Los violentos entre los jóvenes no dejan de ser una minoría. El problema, que viene de más atrás, es que el malestar general y la desconfianza hacia el sistema y las instituciones se ha extendido entre los jóvenes en medio de una bronca política agotadora que supone un pésimo ejemplo para la convivencia ciudadana. Por otra parte, asistimos al avance de los discursos populistas ultranacionalistas con sus dosis de desinformación y mentiras.
Algunas personas jóvenes, por las razones expuestas, aprovechan hoy la bandera de la libertad de expresión para convertirla en una válvula de escape. Pero digamos una y mil veces que la libertad de expresión en una democracia no se defiende con actitudes injustificables de violencia callejera. Y menos aún en nombre de la cultura.
Hoy es el caso Hasél, mañana puede ser una movilización para denunciar la confrontación política en medio de un paro juvenil insostenible o la respuesta a la corrupción. En medio de una tormenta política perfecta, cualquiera puede ser la chispa para generar, con ayuda mediática, una explosión social.
La cuestión reside en cómo responder desde la política para que el problema no se convierta en irresoluble. Se trata de sacar el país adelante, haciéndolo con responsabilidad, ética democrática y una gestión eficiente y transparente de los recursos presupuestarios para políticas públicas y de los fondos europeos destinados a la recuperación social y económica.
Atravesamos un tiempo con demasiadas turbulencias, en España y a nivel global. Ayudemos a que pasen en vez de crispar más la vida política en las instituciones, en la calle o en las redes.
Para que pasen las turbulencias, no olvidemos los objetivos centrales de un gobierno de coalición de izquierdas que tiene la responsabilidad histórica -que es a la vez una gran oportunidad- de saber gestionar un estado de emergencia con medidas que refuercen la cohesión y los valores de una democracia que ha de seguir avanzando. La ruptura del Gobierno de coalición supondría entregar el poder a la extrema derecha.