Han pasado unas semanas y ya extraño su voz por las mañanas, es como no tomarse el café que te da la fuerza para iniciar el día. A buen seguro que muchos se alegrarán de su voluntario silencio. Ni le escuchaban, simplemente oír su nombre les da repelús. No es un decir, los conozco. A otros les resultará indiferente, sólo les parecía bueno cuando coincidía con su opinión. Están a los que les daba resuelta su opinión sobre el tema. Opiniones para todos los gustos…sería bueno, parafraseando a Ganivet, que se pudiera decir eso de: este español está autorizado para opinar lo que le dé la gana.
Lo bueno que tiene Iñaqui Gabilondo, para aquellos que nos gustaba oírle a diario y eso se ha producido en varias generaciones desde la transición hasta aquí, es que nos ha incitado a pensar, incluso a pensar diferente a lo que él creía, pero por lo menos a pensar.
El ejercicio de pensar no es tan común como nos creemos y tener criterio propio, menos. Por ello este periodista es digno de admiración; no por ser capaz de formular todas las mañanas una opinión inteligente sobre lo urgente e importante y sobre todo saber elegir tema. Trazar con maestría de manera permanente un relato, como se dice ahora, desmenuzando lo que está pasando tiene un mérito digno de elogio en un tiempo de exabruptos. Además, con la cercanía y rapidez que pasa todo ante nuestras narices tener perspectiva no es fácil. Su mérito, tener la rara habilidad en estos tiempos de verdades absolutas, la de incitar a mirar la luna y preocuparse cuando la mayoría se empeña en ver solamente el dedo.
Si esa mayoría es la gobernante ha utilizado la ironía para indicárselo, ¡al que manda le duele! El arte de comunicar es eso, la mentira les aseguro que no, tampoco la hipérbole de lo que sucede, pues aunque sea real, si es exagerado pasa a ser mentira.
Gabilondo ha sido, en estos cuarenta y pico años de democracia, un agitador del pensamiento, con quien a veces se está de acuerdo y otras no, pero que te ha obligado a reparar que en el camino hay charcos y que si corres sobre ellos sin verlos no solo salpicas a otros caminantes, sino que tú terminas poniéndote perdido. Su crónica diaria de lo que nos afecta, sin lugar a dudas si está bien argumentada, y asi es, deja siempre una propuesta de un cometido a hacer para los que mandan. Ello también te convierte en poderoso es lo que todo gobernante teme, que la opinión publicada se convierta en opinión pública.
Gabilondo, hombre que se define de centro -izquierda, ha repartido estopa a derecha e izquierda, a mi entender eso le ha otorgado objetividad a su opinión que por esencia las opiniones son siempre subjetivas, pero no casarse con nadie ha demostrado a sus seguidores que no era el muñecote o amigote del poderoso al que todos rinden pleitesía. Desde Felipe González hasta Pedro Sánchez, pasando por todos los demás, han sido objeto de su verbo sereno a la par que contundente. Me consta que hubo un tiempo que se esperaba la intervención matutina del periodista donostiarra para saber cómo enfocar la comunicación gubernamental, esto él lo ha rechazado con falsa modestia, pero a todos nos gusta tocar partes sensibles a los mandamases, el tema es saberlo hacer con rigor y educación. La cuestión es que en su caso los argumentos solían ser bastante irrefutables, como decía el poeta “el problema de la verdad es que no tiene remedio”.
Evidentemente siguiendo este hilo siempre hay que dar la vuelta a una carta sobre la mesa, la que dice “una cosa es predicar y otra dar trigo”. En España, tenemos interiorizada la imagen de los jubilados desde la valla dirigiendo la obra e indicando a los obreros como lo tienen que hacer. Molesta y mucho. Igualmente, al gobernante, aunque sea Gabilondo, no les hace ninguna gracia que mientras están en plena faena el espectador desde el tendido grite “por la derecha no Maestro, no tienes ni idea”. Ahora bien, la libre opinión no deja de ser una de las mayores grandezas de la democracia y cuando se hace con respeto, seriedad y fundamento siempre bienvenida sea.
Lo verdaderamente preocupante son las razones por las que Gabilondo se aparta cuando aún se encuentra a pesar de su edad con la frescura y agudeza de siempre. Dice que se marcha por cansancio, hartazgo, la de creer que hay otra España posible. Una tercera España que decía Madariaga capaz de poner lo mejor de sus talentos a trabajar, a pensar, a construir y hacer que por una vez en nuestra historia lo plural, diverso, diferente sea para ser más fuertes, pero España no es un país fallido es solo imposible. Somos muchos lo que con él pensamos que esa España puede existir, que no es necesario helar corazones, ni morirse, ni bostezar. La verdad si queremos elegir un momento para emerger ese país, que se me antoja, idílico es este en el que todos sin distinción sentimos un terrorífico vértigo.
Y ahora Iñaki viene a decirnos: ¡Llevo demasiado tiempo intentándolo y nada! Anda y pensad vosotros solos, ¡Me habéis cansado!