Muy pocos se alegraron de que la crisis de gobierno cambiara a Miquel Iceta de ministro de Política Territorial y Función Pública a ministro de Cultura y Deporte. Yo boté de alegría. Supongo a todos los ministros anteriores una cierta cultura. A Iceta no se la supongo, sé que la tiene y merecida fama de tenerla. Culto, sí, con la cultura universal que permite entender al ser humano en toda su diversidad. Y además, valiente, con una valentía que le ha permitido defender sus valores socialistas de los ataques de un nacionalismo miope, excluyente, o sea, inculto. Pero parece que algo chirría cuando quieren aunarse cultura y socialismo. El socialismo se asocia al obrero y el obrero al trabajo mal pagado que utiliza el tiempo entre sus faenas para descansar. Al obrero se le imagina despatarrado en el sofá de su casa con los ojos pegados al televisor hasta que se le empiezan a cerrar pidiéndole cama. Nadie imagina al obrero leyendo un libro o un periódico que no vaya de fútbol; nadie le imagina entrando en un teatro. La cultura ha sido siempre acervo de las élites que pueden pagarse libros, entradas al teatro, viajes culturales; es decir, que la cultura se ha considerado siempre un adorno que solo podían permitirse los pudientes. Pero hay momentos en que la cultura se convierte en arma de defensa contra una realidad lóbrega y peligrosa; se convierte, por lo tanto, en un artículo de primera necesidad.
El domingo escribí una nota en mi blog sobre el día en que un golpe de estado causó en España cientos de miles de muertos y cuarenta años de dictadura. Eso fue el día 18, julio mes del 36, como decía la letra de una canción que le enseñaron a mi madre las monjas del sanatorio al que fue a parar después de la guerra. Acababa de escribir la nota cuando recibí un tuit que me impresionó, y edité la entrada de mi blog para incluirlo. Decía la tuitera Isabel Rosso: “El gran problema de nuestro país es la ignorancia, la falta de educación y de cultura, por eso pasa lo que pasa a la hora de votar. La gente que no tiene conocimientos es mucho más fácil de manipular; por eso, el poder siempre ha intentado tener un pueblo inculto“. La reflexión no me impresionó por su novedad, me impresionó porque en pocas palabras describía la situación actual de nuestro país y de los peligros que acechan a nuestra democracia.
Poco después, Ignacio Camuñas, ministro en el gobierno de la UCD de Adolfo Suárez, batiburrillo éste de franquistas, liberales y gentes de especie análoga, negaba públicamente que hubiera habido un golpe de estado. "Si hubo guerra civil es porque ustedes lo hicieron muy mal y la República fue un fracaso que nos llevó al enfrentamiento entre los españoles", dijo. Junto a él, Pablo Casado sonreía. ¿Qué significa esto? ¿Que si un partido o varios de derechas juzgan que el gobierno elegido por la mayoría lo está haciendo muy mal, ese partido o partidos están en su derecho de derrocar al gobierno por los medios que estimen oportunos?
Empezaba la República a alfabetizar a los pobres y a llevar la cultura por los pueblos con grupos de voluntarios como el de Ugarte y García Lorca, cuando las élites cultas se rebelaron contra la alfabetización y culturización de los pobres. ¿Qué se habían creído esos muertos de hambre? A ese paso, ninguna mujer querría ser criada de nadie y todos los hombres pedirían aumento de sueldo.
Conocí a una mujer que empezó a trabajar como administrativa a los quince años. A los pocos meses, quedó embarazada por las narices de su jefe, militar de alto rango, aristócrata con varios títulos y dos veces grande de España. A pocos años de haber terminado la guerra, a pocos de haberse implantado el terror asesino de la dictadura, ¿adónde, a quién iba a denunciar la madre de esa pobre chica? La joven tuvo a su hijo; el aborto era inconcebible. Pero ella no hubiera abortado. Adoraba a ese niño hasta que una meningitis se lo llevó a los cinco años. Esa mujer llevó una foto grande de su hijo por toda América y al irse de este mundo, me la dejó. Hoy está en un mueble de mi despacho y desde ella, mi hermano me sonríe. Junto a esa foto, una foto de mi madre, de nuestra madre en plena juventud. Esa mujer luchó para que yo fuera a los colegios más caros. Me dormía con historias sobre su infancia en medio de la guerra y del hambre, pero también con rimas de Becquer y poemas del Siglo de Oro que se sabía de memoria. Mi madre me enseñó que la mejor medicina contra el aburrimiento y la depresión es un libro. Su hijo aprendió a leer a los cuatro años y todos me contaron que era un geniecillo. Gracias a los esfuerzos y caprichos de nuestra madre, los dos tuvimos una educación que jamás hubiéramos podido tener en el Madrid de la posguerra; él, gracias a ella y yo, gracias a los internados. Mi madre salió de ese Madrid del brazo de mi padre con veintipocos años y nunca quiso volver. La habían humillado demasiado. ¿Quién la humillaba en su todavía adolescencia? Gente como Ignacio Camuñas, como Pablo Casado y su sonrisa, como tantos que llevan a orgullo la infrahumanidad del PP, de Vox y de Ciudadanos que va del uno al otro según le convenga.
Nunca olvidaré la guerra, la guerra que me contó mi madre porque yo no había nacido, ni olvidaré la posguerra de fusilamientos, de hambre y humillaciones que rompieron el espinazo a muchos. Tampoco olvidaré mis veranos con mi padre en España, un país extraño que no entendía muy bien porque en su pueblo había hijos de emigrantes pobres con quienes estaba mal visto juntarse. En aquella época, Franco era el rey. Un día dije que era un dictador porque lo había oído en el extranjero y un amigo de la pandilla me dijo que a Franco le podían criticar los españoles por los bajines, pero no una extranjera como yo. En ese momento me dí cuenta de que yo no era de aquí ni de allá ni de ninguna parte.
Hoy España es un país de pobres y de inmigrantes con quienes está mal visto juntarse. Es, además, un país mucho más inculto porque muy pocos se matan el aburrimiento y la depresión con libros; prefieren el whatsapp, la tele, las series. Hoy muy pocos saben quién era Ignacio Camuñas en la política y la mayoría de los jóvenes no saben que al negar el golpe de estado, mintió. Hoy la mayoría no se sienten insultados ni humillados por la sonrisa de Pablo Casado ni por las mentiras de Montesinos ni por las paridas de García Egea. Hoy a nadie horrorizan los discursos de Abascal y sus huestes de Vox. Como dijo Isabel Rosso, eso va muy bien en las elecciones porque la ignorancia, la falta de educación y de cultura hacen que la gente sea muy fácil de manipular. Por eso las derechas no se molestan en elaborar programas de gobierno; con soltar mentiras tienen bastante porque los ignorantes y los incultos tragan todo lo que se les eche con gracia.
Por eso, ministro, un ruego: que el gobierno entienda que la cultura no es un adorno, que es un artículo de primera necesidad si se quieren ciudadanos libres y responsables, capaces de defender la democracia con un voto racional; que la cultura llegue a los obreros, a los más pobres mediante ayudas que la pongan al alcance de todos. Todo ser humano tiene derecho a alimentar su mente tanto como su cuerpo para disfrutar de plena humanidad. Por eso, ministro, una miaja de cultura para todos, por fa'.