El Hundimiento ("The Downfall") es una película inquietante y magnífica que narra las últimas horas de Hitler y de su Estado Mayor metidos en un bunker y esperando su hora, la derrota del nazismo. Trump aguarda en la Casa Blanca mientras su ejército de seguidores orgullosos está dispuestos a continuar la lucha bajo sus mesiánicas mentiras twiteras. Hitler se suicidó, Trump quiere que se suiciden los suyos por él, la mitad de un país polarizado. Entiéndase este segundo suicidio como la continuidad de un populismo que busca el odio y el enfrentamiento. Sostiene Trump: “si no estás conmigo, eres mi enemigo”.
Les confieso que he intentado escribir este artículo que me ha pedido Concha tres veces y no he podido terminarlo.
La primera vez que lo intenté había visto, el miércoles, el discurso más helador de mi vida escuchando a un perdedor sin pudor, en vivo, en la CNN. En una comparecencia oficial, Trump, argumentaba que los medios de comunicación y determinadas fuerzas oscuras le querían arrebatar la silla presidencial que le correspondía (quizá por determinación divina, donde su dios es él mismo) en un acto de onanismo hedonista sin precedentes. Luego supe que muchas cadenas, NBC, CBS, ABC, habían interrumpido este discurso maquiavélico. Un discurso donde se ponía en duda el sistema democrático americano y se creaba una sombra sobre la manipulación en el conteo, argumentando que había sitios donde aparecían papeletas de la nada. Entonces recordé que unos días antes de la jornada electoral, una amiga republicana me dijo que le gustaba Trump porque está ahí cuando no tenía necesidad, era rico, “está ahí para ayudar”. Yo le pregunté siguiendo ese silogismo trumpista: “¿entonces cuando se presenta otro candidato lo hace para hacerse rico?” No me contestó. Al populismo no le gusta que le hagas preguntas, sólo le gusta decir frases hechas.
Lo que es cierto es que mucha gente no ha votado a los demócratas, ha votado en contra de Trump. Hace tres años mi amigo Fernando, americano nacido en Argentina, cirujano y judío me dijo: “No te preocupes, América es un gran laboratorio, a los americanos les gusta experimentar, cambian de equipo de baloncesto, después de un presidente negro, hay mucha gente que no ha digerido eso, ahora ha venido alguien a decirles que esos sentimientos racistas no tienen por qué ocultarlos y que deben sentirse orgullosos, pasará”. Cambié de canal, quise ver la reacción al discurso demoledor del presidente en la cadena que lo apoya sin cortapisas, la Fox. Un presentador de mandíbula cuadrada ofrecía como prueba del “robo” electoral del que hablaba el candidato republicano, era un video casero, donde un tipo en la oscuridad y con voz distorsionada decía que había visto una caja de votos fuera del almacén custodiado. Deje de escribir...
La segunda vez que intenté concentrarme en este artículo fue una hora después de que Joe Biden fuera proclamado presidente electo, la mañana del sábado aquí. Salí a estirar las piernas con la sensación de alivio del que ha pasado una noche larga y llena de pesadillas. En seguida escuché los pitidos de algunos coches de los que asomaban banderas americanas. Bueno, pensé, la gente está celebrando la caída de un sátrapa. Nada más lejos. Un coche grande enarbolaba seis banderas perfectamente colocadas; no era fruto de la improvisación festiva, estaban perfectamente montadas sobre mástiles. Una gran pegatina con la silueta de un fusil de asalto resplandecía en la trasera del auto. Eran banderas de apoyo al que había perdido. Ante mis ojos había más de un centenar de coches, cual ejercito camino de la batalla, banderas al viento. No era gente celebrando, era gente que reivindicaba la calle levantando sus cabezas soberbias. Ellos no habían perdido la guerra, quizá una batalla. Desde el asiento del copiloto una mujer con gorra roja grababa con una cámara la reacción de los transeúntes que paseábamos con las obligadas mascarillas. Unos jóvenes desde un vehículo cercano mostraban desafiantes sus manos enseñándole el índice erecto y provocativo. En otro coche un hombre negro ponía a todo volumen un rap que repetía como un mantra: “Fucking Trump, fucking Trump....” (jode a Trump). La mujer enfocaba con su cámara a todo aquello que supusiera una provocación; necesitaba, estaba buscando el grito en contra para reivindicarse y hacerse más fuerte, se estaba alimentando como lo hacen los totalitarios, de banderas, y señalando enemigos. Una pareja de edad indefinida paseaba sus perros con camisetas de apoyo a Biden y a Harris, ellos tranquilos hacían el gesto de adiós con sus manos a los enfurecidos fanáticos motorizados que habían puesto sus orgullos en manos de un hombre que les prometió hacer América grande de nuevo. La pareja siguió su paseo y yo dejé de escribir...
La última vez que he intentado escribir el artículo, fue mirando en el mapa de este país con el conteo de votos, teñido de azul o rojo. Me fijé en el estado del que nadie habla, en Alaska; el territorio más al norte, conservador, y que, supuestamente, siempre agrega tres votos electorales a la saca republicana, con alrededor de doscientos sesenta mil votantes. Llevaban cuatro días contando papeletas y sólo llevan el 50% del escrutinio. Lentos. Un voto conservador en ese estado vale como cinco votos de California para conseguir un presidente.
Biden sacará más de cuatro millones de votos que su oponente. En estas elecciones ha votado mucha gente, alrededor de ciento cuarenta y seis millones de personas. Con la pandemia en alza, cien millones de votos han sido por correo. Aquí al porcentaje de voto sobre la población apenas se le da importancia, para votar tienes que inscribirte, por lo tanto, votar pasa a ser una decisión individual y no un otorgamiento del Estado. En 1972 Nixon ganó a McGovern en un plebiscito en el que participaron el mismo número de americanos que en estas elecciones lo han hecho por el candidato demócrata, setenta y seis millones.
Un político debe procurar que sus partidarios le quieran, pero no que sus adversarios le odien tanto. Trump va a plantar batalla en los tribunales. Su lucha va a estar centrada en anular los votos con fechas de llegada posteriores al día de las elecciones, es su estrategia. Para poder hacer esto necesita de un ejercito de más de mil abogados que deben estar dispuestos a cobrar por sus servicios como auditores. Millones de dólares, tensión e incertidumbre que pueden golpear y crear más sombras sobre este sistema democrático.
Cuando discuto con republicanos siempre deslizan justificándose una primera frase: “con Trump hay que desligar al personaje de su gestión”. No se cómo se hace eso. Trump ha llegado hasta aquí con el espectáculo y para él el espectáculo debe continuar. Vive para ser la foto de portada. Muchos americanos están dispuesto y armados para ese combate guerracivilista, seguros de que su líder no les va a defraudar en los tribunales. Lo único decente que podemos hacer los demócratas del mundo es olvidarlo. Lo que más le puede doler, lo que le puede matar, es no ser el protagonista diario de nuestras vidas. Yo dejo de escribir de él pero no le olvido...
José Miguel Sánchez Guitián, trabaja en AI, vive en Los Ángeles (California). Ha escrito la saga de libros de Flamenco Killer y de Synchro editados por Kolima.