El problema no es el negarse a decir o a hacer cualquier cosa cuando la negación se basa en una opinión sustentada por argumentos contrastados. O bien en la legalidad vigente o basándonos en criterios éticos o morales con los que creemos defender mejor la búsqueda del interés general y del bien común. También, a veces hay que ser tajantes en la no tolerancia hacia determinados atropellos. No permitir la violencia, respetar cuando una mujer dice no, no permitir comportamientos abusivos, no a la prostitución, y tantos noes que comportan responsabilidad y sentido humanista y cívico de la vida. Pero, lo peor es cuando personajes, o personajillos, con mucho poder y repercusión pública o muy mediáticos, dan en”tontuna” y lanzan un negacionismo paranoico, que lleva directamente a miles, o millones, de personas a las UCI y a la muerte. Por ahí no pasamos.
No sólo me estoy refiriendo a histriónicos personajillos faranduleros como Victoria Abril, Miguel Bosé y otros tantos bufones ociosos a causa de la pandemia que nos asola. No solo me estoy refiriendo a esos freakys que incluso niegan que el hombre haya conseguido pisar la superficie lunar, o que actualmente nieguen que el vehículo no tripulado de la NASA, Perseverance, haya pisado el suelo de Marte. Estos freakys negacioncitas tienen una cierta utilidad para generar contenidos audiovisuales en programas llamados ”de misterio” para el entretenimiento general. En definitiva, circo para el pueblo, carente de cualquier rigor o análisis profundo.
Pero las peores consecuencias se generan cuando individuos, con mucho poder y repercusión pública, adoptan posturas y vierten opiniones, sin base científica alguna, que acarrean efectos colaterales muy negativos para la salud o para la vida de millones de personas. Y aquí entrarían los infames dictadores de la estupidez humana. Dirigentes como Trump, Bolsonaro, Obrador, Johnson, en menor medida, y otros presidentes que desde el principio han negado, contra toda evidencia científica, los efectos negativos del SARS-CoV-2 sobre la salud. O el beneficio de ponerse las mascarillas y su disensión a seguir las pautas marcadas por los médicos, epidemiólogos y expertos en salud pública. Estas actitudes han tenido consecuencias funestas para sus países; por ejemplo sólo en los Estados Unidos, más de 500.000 muertos en menos de 1 año. Se trata de muchas más víctimas de las que perdieron la vida en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, la Segunda y la de Vietnam.
Sin ir tan lejos, también tenemos por aquí los negacionistas chapuceros de andar por casa. Como la desnortada presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, que en el inicio de la pandemia se negaba a cumplir cualquier recomendación, indicación, normativa o prescripción emanada del Gobierno central en post de frenar la expansión del Covid19. Su obsesión consistía en negar, constantemente, la legitimidad de dichas medias y del propio Gobierno español, basándose únicamente en su “experiencia” de gestión de pandemias y, puede ser que también en su “instinto”. Un comportamiento que podría catalogarse incluso de cómico, si no fuera por la cantidad de enfermedad que deja y de muertes que se lleva por delante. Convirtiendo a Madrid en el epicentro de las fiestas clandestinas, a lo loco y sin mascarillas de toda la juventud europea.
También tenemos en la fauna política nacional, otros dirigentes estramboticos del negacionismo que coinciden, curiosamente con Abril y Bosé, como el ultra, Santiago Abascal, a quien no le importó apoyar las manifestaciones negacionistas contra las mascarillas. Y que dejó clara su posición con respecto a los confinamientos y cierres de negocios por razones de salud pública. Coincidiendo de pleno con la presidenta Ayuso, porque como hemos dicho en este periódico otras veces, para ellos, “los muertos no votan… pero los hosteleros sí”. Y ahora que ya nos acercamos al 8M tanto Ayuso como Abascal aprovechan para intentar echar abajo el movimiento feminista…
Tampoco queda fuera de la ecuación negacionista, en este caso en el terreno de la Constitución y la responsabilidad de Estado, el ínclito jefe de la oposición, Pablo Casado, líder del PP. Su partido se niega a cumplir el mandato constitucional de renovar ciertos organismos y entes públicos como el CGPJ. También niegan la evidencia de la corrupción masiva en la que el PP se ha sustentado para financiarse desde su creación. Niegan también la pluralidad cultural y territorial que desde hace muchos siglos existe en España. Se han instalado en el NO -incluso echando los muertos a las espaldas del Gobierno- como principio a cualquier avance social aunque luego por presión social no tengan más remedio que someterse al imperio de la ley: al divorcio, al matrimonio entre personas del mismo sexo, a la ley de igualdad, a la ley de dependencia, a la universalidad y gratuidad de la sanidad pública, a la eutanasia…etc. Pero ellos, en principio, siempre niegan cualquier propuesta que no les aporte beneficios económicos directos.
Pero ¿qué podemos esperar de políticos que incluso han negado la legitimidad de un gobierno progresista emanado de la voluntad soberana y expresada democráticamente por el pueblo español y sus representantes políticos?. En definitiva y para concluir, el negacionismo mata.