El año que dejamos atrás, 2020, todo él se ha caracterizado por el desastre humanitario de la pandemia del Covid19. Estamos intentando salir de la peor crisis sanitaria del siglo agarrándonos a las vacunas como si de un clavo ardiendo se tratase. Y unos, como siempre, están del lado de los héroes, los sanitarios y personal hospitalario, los científicos, los bomberos, los policías y el Ejército, los de abastecimiento y movilidad, los políticos que se han desvivido, día y noche, durante diez largos meses, sin apenas ver a sus familiares, ni vacaciones, ni fines de semana, obligados a tomar medidas trascendentales, audaces, rápidas para salvar vidas y “no dejar a nadie atrás”. Y por el otro lado, los villanos, los que aprovechan la emergencia para, sin salir de sus poltronas, señalar con el dedo acusador a quienes se dejan la piel -con aciertos y errores- salvando vidas y legislando a marchas forzadas para evitar que el país se hunda en la depresión sanitaria, emocional y económica (34 RD-Ley en un año). Y al igual que Cheney y el gabinete de guerra norteamericano, con el negocio de las armas, aquí tenemos en España, a Casado, Ayuso, Lamela, Aznar, M.A. Rodríguez, y su silente gabinete del negocio de la Sanidad privada, que llevan tres décadas explotando y no quieren dejar de seguir percibiendo dividendos, a costa de la pandemia y de sus enfermos, de los muertos y las morgues. Y también del negocio de las Residencias de Ancianos, la mayoría en manos de fondos buitre, dirigidos por personal de apellidos compuestos, ligados, de una forma u otra, al gabinete de sanidad político-privada relacionado con los gobiernos populares de Madrid.
Como distinguía Humberto Eco, allá por los años sesenta, en las sociedades siempre afloran los Apocalípticos y los Integrados. Algún matiz sociológico se ha añadido a esta clasificación, seis décadas más tarde, casi un siglo después, en el que los escrúpulos ya no forman parte de la clase política, y las fake news o mentiras flagrantes, se han adueñado de lo que llamamos la opinión pública, que se permite el lujo de llamarlas “verdades alternativas”. No sólo es cuestión de ideología, que también. Pero en honor a la verdad, en esta extraordinaria crisis sanitaria, hemos visto también a presidentes autonómicos del Partido Popular, Feijoó, Mañueco, Bonilla, Miras, arremangarse y coordinar con el ministro Illa y la comunidad científica, tanto nacional como internacional, para evitar el desastre en sus autonomías. Hemos visto al Gobierno de Sánchez, caminar exhausto entre la vida y la muerte, entre salud y enfermedad, entre sanidad y precariedad, intentando coordinar con todas las autonomías españolas, dándoles su lugar -dado que tienen las competencias en gestión sanitaria- y juntar todos los esfuerzos -sin mirar color político- para tratar de vencer al virus, salvar vidas, curar enfermos y atajar paralelamente la caída de la economía de todo un país.
Y también hemos visto, como no, aflorar de forma espeluznante a los villanos que no hacían otra cosa sino señalar con el dedo acusador para generar crispación, echando los muertos a las espaldas de la tripulación (Gobierno) que estaba y está dejándose la piel para evitar que el barco se hunda, que la aeronave se desestabilice y caiga, en lugar de arremangarse, arrimar el hombro y achicar el agua, como hacen todos los barones regionales allí donde les han votado. En realidad digo bien, como hacen los barones regionales, con la excepción de una singular baronesa, la insigne presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, más conocida como IDA, concebida por obra y gracia de Jose María Aznar con una sola finalidad, ¿creen que es gobernar y mejorara la vida a seis millones de madrileños? No. Está diseñada para decir No a todo lo que venga de Pedro Sánchez, en medio de la peor tempestad, caiga quien caiga, enferme quien enferme, o muera quien muera. Y para ello sí tiene los atributos necesarios: pocas luces, desvergüenza y una falta absoluta de sentido del ridículo.
Sus resbalones intelectuales, su falta de lógica y su ignorancia atrevida ya es causa de risa y bochorno. Una risa y un bochorno utilizadas como herramientas de despiste para el auténtico objetivo: el negocio de la Sanidad privada en Madrid. Esquilmada, troceada y repartida a cachos por su predecesora, Aguirre, que facilitó a sus ex consejeros de sanidad ingentes negocios con la privatización de Hospitales y la creación de negocios abastecedores, que en esta pandemia, han seguido haciéndose con el IFEMA, facturando los servicios por el triple de su coste, o construyendo el “fantasmal” hospital Zendal, sin personal, sin quirófanos, sin habitaciones, como un solar feo e inexplicable para aparcar infecciosos, que ya está facturando y ávido de llenar con los que “vengan” en la tercera oleada.
¿Será casualidad que Ayuso sea tan laxa en las restricciones para evitar los contagios?¿Será casualidad que saque obligado al personal de los hospitales públicos y la atención primaria para llevarlos al Zendal?¿Será casualidad que haya triplicado los costes del hospital y contratado ya los servicios de sus empresas proveedoras nacidas de la privatización y algunas pilotadas por ex miembros de los gobiernos populares de sus predecesores, Aguirre, I.González y Granados?. ¿Será casualidad que el Zendal haya sido construido al lado de La Moraleja, la zona más cotizada para una eventual venta posterior y pelotazo?
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Parece duro, pero la falta de escrúpulos de determinada clase política -muchos de ellos ajusticiados, condenados y en prisión o libertad condicional- ha venido acompañada también de la huida de nuestra inocencia colectiva. ¿Quien duda hoy en día de que los asesores de Bush, hijo, en la Guerra de Irak, eran los gerentes de la gran industria armamentística con la que mataron a cientos de miles de inocentes civiles?¿Quien cree hoy día que aquello fue una casualidad?.
Lo dicho, las emergencias más terribles afloran lo mejor o lo peor del ser humano y crean grandes héroes o villanos sin escrúpulos.