Y es que Consuelo García del Cid Guerra ha puesto negro sobre el blanco del olvido a la clausura definitiva de las prisiones encubiertas en 1983, a las que se llevaba a las mujeres que el régimen franquista consideraba “desviadas”, y donde “el sistema de maltrato, abusos, y robo de bebés pervivió durante los primeros años de la democracia sin que a nadie le supusiera ningún problema ni remordimiento”, tal y como explica Elena del Pilar Ramallo Miñán, doctora en Derecho y prologuista del libro. “Su meticuloso trabajo de investigación desvela, a través de miles de expedientes, cuyos contenidos recogen únicamente prejuicios morales, miserias sociales, abusos sexuales ocultos, que a nadie le importaron jamás, tendencias homosexuales y rebeldía de las que no aceptaban ser sumisas y mansas, cómo miles de mujeres fueron acusadas de tener la moral torcida e internadas en centros de reeducación —manicomios—. Sin embargo, estas mujeres no padecían trastorno alguno, más allá del rechazo social. La Iglesia fue cómplice a través de sus congregaciones religiosas, que en realidad eran carceleras de mujeres”, añade la jurista.
Ahora este libro de Anantes Gestión Cultural y que por justicia poética se presentará el próximo 28 de mayo en el Pazo de Meirás, “será el primer acto público que se llevará a cabo allí”, subraya la investigadora, se convierte en la voz de toda una generación de mujeres, “la de los años 50, que hemos tenido que soportar todo tipo de agravios, los mismos de un pasado reciente que insiste en regresar para recordarnos que algo habríamos hecho para estar allí”. Esta es una entrevista en exclusiva con una mujer que nació libre y que no ha temido a nada ni a nadie. Una mujer que de tanto miedo sufrido perdió todo el miedo.
- ¿Cuántas insurrectas fueron maltratadas en Ciempozuelos y en otros centros? ¿Se tiene alguna certeza del número?
No me constan cifras porque la mayoría de los documentos del Patronato de Protección a la Mujer han desaparecido y sólo hay como último dato de las internas en reformatorios "traslado a Ciempozuelos", el rastro se pierde ahí. Cuando saqué a la luz el Patronato yo me encontré con una laguna documental y un desierto informativo. Desde 2012 trabajo en ello. En Ciempozuelos existía un pabellón llamado "Las Patronatas", especialmente creado para las tuteladas por la institución, y contaban con un trato distinto al resto de las pacientes.
El psiquiatra Guillermo Rendueles lo corrobora, habla de una "cierta consideración hospitalaria", hasta tenían habitaciones individuales, aunque podían pasar de la cama al encierro, encadenadas, según su comportamiento. Ingresaban por trastornos de conducta u homosexualidad, sin diagnóstico concreto, cuando en realidad se trataba de las insurrectas que se rebelaron en los reformatorios, y había que tener un par para hacerlo, eso te lo garantizo. Si el mismo Doctor Rendueles, Psiquiatra, supo de la existencia del Patronato cuando empezó a trabajar en Ciempozuelos, imagina el resto de la población. No se sabía. Era un sistema penitenciario oculto para mujeres de los 16 a los 25 años.
- De Ciempozuelos se hablaba en todos los centros de España como un destino final sin posible regreso y donde la vida para ellas estaba entre un cuartel militar y una cárcel
El único "regreso" era la fuga. Algunas lo consiguieron, pero muy pocas. El psiquiatra Rendueles ayudó a escapar a una "Patronata". Las tuteladas por la institución padecieron centros de reforma franquistas mil veces peor que un cuartel militar. Anuladas, sometidas, explotadas laboralmente siendo menores de edad, adoctrinamiento religioso, lavado de cerebro, celdas de castigo y aislamiento. Cierto que Ciempozuelos era el destino final. Eran separadas de sus hijos e hijas. Con algunas, ni siquiera se molestaron en expedir su DNI, estaban en tierra de nadie, institucionalizadas para los restos, completamente desamparadas.
Los corroboraba el Patronato, que dependía del Ministerio de Justicia, tras los informes facilitados por los reformatorios franquistas en manos de sus congregaciones religiosas auspiciadas por el mismo. No querían rebeldes ni homosexuales. Cualquiera que se salía de la norma podía ser trasladada a Ciempozuelos o al psiquiátrico de Arévalo.
- ¿Todas eran abandonadas a su suerte con camisas de fuerza y encadenadas a la cama?
Dependía de cada caso y su comportamiento individual. No se las ponía una camisa de fuerza inicialmente y sin más, por así decirlo, y tampoco se las encadenaba a la cama si no protestaban o protagonizaban algún acto considerado como rebeldía. Ingresaban por “trastornos de conducta” en los reformatorios, por tanto, las insurrectas del Patronato ingresadas en psiquiátricos eran carne de cañón para el sistema.
- Una policía femenina paseaba por las calles en busca de adolescentes cuyo comportamiento era considerado fuera de la norma. ¿Cómo era esta Gestapo?
Esa Gestapo a la española para mujeres contaba con la figura de las celadoras guardianas de la moral. Eran señoritas que habían aprobado una oposición, es decir, funcionarias, cuya formación pasaba por tener una moral intachable y ser afines al régimen franquista. Paseaban por las denominadas zonas de conflicto (bares, piscinas, bailes, cines…) y en el momento que ellas consideraban que una menor (hay que recordar que la mayoría de edad era a los 21 y para las tuteladas por el Patronato se extendía a los 25) se encontraba en “actitud sospechosa”, llamaban a la policía. Después se las detenía y eran conducidas al Centro de Observación y Clasificación (COC), una especie de comisaría no reconocida como tal del Patronato gestionada por monjas.
Allí pasaban una semana, dormían las celdas y comían con cubiertos de plástico, igualito que en las cárceles. Se las hacía la prueba de la virginidad y se las catalogaba de “completa”, la que era virgen e “incompleta” la que no. Este hecho era determinante para el Patronato, que decidía el destino de la chica a un reformatorio más o menos severo.
- El diagnóstico para todas ellas era siempre el mismo: “trastorno de conducta”
Trastornos de conducta u homosexualidad. Las lesbianas fueron cruelmente castigadas por su condición sexual. Vivieron un infierno doble dentro del mismísimo infierno. Algunas conseguían pasar desapercibidas, pero quienes lo manifestaban claramente o las monjas encontraban cartas de amor dirigidas a otra interna, eran sentenciadas. Fue horroroso, pagaron por ser como eran, cierto que las demás también, pero ellas fueron tachadas de malas, pervertidas, poseídas por el diablo, degeneradas y un sinfín de calificativos espantosos. No se las dejaba ser y mucho menos estar. Todas las lesbianas tuteladas por el Patronato merecen ser condecoradas por ese Orgullo Gay que entonces ni siquiera existía.
- Velar por la moral de la mujer caída o en riesgo de caer era el lema del Patronato que ejercía su patrón de adoctrinamiento hasta las últimas consecuencias. ¿Cuáles eran estas consecuencias?
Llevar minifalda, besarse en la última fila de un cine, saltarse las clases, estar en la calle fuera de horario colegial, no someterse a los rigores familiares, quedarse embarazada fuera del matrimonio, manifestarse contra la dictadura, ser homosexual… cualquiera que se salía del patrón moral franquista podía ser encerrada en reformatorios. Fregar, rezar y trabajar a destajo, en silencio, sin tener libertad para elegir amigas y con la correspondencia censurada, además de otras lindezas represoras máximas construyeron el sistema de los reformatorios.
- Había también ingresos de chicas que llegaban “por amores mal avenidos”.
Novios que no eran aceptados por los padres, fugas del hogar familiar, huérfanas que iban del orfanato al reformatorio comiéndose toda la cadena de centros represores. Violadas por sus padres y hermanos cuando el violador campaba por sus fueros sin ser juzgado y se las encerraba a ellas. ¡A ellas! El trato no siempre era el mismo y dependía de su conducta. Había favoritismos, cómo no, pero por la conducta en los reformatorios, si eran mansas, sumisas y acataban las normas, lo tenían mucho mejor que las demás.
- También eran motivo de internamiento, ingresos en manada de hermanas o primas eran bastante frecuentes. Algunas, hijas de emigrantes con residencia francesa…
Cierto. Se trataba de familias pobres que no podían mantener a sus hijas y por eso ingresaban hermanas que a veces eran separadas. También había francesas, belgas, marroquíes, venezolanas, colombianas, portuguesas… hijas de emigrantes. Recuerdo a dos hermanas de Camerún abandonadas a su suerte, eran hijas de españoles y sus padres nunca fueron a verlas. Muchas cartas, eso sí, pero desamparadas.
- El franquismo encerró a supuestas prostituidas y también a quienes lo eran.
Para el Patronato todas eran prostitutas o golfas. No cabían tantas en España. ¡Mentira podrida! La palabrita de marras la aplicaban a cualquiera. He leído verdaderas atrocidades en los expedientes que no tienen nada que ver con la realidad. Si la conducta de una adolescente era contraria a los deseos de sus progenitores, ellos mismos las entregaban. Por faltar una noche a casa encerraban a cualquiera.
- Las mismas internas despreciaban a las prostituidas marcando una diferencia notable y cruel como merecedoras del castigo…
En los reformatorios más duros, sí. Se juzgaban unas a otras con mucha facilidad. También hay que tener en cuenta a las “chivatas”, que para conseguir favores de las monjas delataban compañeras. Eso ha pasado siempre en todas las comunidades y muy especialmente en las cárceles. Nada nuevo.
- ¿Eran catalogadas como putas por el relato familiar o por el mismo Centro de Observación y Clasificación?
Las mismas familias podían entregar una menor al Patronato acusando falsamente a su propia hija. Del resto, se encargaba el COC. También denunciaban curas de parroquia o vecinos. “Otra que no es virgen, todas son unas putas”, palabras de un ginecólogo del Patronato tras el examen médico, humillante por demás. ¿Por qué se hacía semejante prueba al ingresar? Un horror.
Las lesbianas eran catalogadas como pervertidas.
- ¿Incluso se las hacía pasar por exorcismos?
Fueron dos testimonios anónimos los que me hablaron de exorcismos ante ataques de histeria, autolesiones e intentos de suicidio, algo muy habitual en los reformatorios.
- ¿Y las monjas lesbianas eran exculpadas?
No. Eran expulsadas de la congregación. También se las castigaba. Eso no estaba tolerado de ninguna manera, ni en internas ni en monjas.
- Hablas de que muy pocas lesbianas tuvieron suerte
Contadas con los dedos de una sola mano. Consiguieron disimular su condición haciendo grandes esfuerzos que no tenían por qué hacer. Insisto: se cebaron con ellas hasta extremos inimaginables. Castigo sobre castigo.
- Estaban también las embarazadas. ¿El fin de su encierro era solo el robó de sus bebés?
Las que estaban desamparadas por sus propias familias, sí, y en otros muchos casos, más de lo mismo. El robo de bebés en los reformatorios era algo de lo más natural, nada ni nadie lo cuestionaba y las monjas estaban completamente convencidas de estar haciendo el bien y “salvar” a los bebés de “malas madres”. Esto no se puede contemplar con los ojos de 2021. Se quebrantó la frontera entre el bien y el mal, algo muy característico de la dictadura franquista. Quedarse embarazada fuera del matrimonio era el peor de los pecados. Los padres las echaban de casa, eran “la vergüenza de la familia”, y el sello final lo ponía el Patronato.
- ¿Y los malos tratos a las pobres chicas embarazadas también era algo muy normal?
“¡Golfa!, ¡Puta!, ¡Has desgraciado tu vida!, ¿No te dolía cuando lo tenías debajo? ¡Si te diste el gusto, aguanta ahora el disgusto!, ¿Quieres un espejo para ver cómo pare una perra?”, esas eran las palabras de las monjas a las madres que daban a luz en los reformatorios. Les hacían cargar embarazadas con sacas de correo en camiones, fregaban suelos a rodilla con la barriga en la boca, las ponían a fregar para que dilataran. No tenían ni un sólo gesto de cariño y menos de compasión. Inhumanidad pura y dura.
- ¿El suicidio era su liberación para dejar de sufrir?
Sí. Suicidio o fuga, es decir “libertad o muerte”, la eterna frase tatuada en tantos y tantos presos es una realidad, es el grito tintado en los brazos de las víctimas. Empezaban lentamente con autolesiones, cortes de venas: “¡Déjate de tonterías!”, cuatro puntos de sutura y aquí no ha pasado nada. Se arrojaban por las escaleras o se tiraban por la ventana. “Estaba loca”, eso decían. “No estaba bien de la cabeza”. La muerte es el final, y ese pensamiento sobre el sentimiento, siempre recurrente. Acabar con todo, dejar de llorar, de padecer un sistema que mató en vida a las supervivientes cuyas secuelas no desaparecieron jamás. Las muertas, al fin, descansaron en paz. Este libro las recuerda y conmemora, porque nadie lo ha hecho, son las grandes olvidadas de una memoria reciente que llevo sembrando, sola, hace diez años. Va por todas ellas.