El aumento de las temperaturas a lo largo del tiempo está cambiando los patrones climáticos y alterando el equilibrio habitual de la naturaleza. Esto supone muchos riesgos para los seres humanos y todas las demás formas de vida de la Tierra. Los fenómenos meteorológicos serán de cada vez más extremos, y el verano y la primavera comenzarán antes. Esto provocará nefastas consecuencias para la agricultura, pues si las plantas florecen antes de que aparezcan los insectos polinizadores, los frutos jamás se desarrollarán.
El episodio de calor veraniego vivido la semana pasada es consecuencia directa del cambio climático y del consiguiente calentamiento global del planeta. Es lo que ya está ocurriendo y lo que va a seguir sucediendo.
"La tendencia es a que todos los fenómenos meteorológicos extremos sean cada vez más frecuentes, ya sean inundaciones, sequías... Y olas de calor también", afirma Onintze Salazar, meteoróloga de Euskalmet.
El verano cada vez llega antes: cada diez años se adelanta siete días y eso quiere decir que desde los años 70 a hoy el verano empieza en España un mes antes. Esta situación afecta a las plantas, que se secan demasiado pronto. Otro problema es que la primavera también se adelanta. En Reino Unido han detectado que los últimos 30 años se ha anticipado 30 días: de empezar a mediados de mayo, a empezar a mediados de abril.
En este contexto se da un desajuste de la naturaleza porque las plantas florecen antes de que los insectos que las polinizan estén listos y se rompe la cadena. "Si las plantas están florecidas y no hay insectos polinizadores, no desarrollarían frutos, o desarrollaría menor cantidad y todo eso genera una serie de cambios", indica Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción.
A largo plazo, una vida sin primavera implica más insectos, que viven a gusto en el calor. Eso hace que nos contagien más enfermedades y que haya más plagas en la agricultura.