Pocas sorpresas, reafirmación de posiciones y estrategias en cada parte y resultado abierto a interpretaciones. El debate de este miércoles entre los dos candidatos finales a la Presidencia de la República Francesa no es previsible que altere la voluntad de los indecisos o más bien de los abstencionistas dubitativos.
Macron se mostró quizás más a la ofensiva de lo que ciertos analistas esperaban, no tanto por necesidad (los sondeos le auguran un cómoda victoria) cuánto por poner en evidencia las contradicciones y fragilidades programáticas y argumentativas de su adversaria, sobre todo en lo referente a las propuestas económicas y de gestión de los servicios públicos.
Hubo momentos de tensión, como es natural, pero dentro de los límites aceptables en un formato tan encapsulado como son los debates electorales. Cada contendiente trató de afirmarse en las actitudes en que se sentían más seguros.
Una de las polémicas más vivas tuvo lugar cuando el presidente en ejercicio reprochó a la aspirante sus vinculaciones económicas con la Rusia de Putin (financiación de su partido por un banco ruso), que ella defendió por la falta de apoyo crediticio de las entidades francesas.
El dirigente liberal se regodeó en sus dominio del lenguaje y los conceptos económicos y técnicos para descalificar la inconsistencia de su oponente en asuntos como fiscalidad, inversión, deuda y macroeconomía. Le Pen insistió una y otra vez en su cercanía a los problemas de las clases modestas y su contacto permanente con la gente que sufre para sacar adelante sus vidas, frente a su rival, a quien reprochó altanería y falta de empatía.
La líder nacional-populista hizo un esfuerzo permanente de moderación en las formas, sin renunciar a la dureza de sus medidas sobradamente conocidas en materia de inmigración, religión, delincuencia, justicia y seguridad. En contraste con lo sucedido en 2017, su representación fue aceptable y salió viva del enfrentamiento.
Particular interés tuvo, ya en la recta final del debate, el intercambio incluso atropellado de reproches a cuenta de la reforma política y la mejora del sistema democrático. Le Pen defendió el recurso del referéndum como vehículo directo de la voluntad popular, entre otras cosas para reformar la Carta Magna y favorecer un legislativo más representativo. Macron acusó a su adversaria de ignorar la Constitución y de no respetar la legitimidad de la Asamblea Nacional.
De fondo a la polémica subyace un sistema electoral manifiestamente diseñado para favorecer el bipartidismo centrista y eliminar las opciones más radicales. Es un hecho que con un sistema más proporcional, sin elecciones a doble vuelta, el partido de Marine Le Pen obtendría una mayor representación en el Parlamento. Con el sistema actual, se propicia el cordón sanitario que ha creado esta paradoja peligrosa de la política francesa: siendo la segunda candidata presidencial sin apenas discusión, su partido se ve reducido a una marginalidad provocada por la coalición de los partidos centristas que se benefician del sistema mayoritario de las segundas vueltas.
En definitiva, un debate que seguramente no cambiará muchas voluntades ni animará a votar a quienes no se sientes defendidos por ninguno de los contendientes. Las últimas encuestas indican una ventaja de hasta trece puntos a favor de Macron. Pero es preciso recordar que, en 2017, éste se impuso por 22 puntos (66%-34%). Un resultado peor que éste no sería una buena noticia para el actual Presidente.