"No volveré a ser joven", tituló Gil de Biedma su poema más deprimente. Empieza con la confesión de que uno empieza a comprender con los años que la vida iba en serio y termina con el terrible veredicto, al que llama "verdad desagradable", de que la vida es una obra de teatro que consiste, exclusivamente, en envejecer y morir.
Nos ha tocado vivir nuestra "obra de teatro" en un escenario decorado con miles de cadáveres y de enfermos. Al fondo, una comparsa silenciosa que lo dice todo con la expresión de sus caras. Unas expresan terror; otras, incertidumbre; otras, hastío; otras indiferencia. En el proscenio, todo el elenco de actores y actrices importantes declama sus papeles cara al público, de espaldas a la comparsa. Se supone, según el programa, que son los líderes de los partidos de derechas, pero pronto se descubre la farsa. Esos personajes no exponen un programa político propio de la tendencia ideológica que se les atribuye. Esos personajes declaman, en tono solemne, una serie de disparates que hace que el escenario se confunda con un psiquiátrico, uno de esos psiquiátricos tenebrosos donde se adivina el peligro de acercarse a los locos.
Lo que nos lleva a recordar la rotunda sentencia del fantasma con el que empieza la versión cinematográfica de la novela "Theatre" de Sumerset Maugham. "La única realidad es el teatro. Todo lo demás, el mundo exterior, lo que la gente corriente llama el mundo real, es solo fantasía". Los personajes importantes que son los supuestos líderes de las derechas intentan convencer al público de que la única realidad es el escenario en el que ellos actúan y que la única verdad es la que ellos declaman.
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Una risa atronadora sigue a la gran mentira. Lo que contradice a Gil de Biedma. La vida no va en serio. Va de comedia o tragedia o, mejor, de tragicomedia. La diosa Fortuna va en rueda. Unas veces nos sonríe desde lo alto y otras nos arranca lágrimas cuando llega a lo más bajo y otras nos aburre mientras va rodando hacia cualquiera de sus dos puntos culminantes. La suerte va a rachas, dicen los mortales para consolarse cuando la racha es mala. Y quien no se consuela es porque no quiere porque los personajes importantes de las derechas no se cansan de repetir que la culpa de todas las desgracias la tienen los otros.
Cualquiera sabe que esa sentencia, aunque sea cierta, es perfectamente inútil. La culpa, sea de quien sea, ni remedia ni alivia las desgracias de quienes las sufren. Pero nadie del público se atreve a interrumpir el discurso de los importantes preguntándoles, "¿Y qué?" La vida no es una conferencia de prensa; es una obra de teatro. Y aunque fuera una conferencia de prensa, ningún periodista se atrevería a preguntar "¿Y qué?". No se atreve un espectador por miedo a que le echen del teatro. No se atrevería un periodista por miedo a que le echaran de la profesión. Pero lo más temido es el rechazo de los otros; los otros espectadores porque no quieren que un listillo les estropee la función con una pregunta que les haga pensar. Los periodistas, porque no quieren que un listillo les haga pensar echándoles encima más trabajo.
La vida no es pensar. La vida es quedarse muy quieto mirando fijamente a unos que se están partiendo la crisma a golpes, a choques o a tiros en Nueva York o en Senegal; viajando por el mundo entero sin mover el culo. La vida es salir de la comparsa y convertirse en un personaje importante ante cientos de cámaras y micrófonos, sin moverte de tu butaca para no cansarte y pasar nervios. La vida es no pensar en las preocupaciones concentrando la mente en los que golpean una pelota con los pies, con las manos, con una raqueta. La vida es pasárselo bien viendo entre risas cómo los famosos se insultan y desnudan sus vidas privadas ante todo el vecindario; viendo cómo se pelean los gallos y los perros; viendo a un toro correr hacia un torero, con la secreta esperanza de que le meta un pitón al valiente para que el cerebro se le emocione al espectador con la descarga de adrenalina. La vida es emborracharse y saltar como micos todos los días en que la juventud manda emborracharse y saltar como micos. La vida es pasárselo bien hasta con la política gracias a esos chicos de las derechas que, aunque solo sea por la diversión que proporcionan las barbaridades que dicen, los pobres merecen que se les vote. La vida es oír las cifras de fallecidos y enfermos sin que te cruce por la mente otro pensamiento que no sea que eso no va contigo. Hasta que un día ya no puedes caminar sin arrastrar los pies y en la calle ya no te miran con interés ni hombres ni mujeres y tienes que sentarte a descansar en un banco porque te duelen las piernas y, de pronto, en tu cerebro se enciende una luz tenue y aparece un pensamiento: "La vida consiste en envejecer y morir".
Puede que entonces tengas la suerte de que pasen bajo tu balcón unos descerebrados envueltos en la bandera de España gritando "Viva Hitler" y, si aún te funcionan las suprarrenales, decidas envolverte tú en lo mismo y gritar algo muy español con lo que te quede de voz. A lo mejor no recuerdas quién era Hitler, pero Franco aún te suena y si no, gritas "¡España!", que a un patriota lo mismo le da. Y a lo mejor, con los ojos llenos de emocionadas lágrimas, te jures que cuando haya elecciones votarás a esos chicos tan entusiastas de Vox, aunque solo sea porque te sacaron del más negro de los baches volviéndote a emocionar. ¿Y qué hará Abascal en el gobierno? A ti qué te importa. Tú de política no entiendes ni quieres entender. Por eso te da lo mismo Abascal que Casado. Y si sale por la tele una que se llama Arrimadas y dicen que es de los dos, también lo mismo te da porque es muy guapa y parece muy lista. Como la presidenta de Madrid, que dicen que está loca, pero es por envidia. Tan guapa y tan católica, loca no puede estar. Qué cosas tiene la vida. A tí que nunca te gustó la política, ahora no te pierdes las noticias. Pero es que toda la acción que ponen en las series ya la tienes muy vista, y ahora los políticos dicen unas cosas que en tiempos de Franco no se podían decir ni escuchar.
Nos ha tocado vivir una obra de teatro escrita por Trump, Bolsonaro, Johnson, Casado, Abascal y otros de su ralea cuyos nombres solo conocen en sus respectivos países. Esos seres antihumanos han salido por todas partes como setas porque los de la comparsa están demasiado distraídos mirándose las carteras. Hace muchos años que millones de seres silenciosos conocidos como mindundis son incapaces de dedicar su atención a otra cosa que a su cartera porque a la mayoría le va la vida en ello. Mientras tanto, los que han diseñado y escrito la obra en que transcurren nuestras vidas, nos roban todo lo que nos pueden robar que no esté en las carteras que nos hipnotizan; nos han robado hasta la humanidad. Nos piden que les votemos, y millones les votan. ¿Por qué? Porque millones tienen miedo a tomarse la vida en serio y llegar a la conclusión de que su vida ha consistido, exclusivamente, en envejecer y morir. Trump y el resto les distraen con banderitas y discursos divertidos. Hoy por hoy, tal como están las cosas, parece que más no se puede pedir. A menos que uno se empeñe en defender su vida mientras dure y, con ella, la libertad de ir viviendo como su entendimiento y su voluntad mejor le den a entender.