Iluminados como Johnson, Bolsonaro, Putin, Erdogan, Netanyahu, Morawiecki, Orban, Lukasenko, Maduro, Ortega… son la punta de un iceberg formado por monarquías religiosas, dictaduras militares, imanes islámicos, dictadores civiles, que circula por los océanos de la política con total impunidad sin que nadie lo frene, unos por impotencia, otros por miedo y la mayoría por indiferencia. Si hacemos girar la bola del mundo que todos tenemos en nuestras casas, vemos el mapamundi de la pobreza, la ignorancia, la discriminación, el racismo y la violencia que permiten a una minoría, violar los derechos de la mayoria de los habitantes de este planeta. Una minoría que dirigen los lideres que hoy marcan tendencia, por decirlo con el lenguaje de las mal llamadas redes sociales.
Migrantes que huyen del infierno del hambre, refugiados de las guerras crónicas que enmascaran genocidios, negación de la realidad para adecuarla a sus intereses, uso espurio de los recursos legales que ponen en sus manos las leyes que juraron respetar, odio, división, explotación de los más vulnerables, xenofobia, son los programas de Gobierno de este tsunami de líderes que en nombre de una falsa democracia, representativa la llamaba el dictador Franco, manipulan los hechos y esconden la realidad, incluso la científica, para justificar sus desmanes sociales.
Por Juan Antonio Sacaluga
Con esta desoladora realidad, que la pandemia ha agravado todavía más, ¿por qué ha calado el mensaje de Trump y de sus clones, hasta el punto de que la sociedad les encumbra y permite sus métodos no solo antidemocráticos, sino directamente dictatoriales y fuera de la legalidad? Pues por un sencillo y simple motivo. Utilizan mensajes que van directamente al corazón y no al cerebro, al sentimiento y no a la razón, a la ficción y no a los hechos. Así justifican y hacen creíbles sus falsas afirmaciones a través un vehículo inmediato, cómodo y universal. Los tuit, mensajes que nadie puede refutar porque no hay confrontación directa, no hay debate, solo hay rebote.
El problema viene de lejos. Aristóteles ya nos advirtió de la necesidad de contrastar el discurso con los hechos. Una advertencia que José Ortega y Gasset recogió en su pensamiento al afirmar que las ideas se apoyan en hechos objetivos, son fruto del pensamiento racional y están sujetas siempre a debate. Las creencias, en cambio, quedan en el reducto de lo que no cuestionamos. Y esta pandemia nos ha puesto ante el espejo del pensamiento orteguiano. A nuestros científicos les exigimos todo tipo de argumentos para justificar que debemos poner una mascarilla o conservar una separación física con nuestros vecinos. A quienes niegan hasta la conveniencia de protegernos con una vacuna, sus seguidores sencillamente les creen ‘per se’. Son sus líderes. Aunque sean unos resentidos. Y ahí está un líder carismático como Cristiano Ronaldo desprestigiando la prueba PCR por la sencilla razón de que no le interesaba creer en ella. El mensaje de Trump, de Bolsonaro, de Johnson y de todos sus imitadores cala en la sociedad a través de estos personajes tan ignorantes como irresponsables.
La sociedad actual escucha, abre la boca y toma decisiones en base a juicios con muy poca información. El error está servido y les damos el poder a estos políticos que dirigen nuestros destinos mostrando una realidad deformada. Manipulan a los ciudadanos y dirigen su mano, guiada por la emoción, a la papeleta que debe introducir en la urna. Ahí está el peligro. Es la sociedad misma la que está destruyendo la convivencia democrática. La falta de reflexión es la que nos hace más vulnerables al dominio intelectual, la que nos puede llevar al mundo feliz de Aldous Huxley o a la granja orweliana.
Contrariamente al mensaje que lanzan estos dictadores de la democracia, los enemigos del sistema no son los migrantes, ni los diferentes, ni los homosexuales, ni los pobres, ni los científicos, ni los profesores, ´monstruos’ merecedores de que les corten la cabeza. Somos nosotros quienes estamos destruyendo la sociedad que heredamos de las anteriores generaciones, unas generaciones a las que estamos traicionando al darles nuestro poder a los verdaderos enemigos, esos que el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov identifica con el ultraliberalismo, el mesianismo, el populismo y la xenofobia, los cuatro elementos de los que nace el absolutismo y su negación a debatir los hechos.
Con una prensa superficial, simple y sectaria que crea líderes sociales en programas televisivos deleznables como ‘Sálvame’, ‘El hormiguero’ o ‘La resistencia’, donde se apela a las creencias y no a la razón con mensajes que por su simpleza deberían llevarte a desenchufar el televisor, no es necesario buscar otros enemigos. Los tenemos dentro, en esa ultraderecha que lideran Pablo Casado y Santiago Abascal, tantomonta, apoyados en los corífeos de ordenador y pesebre. Si la base de una democracia plena es precisamente el debate de las ideas y la discrepancia desde el respeto, analicemos la actitud de una de esas líderes que cabalga con los cuatro jinetes del apocalipsis hacia la destrucción de la democracia al estribillo de: el ultraliberalismo, el mesianismo, el populismo y la xenofobia.
Durante la sesión de control al Gobierno Autonómico de Madrid, la diputada de Más Madrid Mónica García, médica y portavoz de Sanidad de su partido, criticó la construcción del Hospital de Emergencias, ‘Enfermera Isabel Zendal’. La respuesta de la presidenta madrileña IDA fue paradigmática de estos personajes. “La curva de la pandemia es exactamente igual… es el reflejo de la curva de su boca: mustia” y añadió: “mientras yo lucho para frenar la pandemia usted y la izquierda se van amargando más día a día”. Se acabó el debate. Ni ideas ni hechos. Solo insultos y desprecio. La antítesis de lo que debe ser una verdadera democracia. Como dice el slogan municipal, en nuestras manos está la limpieza de Madrid, y del resto de España, añado. Y en nuestras manos está también dejar las urnas limpias de estos ‘destroyer’ de la democracia. Solo el conocimiento, la reflexión, el debate y la diversidad de ideas permitirán a la sociedad recuperar la capacidad de decisión que estos absolutistas, enmascarados como personajes de un comic, nos quieren quitar al grito de sangre o nación.