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"Nunca consideraré como libre a quien vive vive en el temor..." Horacio 

“En clases de Biología el alumnado cuestiona nociones tan científicas como la reproducción”

“En clases de Biología el alumnado cuestiona nociones tan científicas como la reproducción”

La preocupación entre el profesorado por el avance de las ideas transgeneristas en las aulas crece al mismo tiempo que la desprotección y el impacto de los derechos laborales de quienes están intentando abrir los ojos a un alumnado abducido por blindar el género en lugar de abolirlo. La situación es tal que cada vez es más patente el miedo -que especialmente tienen las profesoras- por alzar la voz y no convertirse en la policía de género, misión a las que se les pretende obligar. Una de las afectadas lo denuncia en esta entrevista. Lo hace con el nombre ficticio de Celia Campoamor para no sufrir represalias y seguir ejerciendo su pasión y vocación: coeducar.


Hay una revolución silenciada en los centros educativos que acabará explotando: es la de la masa de profesoras que a sabiendas de las implicaciones que suponen las leyes transgeneristas se oponen a las mismas. “Nos enfrentamos a una clara vulneración de los derechos del profesorado a causa de la implantación de la incuestionable ideología de la identidad de género en el sistema educativo”, tal y como denuncia Dofemco. Y es que dicha plataforma está más que preocupada por “la situación de vulnerabilidad e indefensión en la que se encuentran actualmente las y los docentes que no comulgan con la ideología trans-queer y que se va a ver agravada si el anteproyecto de la ley trans de la ministra Montero se aprueba”, explican.

 

No son casos aislados 

 

El nivel de cancelaciones, despidos, acoso y presión a profesoras y profesores en todos los niveles educativos es tal que para Dofemco no cuela pueda etiquetarse de meros casos aislados. “El Proyecto de Ley Trans aprobado por el Gobierno, además de constituir un atentado a los derechos de las mujeres, de la infancia, de las personas homosexuales y de las personas de todas las edades que experimentan malestar y rechazo hacia su cuerpo sexuado, pervierte las políticas de igualdad entre mujeres y hombres y, específicamente, la coeducación como instrumento que las debe hacer efectivas”.

 

Dicha plataforma denuncia que “nadie está a salvo de la censura trans-queer y del nuevo régimen de pensamiento único que se pretende imponer. La vulneración de las leyes democráticas del estado de derecho que garantiza la Constitución Española no parece obstáculo para esta ideología”. Una situación que les hace apelar a todos los sindicatos y, en especial, a sus secciones dedicadas a la protección de los derechos laborales del profesorado y de las mujeres, “a hacer suyas estas denuncias y a restaurar los legítimos derechos democráticos fundamentales que se ven vulnerados y amenazados por la penetración transgenerista en el ordenamiento jurídico que afecta al ejercicio de la profesión docente”. 

 

Este es el testimonio de Celia Campoamor, una profesora que imparte clases en la Comunidad de Madrid y que está siendo señalada en su instituto por los insultos y el intento de cancelación.

 

¿Cómo defines la situación que se vive en las aulas?

 

Preocupante, muy preocupante. El nivel de misoginia que soportan las alumnas es enorme, lo peor, desde mi punto de vista es que lo tienen asimilado. Es raro que las veas rebatir argumentos machistas, aunque estén en contra, callan, miran para otro lado, permanecen pasivas. El curso pasado recuerdo a un grupo que me comentó que no querían sonar “hembristas”, necesidad de validación y miedo al rechazo absoluta. Comprobar que lo tienen tan asumido, da miedo.

 

¿Qué es lo que se vive en las clases que no trasciende a la sociedad y que debería hacer saltar las alarmas?

 

Creo que hay una idea muy arraigada y a la vez errónea del aula en particular, así como de los centros educativos en general. Creo que se asume que son espacios impermeables, en los que se educa, se forma, es verdad, en los que se socializa, pero que son un reflejo de la realidad que vivimos y nos rodea porque el alumnado también socializa en casa, en la calle, en redes sociales detrás de una pantalla. Este último aspecto es el más novedoso, silencioso, casi invisible y para nada inocuo. 

 

Adolescentes acostumbrados a la inmediatez, a tener todo a golpe de clic. Las relaciones afectivas, tan importantes para su desarrollo, están absolutamente afectadas y distorsionadas: consumo de porno descontrolado, confundir sexo con violencia, ver la prostitución como una profesión para ellas, como un negocio o un derecho para ellos. Hace un par de años, un grupo de alumnos, entre los 15 y 17 años me contaba que lo de ligar suponía demasiado esfuerzo (fue antes de la pandemia), “profe, quedar, o ir al cine, tomar algo, salir por ahí, para que luego se quede en nada. Preferimos pagar y tener lo que buscamos”. Me explicaron que los sábados, bien entrada la madrugada las mujeres prostituidas se desesperan y bajan los precios. No les culpo, es lo que asimilan, lo que les bombardea desde todos sitios. Alguien preguntará si desde los centros educativos también, yo le contestaría que en los centros educativos también ocurre esto.

 

¿Preocupa más la diversidad que la violencia machista? ¿Se actúa más y mejor sobre la primera y se ignora la segunda?

 

Mi respuesta de entrada es sin duda alguna que sí. Ahora bien, contestar en términos categóricos afirmando o negando esto es difícil. Te pondré ejemplos. Es cierto que tenemos protocolos muy claros de actuación, llevo más de veinte cursos, jamás he presenciado que se abra un protocolo por violencia machista en un centro educativo, nunca, y no ha sido por falta de evidencias. El “son asuntos privados”, “en esto no nos podemos meter”, o ambos ejercen violencia es algo que no deja de oírse. 

 

No creo que sea un tratamiento adecuado de la diversidad que, como docentes, colaboremos en reafirmar cosas que no son reales. Flaco favor le hacemos al alumnado cuando accedemos a llamarle por otro nombre, tratarle en masculino o en femenino cuando no le corresponde. No le decimos a una adolescente con anorexia que está en lo cierto, que hay que hacerle una liposucción porque le sobren diez kilos, ¿por qué le hacemos creer que su cuerpo no se corresponde con su comportamiento? ¿En qué consiste eso?

 

La moda de la diversidad está calando tanto que en clases de Biología se cuestionan nociones tan científicas como la reproducción.

 

Se cuestiona la existencia de dos sexos. Se cuestiona que nacemos hembras o varones. Se cuestiona que sea la mujer la que gesta y pare porque bajo una falsa tolerancia en el aula a nuestros hijos e hijas se les dice que hay mujeres con pene y hombres que pueden gestar. Obviamente, los contenidos de la asignatura son los que son, pero es cierto que mis compañeras encargadas de impartir esta materia, alzan la voz cada vez más. En consecuencia, la forma de dirigirse a las personas, en masculino o femenino, también es algo que tienen asumido que se puede elegir y no sólo en su idioma materno. Esto lo va poco a poco impregnando todo.

 

Denuncias que en lugar de reaccionar a esta situación la respuesta es la inacción. ¿Cuáles son las consecuencias?

 

No diría que es inacción. Es abrazar el dogma de la falsa diversidad porque es “lo que toca”. Los centros educativos no son impermeables a las modas y corrientes presentes en la sociedad. Solo hay que ver la cantidad de reformas educativas que llevamos. Junto con planes de estudios retocados una y otra vez, hemos abrazado rutas bilingües, por poner un ejemplo, con profesorado experto en la materia, pero no en el idioma en que debía impartirla. 

 

Ahora nos toca convertirnos en centros tolerantes, con certificación oficial, claro está, como si no lo fuéramos, solo el concepto es indignante, ¿Cómo se hace eso? Pues con estadísticas, proyectos, formación por parte de asociaciones LGTBI a toda la comunidad educativa…Tenemos dos consecuencias principales, ambas bastante inquietantes: la primera, el aumento de casos de niñas adolescentes que dicen ser niños, que creen que su cuerpo está mal y la solución es esta; la segunda, un rechazo cada vez mayor del alumnado varón a este tipo de charlas o asociaciones.

 

¿Hay un triángulo de las Bermudas en los institutos en el que tanto familias, como estudiantes y profesorado están anestesiados?

 

Sí. Pero una vez más insisto, es un reflejo de la situación que tenemos fuera. Solo hay que poner la tele y sintonizar cualquier canal, cualquier serie, concurso, película… En todo tenemos lo que nos han vendido como diverso. Solo hay que escuchar a nuestra ministra de Igualdad, a representantes políticos, nadie alza la voz, nadie advierte de las consecuencias físicas y mentales que puede ocasionar todo esto a nuestros menores.

 

¿Los centros son probetas de ensayo que en lugar de enseñar luchan por tener la insignia de la diversidad como el no va más?

 

Me gustaría contestar que no, un no rotundo. Me duele mucho contestar que es en lo que nos estamos convirtiendo. Quiero recordar que, como personal docente, debemos cumplir una legislación. Esto no solamente ocurre porque muchos crean en esto. Tenemos que cumplir las leyes educativas autonómicas. Y éstas nos están llevando sin remedio a esto.

 

Esta realidad está empezando a ser normal en los públicos, ¿qué hay de los privados o concertados?

 

Me gustaría recordar en este punto que, las leyes autonómicas mencionadas anteriormente, son las que deben seguirse tanto en centros públicos como en concertados. De los centros privados, no tengo datos, por la información que nos llega, hay centros concertados que son hornos en cuanto a esto. El centro concertado no lo es solo por motivos religiosos y, es también chocante, que las asociaciones que van a dar las charlas de formación sobre diversidad presumen en sus redes sociales de impartirlas en este tipo de centros sin ningún tipo de problema o impedimento. 

 

¿Hay miedo a alzar la voz y denunciarlo?

 

Mucho. Si eres madre, no quieres perjudicar a tus hijos o que se alejen de ti por este motivo. Como docente, te arriesgas a que se te califique o trate como intolerante, que se te diga que simpatizas con la derecha o la extrema derecha, que no se cuente contigo en el centro para ningún otro proyecto.

 

Tú eres un ejemplo de este silenciamiento.

 

Lo soy. Y como yo, muchas más.

 

Si no se reacciona ¿quién pagará los platos rotos?

 

Nuestras hijas. Nuestras adolescentes. A las que se bombardea con sexismo desde cualquier esquina, ángulo que les rodea, las que han desarrollado un umbral tolerancia y resignación excesivo por pura supervivencia.

 

 


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