Fassman, el que había sido en los teatros el telépata e hipnotizador más asombroso de todos los tiempos -nadie consiguió descubrir sus "trucos" por más que lo intentaron-, se entregó a la psicoterapia y a sus cursos de dinámica mental cuando se retiró de los escenarios. En esos cursos sí había truco y lo descubrí yo al escribir su biografía en el 2009, cuando se conmemoraba el centenario de su nacimiento. Me pertreché entonces de datos y testimonios fidedignos para hacer mi trabajo lo más objetivo posible; datos y testimonios que me llegaron de diferentes países a la web dedicada a recopilarlos. El profesor Fassman, seudónimo por el que le llamaron propios y extraños toda su vida, dio sus cursos en España y en varios países de América durante más de treinta años. Entre los testimonios, los que más me llamaron la atención fueron los de la cantidad de alumnos que afirmaban haberse curado de diversas adicciones y hasta de disfunciones consideradas incurables solo asistiendo al curso, sin ningún tratamiento individual. Mientras intentaba explicar el fenómeno racionalmente, recordé la única clase suya a la que asistí un día de los 70, y de pronto se encendió una bombilla en mi mente y me eché a reír. Claro que había truco, un truco tan evidente que descubría la mediocridad de quienes se pasaron media vida intentando demostrar que Fassman era un charlatán.
El profesor Fassman entró aquel día en la clase cuando todos los alumnos ya estaban sentados. De camino hacia su tarima, le pidió a un alumno que le acompañara. Ya en la tarima, pidió al alumno que se sentara en una silla que estaba junto a una gran pizarra, de cara al público. En la pizarra escribió: "Técnica de inducción a la hipnosis" y enseguida dirigió su atención al alumno que tenía sentado junto a él. Ese comienzo de clase me sorprendió porque era, además, el comienzo de un curso y esperaba una introducción. Sin introducción alguna, el profesor Fassman empezó a hipnotizar al alumno que tenía de modelo dando alguna breve explicación sobre el tono de voz y poco más. En un par de minutos, el alumno estaba frito y el resto de la clase, los sesenta alumnos que cabían en el aula, habían caído en distintos grados de trance hipnótico. Me pareció de lo más natural dada la atención con que habían escuchado las palabras del profesor al alumno modelo y no le dí más importancia. Yo me libré de la sugestión porque estaba más atenta al ambiente que a esas palabras y tuvieron que pasar muchos años antes de que pudiera descubrir el gran truco del profesor: Fassman impartía todo el temario de su curso a unos alumnos a los que sugestionaba e incluso hipnotizaba previamente garantizándose su máxima receptividad.
Por si me pudiera caber alguna duda sobre la efectividad de su poder de sugestión, el testimonio de un alumno suyo lo impidió. Me contó el hombre que gracias al curso se había curado del síndrome de Tourette, tics involuntarios que deforman la cara. Ese trastorno neuropsiquiátrico le había amargado desde pequeño hasta los veinte años, edad en la que fue al curso del profesor. Terminó el curso completamente curado, me dijo, y yo me quedé muda, sin saber qué decir. En primer lugar, porque ese síndrome no tiene cura y en segundo lugar porque el hombre no estaba curado. Se trataba de un caso severo de tics constantes que le deformaban la cara y, mientras hablaba conmigo, los tics no cesaron ni un minuto. ¿Cómo consiguió el profesor Fassman que ese hombre se convenciera de su curación? Mediante ejercicios de autohipnosis que el hombre realizaba cada día frente al espejo de su baño con absoluta constancia. Lo había estado haciendo durante más de veinte años.
Después de una semana sumamente ajetreada, hoy me desperté con la preocupación de no haber podido escribir mi artículo semanal. Empecé a dar vueltas en mi mente a lo más notable de la situación económica, social y política de la semana buscando un tema sobre el que opinar. No se me ocurrió nada que no fuera repetir y repetir y repetir para desmentir y desmentir y desmentir lo que los populistas de derechas y sus voceros no han parado de repetir desde que perdieron el gobierno. Recordé el relato de Ray Bradbury sobre un tiovivo que atrapaba a los niños que subían haciéndoles girar y girar hasta que se hacían viejos, y acabé sintiéndome fatal.
La politiquería de este país se ha vuelto ese tiovivo fantástico aunque es posible que antes de hacernos viejos girando en el mismo círculo, nos mate el virus; a algunos afectando órganos vitales, a otros, de aburrimiento. El populismo de derechas de este país y sus voceros de la prensa están intentando hundir a la mayoría de los ciudadanos en una modorra para provocar nuevas elecciones y que vayamos a votar como ovejas enfermas o como los alumnos del profesor Fassman que realizaban órdenes posthipnóticas sin saberlo cuando volvían a sus casas. De eso se da cuenta cualquiera que analice un solo día de noticias y declaraciones y comentarios políticos. ¿Hay alguien que no se haya enterado de que el rey no fue a la entrega de despachos a los jueces porque el gobierno no le dejó? ¿Hay alguien que no haya oído en las tertulias ridiculizar el decorado de banderas que se montó en la Puerta del Sol para el espectáculo de la conferencia de prensa de Ayuso y Sánchez? ¿Hay alguien que no se enteró de quién había diseñado esa horterada porque en radio y televisión se la atribuían a los dos? ¿Hay alguien que no sepa que Ayuso ordenó el confinamiento en las zonas más pobres de Madrid culpando de los contagios al modo de vida de los pobres, incluyendo menores inmigrantes? ¿Hay alguien que no sepa que aunque confinen a los pobres y a los medio pobres para hacer ver que están haciendo algo no sirve de nada cuando ese pobre o medio pobre tiene que coger el transporte público atestado, al menos dos veces al día, para ir a trabajar y volver a su casa? ¿Hay alguien que no se haya dado cuenta de que el gobierno de Madrid le utiliza a su antojo convencidos de que los infelices no se enteran, no saben, no se dan cuenta de nada y que basta repetir y repetir y repetir que la culpa de todo la tiene el gobierno de España para que la letanía les entre a todos en el cerebro como las larvas de los gusanos que causan la modorra de las ovejas? ¿Hay alguien que no se entere, que no sepa, que no se de cuenta de que los populistas de derechas y sus voceros nos toman por idiotas, tal vez porque ellos mismos carecen de las luces necesarias para entender que ya ni un idiota se cree sus mentiras por más que las repitan? ¿No hay nadie que le diga a esa caterva de politiqueros ineptos y de periodistas mediocres que a los ciudadanos nos importa un carajo por qué el rey no fue a Barcelona, quien puso las banderas, quién tiene la culpa de esto y de aquello y lo de más allá? Pues sí, hay alguien que esta mañana lo repitió varias veces en una entrevista: Salvador Illa, ministro de Sanidad. A las preguntas de las periodistas que en varias ocasiones intentaron sacarle críticas contra el gobierno de Madrid, evidentemente a la busca de polémica para aliñar las tertulias y los artículos de la semana que viene, el ministro repitió una y otra vez que lo importante en estos momentos es luchar contra el virus y salvar vidas y que no iba a perder el tiempo distribuyendo culpas.
Hace muchos años, Fassman salió en la portada de la sección de deportes de La Vanguardia. Le habían hecho una entrevista y entre las preguntas, una le pedía su opinión sobre la temporada crítica que estaba sufriendo el equipo de fútbol del Barça. Fassman contestó sin pensárselo que el club necesitaba un psiquiatra. Yo pensé que más bien necesitaba un hipnotizador, y no fui la única que se lo dijo. ¿Qué necesitan los madrileños y tal vez todos los ciudadanos de este país para exigir en masa, con mascarillas y guardando distancias, que quien no tenga ni pajolera idea de cómo se gestiona una epidemia se vaya a su casa antes de que sigan muriendo unos y arruinándose otros? ¿Qué hace falta para que lectores, oyentes y espectadores exijan a la prensa noticias y comentarios veraces y dejen de leer y oír a periodistas cobardes que se escudan en la equidistancia porque temen decir la verdad? No quiero pensar que haría falta un Fassman para que nos convenciera a todos de que si no luchamos ahora, ya, para que los politiqueros respeten nuestra vida y nuestra libertad por encima de todo, muy pronto podemos encontrarnos con que ya no queda nada por lo que luchar. Porque Fassman solo había uno e irrepetible.