida por los primeros y la calculada indiferencia de China ante el conflicto, nos predisponen a un nuevo orden económico y político donde las corrientes autoritarias que se generalizan en Occidente disminuyen la capacidad de las democracias liberales a dar la respuesta adecuada que merece el futuro del planeta, y la pervivencia de los valores políticos esenciales consagrados en Occidente a lo largo de los últimos doscientos treinta y tres años.
Europa tiene un claro problema de dependencia respecto de las materias primas y de fuentes de energía que le permitan el reforzamiento de su sistema político y económico, y por tanto ser competitivos en el mercado global, algo que es aprovechado por las corrientes autoritarias y populistas para reforzar su influencia social y política.
Es obvio que Europa, pero también EE.UU y otros países de Occidente, están obligados a superar esta crisis reforzando y expandiendo sus fuentes de energía -eminentemente las alternativas- para evitar su pauperación y la degradación progresiva de la democracia, que ello conlleva. Las políticas socialdemócratas, con actuaciones tendentes a fortalecer la cohesión social son, además, un freno importante para contener la crisis y evitar que el populismo se expanda, y por tanto, debilite el sistema político consolidado desde el final de la II Guerra Mundial.
La perspectiva de un nuevo orden mundial es firme, pero de Occidente y su fortaleza, interna y externa, depende que este tenga como eje los principios fundamentales que hasta ahora han inspirado la democracia y la convivencia social.