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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Entrevista a Miguel Fernández, autor de la biografía de Amparo Muñoz

La mujer a la que la belleza se le volvió en contra

La mujer a la que la belleza se le volvió en contra

“La señorita malagueña Amparo Muñoz, de veinte años, fue proclamada ayer, en Manila, Miss Universo. En la competición han participado 66 reinas de la belleza”. Con este teletipo la agencia EFE contaba el 22 de julio de 1974 el triunfo de la primera española que, por su hermosura, se hizo con la por entonces preciada corona. Una pieza, que según se la colocó en la cabeza, fue un presagio para ella. El aro más grande estuvo a punto de caer al suelo. “Esto no va a salir bien”, pensó. Su físico que creyó le iba a brindar “una oportunidad para ser completamente libre”, fue la mayor de sus prisiones y el principio del fin.


Un final que Miguel Fernández, periodista y amigo de la actriz quiere honrar en La vida rota. Un libro en el que cada palabra, cada coma y también cada silencio forman parte de las horas que pasó conversando con ella. “Son unas memorias que, aunque ella no pudo llegar a leer, son la deuda no sólo con mi amiga, también con las mujeres de este país. Amparo, como mi madre, como mi hermana, como tantas, fue una víctima de un tiempo y una mentalidad. Todas, en mayor o menor medida, fueron víctimas del machismo”, explica Fernández. 

 

Predecesora del #MeToo

Sus páginas vomitan el dolor de la mujer atrapada en la tela de araña de la vida y cuya existencia fue narrada sin respeto por la prensa del corazón que la persiguió y la revictimizó cuando se supo de su adicción a las drogas, de los malos tratos o del cáncer terminal que acabó con su vida. Y es que de la modelo llegaron a inventar que hasta tenía sida. “¿Por qué se las llama revistas del corazón? ¿A qué corazón se refieren?”, tal y como decía ella misma y sus familiares. 

 

La obra de Fernández nos descubre a una luchadora que tuvo que recomponerse demasiadas veces. “Era el precio que tenía que pagar no sólo por ser bella sino por ser mujer. Amparo lo combatió en todas sus modalidades durante toda su vida. Lo pagó caro”, dice el autor.  Y es que el periodista reproduce desde los comentarios sexistas que tuvo que escuchar, las miradas sobonas que sintió o las diferentes veces que sufrió acoso sexual. Como el de su primer trabajo con el encargado de la tienda en la que trabajaba. “Al principio, aquel individuo aparentaba ser una persona cariñosa. Los problemas surgieron cuando me hacía subir una escalera o cuando me arrinconaba”. 

 

También describe la industria proxeneta que había en los concursos de belleza donde los hombres, por el derecho histórico de pernada, contaban con prostituir y “divertirse haciendo fiestas con las concursantes” en los hoteles donde estaban, e incluso llevándoselas de ellos”. Una realidad que por supuesto a ellas les obligaban a no contar. Así mismo cuenta las veces que los organizadores de los certámenes montaban pases en bañador en las habitaciones de las candidatas. “¿Por qué después de pasar por las pruebas reglamentarias había que volver a caminar en bañador y tacones altísimos ante un solo señor?”. 

 

En La vida rota también se narra la lluvia de pretendientes que Muñoz tuvo y que “en su gran mayoría eran ricos, incluso con Mercedes y chófer a la puerta. Sin darme cuenta empecé a ser considerada un objeto”. La mala experiencia de su reinado fue tal que acabó en depresión nerviosa. Según cuenta en el libro el psicólogo Enrique Vázquez Oria, “la excesiva saturación a la que estaba sometida, la constante indefensión y el cansancio propio de la actividad, así como la falta de apoyo psicológico le llevaron probablemente a generar ideas delirantes, a vivir en un estado de angustia permanente e, incluso, a presentar síntomas de índole ansiosa y depresiva”. 

 

Una presión inhumana de la que da fe Máximo Valverde, actor y expareja de Muñoz y que la propia afectada estuvo a punto de narrar ante el movimiento feminista de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de México, en el que entre otras caras conocidas estaba Jane Fonda o Angela Davis. “Durante su reinado Amparo fue una mujer explotada. Yo les conté que desde la organización la estaban explotando, que vivía en unas condiciones espantosas. Les dije por lo que estaba pasando y quedamos en que en cuanto Amparo regresase de su viaje intentaríamos la manera de hablar con ellas. Les pareció que había que hacer público el caso, y que, tratándose de Miss Universo, la denuncia sobre la explotación de la mujer tendría un impacto en todo el mundo”. Un paso que finalmente la afectada no dio.

 

Un mero cuerpo que mostrar

 

Tras un camino plagado de amenazas desde la organización del certamen por romper el contrato y renunciar a su título, -algo que en 24 años nunca había pasado-, Muñoz pudo dejar su pesadilla a los seis meses y darse una segunda oportunidad como persona. “Volví para empezar de nuevo, con el mismo deseo de comerme el mundo, con la tranquilidad de haber sido fiel a mis sentimientos y coherente con la muchacha de veinte años. Medí las fuerzas con un gigante. Y yo no era David”.

 

Un renacer que pensó estaría en el cine y que, sin embargo, la hizo caer aún más al vacío. Por más que ella quisiera aprender y demostrar su valía, seguía siendo vista como un mero cuerpo que mostrar. “En su primera aparición en el cine, Amparo no tuvo que hablar. Es simplemente una modelo que aparece en un anuncio de televisión”. En otra película como Tocata y fuga de Lolita, junto a Arturo Fernández, la actriz recordará “el frío que pasó durante el rodaje de las escenas en camisón en pleno otoño en una casa de la sierra de Madrid”. 

 

Una cosificación que para el autor del libro le vino de perlas al movimiento político que se estaba empezando a vivir. “Las sensuales apariciones de Amparo, una vez liquidada su etapa en los certámenes de belleza, dan credibilidad a una Transición que se servirá del cuerpo de las mujeres para marcar distancia del pasado”. Un lugar que se encargaron de recordarle tampoco le pertenecía. “Hasta que no la desterraron de la industria del cine, no pararon. Le ocurrió también a otras muchas mujeres, famosas o no. Todas están esperando una reparación. La nueva sumisión, la de estimular a los hombres, la de que mujeres como ella se desnudasen en el cine se vendió una vez más como libertad en una España franquista”.  

 

Y es que como añade Fernández se pensaba que aquel cine del destape, aquellas revistas “suponían un gol a la censura, a la dictadura, a la España beata de la que veníamos a costa siempre de las mujeres. Se justificaba con una frase hecha: “por exigencias del guion”. Y ¿quiénes habían escrito el guion? ¿Quiénes habían dado el visto bueno a ese guion? ¿A qué publico iban dirigidas esas películas, esas revistas? También era una buena forma de cerrar el paso a otro cine más comprometido, que pudiera hacer pensar a la gente. No hay más que repasar la cartelera de aquellos años. El destape lo copaba todo, en el cine, en el kiosco y hasta en la televisión. Visto con la distancia que da el tiempo está clara la trampa, la manipulación”.

 

 

Y es que como recalca la escritora Marta Sanz en el libro, “a Amparo le tocó vivir un momento de la historia en el que a las mujeres bellas se las manipulaba, se las explotaba y llegaba un momento en que no podían respirar. La belleza se les volvió en contra”. Por su parte la también escritora Herminia Luque, añade que es “sencillamente ofensivo” que el destape se haya querido vender como un soplo de libertad, como ejemplo de liberación sexual o algo similar. La libertad de las mujeres solo podía provenir de sus propios actos y desde sus propios deseos, no desde los señores rijosos, con o sin bigotito, pero con pasta para producir películas”.

 

Una cosificación y manipulación de la que, si bien pudieron apartarse actrices como Pepa Flores, Amparo no pudo escapar. “En esa misma época que Marisol se marcha a vivir a Málaga, a Amparo la utilizan para rentabilizar políticamente una operación antidroga y se enfrenta a la falsa noticia de que padece Sida”.

 

Sin embargo, el espíritu rebelde la hizo seguir luchando para volver al cine, de donde la habían desterrado, para que se reconociera la injusticia. “Cuando gracias a películas como Familia consiguió esa reparación, cayó enferma. No tenía ni cincuenta años. Regresó a Málaga y llevó una vida sencilla, con su familia y alejada de todo. Así quería que fuera esa vejez que la enfermedad le robó”.

 

Lejos del cliché del juguete roto

 

Aunque la vida no le repartió buenas cartas a Muñoz, ni a ella ni al autor de sus memorias les gustaba la expresión tan extendida y aplicada siempre a las mujeres, de juguete roto. “¿Juguete de quién? Y, encima, roto. Es un eufemismo para obviar la realidad: una persona sometida a la presión psicológica que ella padeció durante la etapa de Miss Universo, privada de intimidad, de libertad, forzada a viajar, a conocer a extraños personajes, deja unas secuelas para toda la vida. Unas relaciones sentimentales basadas en la desigualdad o en el sometimiento, dejan consecuencias para toda la vida. La injusticia, que te utilicen, que te humillen hasta ignorarte, comportan un sufrimiento. Todo eso explica, además, muchos pasos en falso, muchas decisiones erróneas. Amparo, como tantas mujeres en su situación, no era un juguete, era un ser humano”.

 

Un ser humano que quizá, de haber vivido ahora, donde el feminismo es la voz de la mitad del mundo, le habría ayudado a defenderse de tanta porquería machista. “Quiero creer que sí. Leyendo La vida rota también asalta esa duda: ¿estará pasando algo parecido sin que nos demos cuenta? ¿Estamos haciendo todo lo que podemos? En sus memorias, Amparo lanzaba un mensaje de advertencia a las nuevas generaciones de mujeres. He tratado de amplificar esa llamada de atención. Ojalá que tanto sufrimiento no haya sido en balde”, resalta Miguel Fernández.

 

Sea como fuera lo que nunca perdió Amparo Muñoz fue su esencia. “Como ella repetía una y otra vez en las entrevistas era un mujer sencilla, hogareña, leal. Disfrutaba compartiendo la vida con su familia, con sus perros, con sus amigos. No le atraía el lujo. Era una gran conversadora, a pesar de su timidez. Se sublevaba ante la injusticia. El budismo le ayudó mucho en esa forma de ser. También la preparó para afrontar la enfermedad con resiliencia y la muerte con serenidad”, añade Fernández.

 

“Amparo Muñoz, actriz y Miss Universo en 1974, de 56 años, ha fallecido a las 23:30 horas del domingo 27 de febrero en su domicilio en Málaga, informó su hermano Pedro Muñoz. La actriz ha muerto tras sufrir una larga enfermedad, y en todo momento estuvo rodeada de toda su familia, la cual pide absoluta privacidad en el funeral”. Así fue el teletipo que la Agencia Efe publicó tras conocer su fallecimiento. 

 

Nuria Coronado Sopeña es periodista, conferenciante y formadora en comunicación no sexista. Además es autora de Mujeres de Frente y Hombres por la Igualdad (Editorial LoQueNoExiste); Comunicar en Igualdad (ICI), documentalista de Amelia, historia de una lucha (Serendipia) y Premio Atenea 2021 @NuriaCSopena

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