La crispación está marcando, de nuevo, la política y, más en concreto, la relación entre el Gobierno Central y la Comunidad de Madrid. Bien es cierto que la presidencia de Díaz Ayuso es más propia de un cómic de Batman que de la realidad; que en términos comunicativos, tiene las mismas formas que Trump -reducidas a twitter- y que, quizás en parte por consecuencia de lo anterior, el caos es insostenible. No obstante, el hecho de que el Gobierno de la Comunidad sea el que es no es óbice para guardar las debidas formas.
La lectura de Immanuel Kant se hace, pues, necesaria. En primer lugar, por el papel de la ética: habitualmente, pensamos en sus libros reduciéndolos al absurdo de no mentirle al asesino para que no nos mate porque “una mala acción es una mala acción”, no obstante, la búsqueda de la razón y su acompañamiento de la ética no podría resultar más conveniente. En segundo lugar, por el papel de la razón, que será lo que nos dé todas las posibles soluciones y ha de ser la guía de las medidas que se tomen.
Así, las Ciencias Naturales (exactas y precisas) nos dirán cómo bajar la curva. Sin embargo, las Ciencias Sociales nos dicen que la pobreza se sitúa como factor determinante en la pandemia. Con los datos encima de la mesa, quien leyendo los resultados de las Ciencias Naturales no cuente con las Ciencias Sociales cometerá el error de pensar que en esta macabra situación la sociología, las relaciones laborales o la economía no tienen nada que ver. El virus es fatuo, sin embargo, quienes nos situamos en la izquierda no debemos olvidar que, con perdón por lo virulento de la expresión, la precariedad también mata.
¿Y qué papel juega la ética en todo esto? En esta situación es fácil pensar en Maquiavelo y El Príncipe como forma de gobierno (aunque conviene decir que Maquiavelo pensó en su fin y sus medios para beneficio del Estado, no propio). Es tentador recurrir a expresiones como “salirse con la suya”, como es más tentador justificar los medios que llegar a buen fin, pero lo tentador en política rara vez es sano. Bien, ¿y si en vez de pensar en términos maquiavélicos pensásemos en términos kantianos?
Tanto la ciudadanía como los Gobiernos de las Administraciones deben utilizar la ética para crear el espacio público más cómodo. Los datos que nos dan las Ciencias Naturales nos dicen, por ejemplo, que el virus permanece en el aire, en las superficies, un determinado tiempo. Por eso, aunque no haya nadie alrededor, debemos no sólo no quitarnos la mascarilla, que por supuesto que no, sino llevar bien la mascarilla. Podemos pensar: ¿Quién va a enterarse de que no lavo la mascarilla de tela o de que me la quito? Tú. Y con eso debería ser suficiente. Respetar al resto de la ciudadanía también baja la curva.
No obstante, sería -precisamente- maquiavélico pensar que la ciudadanía es responsable de qué sucede. Los Gobiernos de las diferentes administraciones deben empezar a pensar más en Kant que en Maquiavelo para, por ejemplo, no enfangar el debate. Utilizar la demagogia –“estos menús de Telepizza son mejores que los que hay en Venezuela”- sabiendo que es demagogia, es ruin. Si no se sabe que esto es demagogia, entonces el adjetivo es otro y no merece la pena escribirlo. Por la parte que toca al Gobierno central, cuesta entender la necesidad de poner las ruedas de prensa a la misma hora que las del Gobierno de la Comunidad de Madrid.
De la misma forma, no es ético vestir lo intrascendente de trascendente y viceversa. Inaugurar un dispensador de gel hidro-alcohólico en el metro seis meses después de la declaración de la pandemia no parece un motivo serio para llamar a la prensa. Un mes más tarde, hacer un homenaje institucional y no invitar a quienes forman las instituciones resulta truculento. A su vez, igual de bochornoso resulta que Casado trate de dar mensajes desde una posición que el pueblo no le ha dado. Al mismo tiempo, lanzar bombas informativas que distraigan a la población o hacer declaraciones tan polémicas como inútiles con el sencillo objetivo de llamar la atención tampoco parece que respondan al imperativo categórico.
Finalmente, merece la pena analizar la afirmación definitiva: “Gobierna mal”. Gobernar mal es malo en sí mismo, no cabe duda, sin embargo, no es un hecho delictivo, ni malvado. Ser absolutamente incompetente o incapaz no hace mala persona a nadie. Por lo tanto, utilizar determinado vocabulario -que tampoco hace falta repetir- contra quien gobierne mal no es sano.
Responder a lo que consideremos un mal gobierno con improperios o con buenas formas marca una diferencia sustancial: mientras que la crispación no vale de nada, las buenas formas crean un ambiente adecuado para el espacio público, de tal forma que se trabajará mejor y, como consecuencia, habrá mejores leyes para la ciudadanía. Si normalmente ayuda, en los tiempos apocalípticos que vivimos, ayudarán más.
Como el buen humor tiene cabida en todo, diremos que la política en su conjunto ha recibido los más hermosos versos por parte de la ciudadanía. Y no sólo de la ciudadanía “de a pie”, pues no ha sido extraño escuchar al líder de la oposición vistiendo de grana y oro al total del Gobierno. De hecho, es lo que sucede habitualmente hoy en día, y es que suponemos que Pablo Casado no va a Bélgica sino a predicar todas y cada una de las virtudes de Pedro Sánchez. Si ya creemos que tan abyectas palabras no sirven para nada en Madrid, se pueden imaginar qué tan poco sirven en Bruselas.
Por el contrario, las buenas formas, ya sea en twitter o en la Asamblea, nos sirven no solamente para crear el ambiente adecuado, también son un signo de consideración hacia un ente clave en democracia: “El Otro”. En democracia, gracias a la providencia, existen distintas sensibilidades que son votadas o no por el pueblo, situándolas o no en el Asamblea. Considerar al Otro es, en realidad, considerar a la gente que ha votado por esa persona. Al mismo tiempo, es menester pensar en quién es “Otro”, es decir, un ente diferente o contrapuesto al “yo” y diferenciarlo de quién es “ajeno”. Llegar al espacio público -es decir, la Asamblea- para destruir el espacio público o anular al Otro es, automáticamente, motivo más que de sobra para ser expulsado. De otra forma, entraríamos en la paradoja de la democracia de Popper, vital para comprender la esfera pública de Arendt.
Siguiendo esta línea, debemos pensar en cómo es la oposición del PSOE en la Comunidad de Madrid para que esta reflexión nos lleve al cómo debería ser. Puede que el debería ser se parezca al es más de lo que pensamos. Tenemos muchas opciones, la mayoría válidas, pero ninguna de estas opciones será “virtuosa” si no se nutre de las dos palabras que han vertebrado este escrito: razón y ética. Valorar, razón mediante, las opciones, contemplar los escenarios y, desde ahí, ejercer el parlamentarismo de la forma más ética posible para que nuestro espacio público, nuestra Asamblea, nuestro foro -como quieran decirlo- sea más parecido al que pensó Hannah Arendt que al que tenemos ahora.