Cada cual tiene sus propios recursos para forzar cuerpo y alma a poner los pies en polvorosa para alejarse de un peligro que los afecta a los dos. En mi caso, conté con la ayuda inestimable de mi memoria. Estaba yo en segundo de carrera cuando me tocó leer el Encomio de la estulticia, más conocido como Elogio de la locura, el libro de Erasmo de Rotterdam que hizo furor en la Europa del siglo XVI. Fue en una clase de literatura y el insigne profesor que me tocó en suerte utilizó el libro como ejemplo para explicar la figura retórica de la ironía; ese recurso que hoy tanto despista en las redes porque la forzosa pobreza del lenguaje en esos medios impide captar su juego del revés por el derecho. Gracias a la brillante explicación del cátedro, entendí los intríngulis de la ironía sin dificultad y gracias al genio de Erasmo, el libro me hizo sonreír y reír con ganas de principio a final. El miércoles de esta semana, a punto de tocar fondo, mi instinto de supervivencia o un milagro de mis manes me devolvió el recuerdo de aquella risas y sonrisas, y la razón me dijo, como tantas veces, que buscara esos remedios infalibles contra toda tragedia. Busqué el libro de Erasmo.
La lectura me sugirió un repaso a la política y a la politiquería actual y el repaso me fue recordando a políticos y politiqueros. Jamás hubiera creído que Casado, Ayuso, Abascal y compañía fueran humanistas erasmianos, entre otras razones porque no hay discurso en el que no evidencien la falta de cultura que antaño se le atribuyó al peón caminero. Pero es tan exacta la coincidencia en el talante de esos personajes y la descripción que la Estulticia hace de los estultos que uno pensaría que leyeron el libro y decidieron copiar en pensamiento, palabra y obra todas las características de los necios que la Estulticia enumera en los sesenta y ocho capítulos del libro. Una de tres, o decidieron a posta pasar por tontos perdidos por pura caridad cristiana o decidieron en algún momento de sus fructíferas vidas hacerse pasar por tontos para ganar la aprobación y la adulación de los tontos o de verdad nacieron así.
¿Por caridad cristiana? Empieza la Estulticia el elogio de sí misma atribuyéndose la virtud de hacer felices a los mortales. Solo ella, según ella, puede proporcionar todos los deleites y sobre todo, el deleite supremo de disfrutar de la insensatez. No puede haber obra más caritativa que la de librar al prójimo de las pesadas y casi siempre penosas elucubraciones de la razón y otorgarle la capacidad de vivir exclusivamente bajo el arbitrio de las pasiones. Erasmo cita a Sófocles para que el asunto se entienda mejor. "La existencia más placentera consiste en no reflexionar nada". Así que a lo mejor Casado, Ayuso, Abascal y demás sacerdotes y sacerdotisas de su culto renuncian a su dignidad y hasta a su vergüenza haciéndose pasar por tontos para evitar al prójimo la farragosa tarea de pensar.
Quien no crea en tan excelsa demostración de bondad, puede explicarse la estulticia de los susodichos por el extremo opuesto; el egoísmo. Para los necios es de suma importancia contar con la aprobación y la adulación de los otros necios. Para los necios politiqueros actuales, que esa aprobación se transforme en votos es vital. Por esos votos renuncian a su dignidad y a su vergüenza atreviéndose a soltar las mentiras más ruines y los más risibles disparates. En palabras de la Estulticia, la vergüenza, el oprobio "no hacen otro daño que el caso que se les hace" y los necios politiqueros no hacen caso a otra cosa que no sean los votos. ¿Qué más da si los hechos desmienten lo que dicen? Los necios no buscan ni exigen la verdad; buscan y exigen que los políticos les digan lo que quieren escuchar porque corresponde a sus creencias. Y son los oídos de los necios a los que hay que complacer porque son los necios los que votan sin reflexionar.
La esperanza de Casado, Ayuso, Abascal y afines descansa en el convencimiento de que la mayoría está compuesta por necios o "tontilocos" y que esos "tontilocos" un día no lejano elevarán al poder a quienes perciben tan "tontilocos" como ellos. Si alguna vez sienten decaer esa esperanza, tal vez por una mala digestión, se animan pensando en el presidente de Estados Unidos. Si a ese le auparon los "tontilocos" hasta donde le auparon, lo único imposible es lo que un "tontiloco" no pueda imaginar. Al fin y al cabo, según la Estulticia, "la vida humana no es sino una serie de despropósitos".
La vida cotidiana de los estupefactos habitantes de este planeta en el presente año del Señor se ha convertido en un despropósito mortal. Entre todas las preguntas que acuden a casi todas las mentes al llamado de la incertidumbre, una de las más acuciantes es si lograrán los necios imponer otro despropósito tan peligroso como el virus que nos amenaza y sus horrendas secuelas económicas y sociales; el despropósito de entregar el poder a los politiqueros necios que en vez de pensar en soluciones para salvar vidas y haciendas, no piensan ni proponen solución alguna que no tenga que ver con su intención de ganar prosélitos. Tan grave es la situación que hasta la Estulticia tiene que callarse porque, en estos momentos, toda tontería resulta criminal.
Es posible que el miedo a la tumba de los cementerios o a la, en muchos casos más temida, tumba social, propine a la mayoría una bofetada que la despierte de su necedad y empiece a pensar como los sabios. Es posible que de pronto descubra en las barbas de Casado, Abascal y otros, lucidas como signo de sabiduría, que los machos cabríos también llevan barba, como nos recuerda la Estulticia de Erasmo. Es posible que en los posados de Ayuso la mayoría reconozca a la Demencia, una de las acompañantes de la Estulticia. Es posible que la mayoría detecte a la hipocresía agazapada en la sonrisa de quien está esperando a que los vientos se decidan por una u otra dirección antes de decidirse ella por seguir a Casado o a Abascal. Es posible que esta vez, en lugar de paralizarnos, el miedo, convertido en terror, nos salve a todos.