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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Biden, por narices y por esperanza

Biden, por narices y por esperanza

Hace muchos años, pusieron en televisión una película de terror llamada Creepshow -Espectáculo horripilante o algo así. Jamás hubiera ido al cine a ver una película de ese género, pero estaba en el sofá de mi casa y no podía levantarme sin estropear la fiesta a quien la quería ver conmigo, así que me la tragué. Me sentó fatal. No por la constante segregación de adrenalina que me causaron las escenas auténticamente horripilantes que se sucedían sin solución de continuidad, sino por el trasfondo inmoral, infrahumano que subyacía en las cinco historias de que se componía el engendro: padres que matan hijos; hijos que matan padres; persona que se convierte en un vegetal extraterrestre. En el show se ofrecía como entretenimiento lo peor del género humano sin un atisbo de juicio moral que lo condenara. Mi acompañante quiso consolarme. "Es solo una película", me dijo. Yo me quedé con la idea de que era mucho más, algo mucho más grave. Esa idea, que me había asaltado con otras películas, letras de canciones, libros, y que se me había hecho recurrente, no me dejó dormir.


Desde finales de los 60, ciertos libros y productos de entretenimiento me iban convenciendo de que existía una intención deliberada de pervertir la sociedad hasta deshumanizarla. Todo me lo ha corroborado desde entonces. Para no vivir obsesionada como los conspiranoicos ni amargada por el escepticismo ni mustia dentro de un caparazón estoico, me aferré a la esperanza y de tal forma, que ahora sé a ciencia cierta que la esperanza me acompañará hasta el último suspiro.

¿Qué pasó a finales de los 60? El optimismo de una clase media pudiente empezó a desmontarse como se desmonta un escenario después de una función. De la Primera Guerra Mundial salió una multitud de gusanos llevando carteras de negocios para esquilmar Alemania; a los monarcas destronados que vivían del trabajo del pueblo, les sustituyeron hombres de negocios y políticos corruptos dispuestos a vivir del trabajo del pueblo; el comunismo, que iba a ser la gran salvación de los trabajadores, resultó un régimen de privilegios exclusivos para las élites que vivían de los trabajadores tras privarles de libertad y condenarles a una igualitaria pobreza. En Europa aparecieron salvadores de la patria que prometían a los exhaustos ciudadanos el fracaso de todos los chupasangres y el éxito de todos los miserables que les siguieran. Apareció Mussolini, Hitler, Franco. Y se desató la Segunda Guerra Mundial, otra lucha abierta para hacerse con el poder y el dinero. Ganaron los americanos y, como ganaron, consiguieron convencer a sus clases medias blancas de que vivirían felices como ganadores, bajo el amparo de un Dios que les cubría todo: el racismo, la marginación de los fracasados que, si eran blancos, recibían el sobrenombre de basura. Basura era todo lo que no proporcionara dinero, siendo el dinero lo único que significaba éxito. Estalló la guerra de Vietnam y los jóvenes descubrieron, atónitos, que conceptos como la bondad, la igualdad, la democracia eran solo conceptos que se incorporaban a las falacias para atontar aún más a los tontos. Y mataron a John Kennedy, que se oponía a un mundo en manos de los traficantes de armas; y mataron a Martin Luther King, que se oponía al racismo; y mataron a Robert Kennedy que se oponía a las dos cosas y a una justicia corrupta y a muchas cosas más de las que dependía el éxito del emergente poder neoliberal. Y los jóvenes perdieron la esperanza y aliviaron su desencanto, su desilusión con las drogas.

Quiso mi destino que pudiera ver todo eso siempre a cierta distancia, sin peligro, pero nunca sintiéndome ajena a lo que pasaba. Me dije que no podía ser que el mundo de los seres humanos, que los seres auténticamente humanos, que los valores humanos que constituían la auténtica humanidad de los seres humanos se extinguiera bajo la botas de los infrahumanos autoritarios, bajo los zapatos italianos de los que bajaban de sus aviones privados con sus carteras de piel para cerrar negocios que comprometían el bienestar de millones. Me dije que no podía ser que el poder del dinero deshumanizara el mundo. Años después, vi que España también caía en las redes de los cazadores de hombres, mujeres y niños, para convertirlos a todos en clientes y venderlos a todos en la subasta de los mercados. Y seguí diciéndome que no podía ser.

No podía ser que los españoles, de vuelta del analfabetismo, de la miseria, de la sumisión; no podía ser que esos españoles que habían sobrevivido a la dictadura y habían abrazado a la democracia sin saber de ella más que su relación con la libertad, sucumbieran otra vez dejándose pescar en las redes de quienes querían devolverles a las profundidades más oscuras del pasado.

Un tipo joven que se llamaba Donald Trump y era dueño de torres de oro, escribió en un periódico americano que si alguna vez se presentaba como candidato, lo haría por el partido Republicano porque era el grupo de votantes más idiotas del país. "Se creen cualquier cosa que les diga la Fox", dijo. "Yo podría mentir y se lo tragarían todo".

No podía ser, me dije, que los españoles se tragaran cualquier cosa que les dijeran por televisión, en whtasapp, en las redes; cualquier cosa que les dijeran en mítines los manipuladores que querían deshumanizarnos a todos para conducirnos como robots a donde les pareciera que podían sacarnos más dinero. Eso podía sucederle a la población de cualquier país menos a la España de Sancho Panza, del Quijote, del Lazarillo de Tormes. Menudos somos los españoles, me dije.

¿Exceso de esperanza? A pesar de toda la manipulación, de todas las mentiras, en dos elecciones generales consecutivas ganó el Partido Socialista Obrero Español con Pedro Sánchez a la cabeza. Tuvo que gobernar con los de otro partido de izquierdas que, por bisoñez, todavía no saben muy bien de qué va el gobierno y a veces meten la pata, pero que tienen las mejores intenciones y están dispuestos a aprender. Luchando contra el viento gris y la marea negra de las derechas retrógradas, el gobierno sigue adelante, arrastrando hacia adelante a todo el país.

¿Exceso de esperanza? Ayer ganó las elecciones de la primera potencia del mundo Joseph Robinette Biden Jr, quien fue vicepresidente y mano derecha de Barak Obama; quien fue, durante cuarenta años, un valiente defensor de todos los seres humanos de su país sin distinción de raza, género ni posición social o económica.

Hoy puedo dar las gracias al país que me enseñó a jurar su bandera cuando era niña y donde aprendí a pensar; hoy puedo felicitarme por haber capeado una vida que no ha sido fácil sin soltar la tabla de salvación de mi esperanza. La misma esperanza que llevó a los americanos a votar por un modo de vida humano contra todos los que pretendían devolverles a la oscuridad de las cavernas.

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