Tres semanas de guerra en Ucrania. La solución no parece cercana, porque la guerra no se libra solo en el terreno militar. Cuando se apaguen los cañones se impondrán otras batallas ya en curso, más sordas, menos aparatosas, pero no menos destructivas. Los escenarios del conflicto, de momento, se superponen.
1) EL ESCENARIO MILITAR
Continua el debate sobre la eficacia de la campaña bélica rusa. En Moscú se dice que todo va según lo previsto. Pero como se ignoran los planes de partida, es difícil comprobar si se dice la verdad o se miente. Por defecto, en una guerra se miente siempre. O se dice sólo la parte de la verdad que interesa. Desde el bando agredido, la verdad se corrige con la necesidad de la resistencia anímica. Se proclama la voluntad de vivir y se airean las bajas enemigas. Pero el joven estado ucraniano está temporalmente amputado en el este (gran parte del Donbás) y en el sur (franja ribereña del Mar Azov y corredor de conexión con Crimea), operacionalmente ocupado en el norte, en torno a las grandes ciudades, y asediado en su capital.
En Occidente se escuchan estimaciones disonantes. Las políticas agrandan el supuesto fracaso de Moscú, sin explicar sobre qué bases Rusia podría haber logrado una victoria militar rápida, fulminante. Los medios liberales transmiten la idea de que Putin ha elegido una baza perdedora, aparte de malvada. En contraste, se sublima la resistencia local, que es real, pero limitada (1). Los militares occidentales, más discretos, sostienen que, salvo sorpresa mayúscula, Rusia completará sus operaciones antes de finales de este mes. Otra cosa es lo que pueda hacer el Kremlin con una previsible victoria militar. Eso es una cuestión política que excede su ámbito de análisis. Y de responsabilidad.
El estado ucraniano combate en situación de inferioridad, obviamente, pero dispone de armas no desdeñables, proporcionadas por Occidente, no para vencer, pero si para entorpecer y retrasar la victoria rusa. Los misiles anticarro Javelin, procedentes de Estados Unidos, son las estrellas de esta guerra. Al parecer, están dificultando el avance de las columnas rusas hacia sus objetivos (2). Las barreras de contención urbanas es el punto cardinal de la resistencia ucraniana. Rusia, como se suponía, parece poco preparada para este tipo de guerra. Además, todo indica que adolece de una logística eficaz y de una cadena de mando demasiado rígida. Pero esas son estimaciones difícil de verificar.
El bombardeo ruso de la base militar de Yaroviv, cerca de la frontera con Polonia, ha tenido un impacto político y mediático desproporcionado con respecto a su importancia militar (3). En Occidente se ha presentado como un desesperado intento de Rusia por amedrentar a los aliados occidentales más cercanos. Pero es obvio que Moscú no tiene interés en ampliar los frentes y mucho menos de entrar en colisión directa con la OTAN. La base era un punto de recepción de armamento y voluntarios para apoyar al gobierno de Kiev. El ataque tenía valor militar por sí mismo y no simplemente como advertencia o resorte propagandístico.
2) EL ESCENARIO DIPLOMÁTICO
Es confuso y contradictorio, en apariencia. Los dos bandos directos negocian cuestiones logísticas centradas en torno a los llamados “corredores humanitarios” de evacuación y aprovisionamiento. Los aspectos más políticos no trascienden. Al menos no con claridad. Parece que cada parte se aferra a sus posiciones de partida, de preguerra.
Pero más allá de estas mesas bilaterales, se aprecian señales. El presidente Zelensky insinúa que Ucrania está abocada a esa neutralidad que Rusia exige. Esa postura puede parecer ahora fruto de una ingenuidad inicial o de falta de realismo previo. En realidad, es la constatación de un error estratégico. Cuesta creer que las élites ucranianas esperaran otra cosa de Occidente que la respuesta obtenida: suministro medido (pero no irrelevante) de armamento, presión económica severa a Rusia y proclamas de solidaridad. La negativa occidental a imponer una zona de exclusión aérea demandada insistentemente por Kiev era de esperar: lo contrario, hubiera implicado el alto riesgo de una indeseada escalada militar. El episodio de los aviones polacos quedará como estandarte de un desencuentro que la propaganda de guerra a duras penas puede encubrir. El apoyo occidental a Ucrania ha tenido desde el principio los límites muy marcados. Ni la destrucción, ni el sufrimiento humano, ni la demonización de Putin han cambiado un propósito estratégico firme: nada de provocar un conflicto militar con Rusia (4).
La Unión Europea también estaba destinada a “decepcionar” a Ucrania. El atajo del ingreso ha sido descartado en el pomposo escenario de Versalles, como estaba cantado. No lo permitían ni las bases jurídicas ni las condiciones económicas (por no hablar de las políticas). Se han ofrecido a Ucrania compensaciones y promesas cariñosas, que veremos en que se traducen cuando pase la tormenta (5). Nadie quiere plantear que Ucrania vuelva a 2013, o sea a una posición de incierta cooperación con la UE. La neblina es este frente es muy densa. Poco han podido dispersarla los tres jefes de gobierno centroeuropeos (por cierto, nacional-populistas), que han escenificado una “visita para las cámaras” a Kiev.
Más trascendente es la posición de China. La “amistad sin límites” que Putin y Xi Jinping escenificaron en el Pekín olímpico fue anterior a la invasión. A pesar de las numerosas especulaciones circulantes, todas interesadas, se ignora si el presidente ruso hizo saber a su colega chino sus intenciones bélicas. Esta semana ha ocasionado gran revuelo la supuesta petición rusa a China de ayuda (alivio económico y suministros logísticos, se dice). Las fuentes son norteamericanas. Desde Pekín se niega. En Moscú se calla. El asesor de seguridad de Biden, Jack Sullivan, ha protagonizado otro maratón conversador con su homólogo chino, Yang Jiechi, para disuadirlo de ese empeño. Como en los contactos anteriores, poco positivo ha obtenido (6). En esta Casa Blanca preocupaba más China que Rusia. La conjunción de estos dos desafíos obligará a una reedición actualizada del containment, la estrategia de contención de la “amenaza comunista” que definió la guerra fría durante más de dos décadas.
En Occidente, se hacen estimaciones muy confusas de la actitud china ante esta guerra (6). Se cree que a Pekín no le interesa, y hasta le incomoda. Más aún, que no hay un entusiasmo por los designios “revisionistas” de Putin. Algunos analistas creen que la burocracia estatal china presenta pocas simpatías por esta aventura militar. Pero como Rusia es una piedra no pequeña en el zapato de Estados Unidos, la deriva del Kremlin es rentable en el pulso estratégico del siglo entre la decadente América y la emergente China. La amistad interesada ruso-china sería una apuesta personal de Xi Jinping, de quien se considera que ejerce ya un liderazgo cada vez más personal y menos colegiado. A finales de este año se confirmará su mandato vitalicio e incontestado.
3) EL ESCENARIO HUMANITARIO
Con casi tres millones de ucranianos desplazados y esparcidos por Europa (la gran mayoría en Polonia y otros países cercanos a la zona de guerra), la dimensión humana del conflicto agota poco a poco su corriente de simpatía para convertirse en factor de preocupación. Estamos aún en la fase de los despliegues solidarios, favorecidos por cuestiones raciales, culturales y religiosas más propicias. Ser ucranianos es todavía una ventaja comparado con ser yemení, sirio o afgano en el discurso de autoridades y ciudadanos europeos, donde ha prendido la selectividad o el rechazo directo propagado por el nacionalismo identitario. Ya se avistan las primeras señales de esa “fatiga de la compasión” que siempre comparece después de varias semanas de guerra. El gobierno británico, muy combativo en el frente político contra Moscú, ha sido el primero en marcar la raya y “privatizar” la solidaridad, gesto que Macron se ha apresurado a afear (7).
Los recursos son limitados, las facturas de los combustibles aprietan cada día más, comienza a prender cierto ambiente de inquietud por la carestía de suministros y los medios anticipan el cansancio de las audiencias. Decae el interés social por una guerra que en pocos días quedará relegada de las portadas, cabeceras televisas y trinos de las redes sociales. El escenario humanitario quedará barrido por otro mucho más prosaico.
4) EL ESCENARIO ECONÓMICO
Las sanciones ha sido el principal frente de combate de Occidente contra el Kremlin. Analistas progresistas como Thomas Piketty dudan sobre la eficacia y la justicia de esas medidas. Los rusos comunes puedan padecer mucho más que las élites políticas y los oligarcas (8).
Las consecuencias en Occidentes son aún inciertas. Cada día, los nubarrones económicos se hacen más amenazantes: crisis energética, inflación, estancamiento, inquietud social.
En EE.UU. se puede dar por enterrado el programa socio-ecológico de aire rooseveltiano del primer Biden. Aumentará (aún más) el gasto militar y se estancará o retrocederá la reducción de la brecha social. ¿Estamos ante otra presidencia de un solo mandato?
En Europa, la guerra no era el escenario esperado para superar las secuelas económicas de la pandemia. De momento, no hay boicot o desenganche del gas ruso, a pesar del ruido de las últimas semanas. No se sigue la línea dura de Washington, porque son enormes niveles de dependencia. Los precios del petróleo y el gas se disparan. Se buscan fuentes sustitutivas. Pero no se avistan soluciones rápidas, ni baratas, incluso para los especialistas como el economista Adam Tooze (9). Los productores norteamericanos de fracking confían en poder sustituir la oferta rusa de energía a largo plazo. Esta incertidumbre se proyecta sobre el gran desafío secular. ¿Se frenarán los planes de transición ecológica?
Además, el “miedo a Rusia” dispara las previsiones de gasto en defensa. Alemania ya anuncia su compromiso con ese 2% del PIB que Washington lleva décadas reclamando. Otros países pueden seguir el paso, incluida España, según parece. Eso quiere decir, se reconozca o no, menos inversión social, más desigualdad. Rusia dejará pronto de ser el enemigo de referencia en el relato político y mediático. El foco empieza a desplazarse de esa guerra lejana para centrarse en batallas domésticas: precios, control de salarios, fiscalidad, tipos de interés. Todo ello parece dibujar un escenario similar al de la segunda mitad de los setenta. Contrariamente a entonces, sin embargo, el neoliberalismo no parece disponer de sus recetas doctrinarias que barrieron el keynesianismo en Estados Unidos y las políticas socialdemócratas en Europa.