En miedo de la rabia y el dolor podemos abordar el vergonzoso tema de la violencia contra la mujer, que la humanidad debe erradicar más pronto que tarde, con la misma urgencia del cambio climático y de la necesidad de vacuna contra el corona virus.
Las mujeres muertas y maltratadas, éstas a miles, no suman en el progreso de la sociedad. No aportan alegría ni conocimiento ni opinión a su entorno y por ende, a su ciudad y país.
El desgarro que esta violencia supone en mitad de las parejas y de las familias destroza los poemas de amor, las canciones de ensueño y todas las promesas no cumplidas, pero estandarizadas, de respeto y cuidado eternos.
La labor de los colegios e institutos, también de la universidad, de las guarderías y en general de todos los centros de enseñanza, es primordial para debatir con los alumnos y alumnas si es digno controlar el móvil de la pareja, sus entradas y salidas, su ropa o su opinión.
La pornografía denigra a la mujer con sus mensajes de sexualidad violenta hacia ella, y se vende como muestra de modernidad y libertad, igual que la prostitución, negocio muy boyante para los dueños de prostíbulos y mafias, triste, hipócritamente.
Este enorme problema que lleva costando más de mil vidas desde que se miden las muertas por esta causa en 2003, y millones a lo largo de la Historia, donde la misoginia ha sido moneda corriente, no se resolverá sin la cooperación de los varones ni las medidas sociales y políticas valientes de los gobiernos en este sentido.
Las denuncias falsas, excusa fácil de colectivos que tienen este argumento como única aportación al asunto, no llegan al 1%.
En un mundo donde únicamente las estadísticas mueven conciencias y determinaciones, el conteo de denuncias en comisarías y de muertas por violencia de género no para de crecer, como sería lo lógico en un mundo como el nuestro, que consideramos hipercivilizado, científico, racional y solidario.
La brecha digital y salarial no contribuyen a equiparar los sexos ni a desterrar el machismo. El desprecio y la minusvaloración no son signos de amor.
La tecnología, la propiedad de las grandes y medianas empresas, la ciencia, las religiones, los medios de comunicación y por supuesto los gobiernos y asambleas de diputados están dominadas por hombres que no sabemos si sienten como suyas las muertes de mujeres y el maltrato casero, familiar, oculto, amparado por la costumbre y la discreción vecinal.
Las campañas, los homenajes, los manifiestos son necesarios para erradicar este problema social en el que nos vemos envueltos, atrapados, con horror hombres y mujeres, pero el dolor y el patetismo no son suficientes para eliminar esta práctica de dominación de varones sobre hembras, empleando éstos su fuerza física, su estatus y la connivencia social , y que es solo el vértice de otras duras manifestaciones de abuso de poder del varón, como la violación, el acoso laboral o social y el insulto en las redes sociales.
Solo trabajar por la igualdad y llamar a las cosas por su nombre adelgazará esta locura que no merma un año ni otro. Solo la valentía de ambos sexos evitará más muertes y más golpes.
La sociedad necesita salvar a la mitad de sus miembros, sin prescindir de ninguno. No solo nos matan a todas las mujeres cuando matan a una. Todos morimos como especie con cerebro, capaces de haber llegado al siglo XXI, cuando golpean a una de las nuestras.
Teresa Álvarez Olías es autora de novela histórica y relato corto
Su últimos títulos son:
"El Relato" (https://cutt.ly/mhs6YtL)
"Campo de Amapolas" (https://cutt.ly/jhs6R61)