Han elegido al candidato presidencial menos carismático y movilizador de las dos últimas generaciones. Lo que se compensa con su condición de mínimo denominador común, o, mejor dicho, de comodín para cualquier rumbo que se adopte. A sus 77 años, con toda una vida en el legislativo y/o en el Ejecutivo, Joe Biden es un hombre-puente. Por primera vez se admite sin sonrojo que se puede elegir a alguien para un solo mandato. Un presidente de transición, un facilitador del cambio generacional.
Con eso en mente, la elección de nº 2 era esencial. Pero hay que decir enseguida que no se trataba de una decisión abierta o amplia. Las cartas venían marcadas por la demografía electoral y por el contexto político de los últimos años (1). Había que elegir una mujer y, preferentemente, afroamericana. Tras aplicar esa criba, más o menos aceptada por la mayoría, las opciones de reducían notablemente. A última hora, se trataba de una decisión binaria: Kamala Harris (senadora por California y malograda precandidata presidencial) o Susan Rice, consejera de seguridad con Obama. Una tercera candidata, Karen Bass, congresista por California, tenía un historial de opiniones radicales, incluso en estos tiempos de claro viraje a la izquierda del Partido Demócrata, amén de ser una desconocida para el propio Biden.
Rice quedó eliminada por su falta de experiencia electoral (demasiado teórica, perfil tecnócrata, producto de la élite de las relaciones exteriores). Harris triunfó por decantación, pero también por sus propios méritos. Hace un año era una de las principales favoritas en la carrera por la nominación, pero su ambigüedad ideológica, su trayectoria polémica como fiscal y su pobre campaña electoral le privaron del reconocimiento partidario demasiado pronto. Se ha recordado estos días hasta la saciedad la agresividad con que Harris asaltó la idoneidad de Biden mediante un ataque directo, a la yugular, en el primer debate de precandidatos. En efecto, el exvicepresidente quedó en evidencia, no tanto por su presunta falta de sensibilidad de hace décadas sobre la desigualdad racial, que Harris le imputó, sino por su ausencia de reflejos y su resignación ante la agresividad de un rival, algo que no se perdona en la política norteamericana.
La candidatura de Kamala, hija de padre jamaicano y madre india, vino impulsada por la poderosa corriente de las minorías raciales, que son cada vez más decisivas en el alma del Partido Demócrata. Pero no basta con esgrimir orígenes; al menos no en Estados Unidos: hay que acreditar actuaciones. De aquella niña Kamala, hija de inmigrantes a la que un autobús contra la segregación recogía cada mañana para asegurar su escolarización sin discriminación, a esta candidata del siglo XXI hay un abismo en forma de hoja de servicios muy tradicional como fiscal en San Francisco y California. Demasiado establishment para presentarse como un apóstol de la renovación.
Tras su prematuro fracaso como candidata, Kamala viró a la izquierda para sintonizar con los sectores más dinámicos del partido, defensores de una oposición sin cataplasmas institucionales al presidente más peligroso en la historia de América. Harris no ha hecho un viaje ideológico a la izquierda: se ha dejado impulsar por la dirección que lleva el viento. Con la inteligencia política y una pugnacidad discursiva que nadie le discute. Un vigor indiscutible (2).
Después de haber cargado de plomo las alas de Biden, y una vez que éste obtuviera la nominación del miedo a perder de nuevo, o del mínimo denominador común, Kamala se ofreció discretamente para formar parte del empeño por sacar a Trump de la historia. Y el candidato no se dejó cegar por el resentimiento: fiel a sus décadas de política pragmática, hizo virtud de la necesidad, pelillos a la mar y descalificaciones a la papelera. Kamala reunía lo que el libreto recomendaba como mejor opción, y ella debía ser, por tanto, la elegida. Ni siquiera hizo falta que la senadora se disculpara por aquel ataque lejano. Más honor para Biden, que ni siquiera se lo pidió. Pragmatismo disfrazado de generosidad. Por las dos partes (3).
Pero, si ha sido el pragmatismo y no la ideología o la vocación de cambio lo que ha impregnado la decisión sobre la número 2, ¿por qué la izquierda demócrata la ha aceptado con tan aparente docilidad? Muchos de sus portavoces coinciden en que la “maleabilidad” de Kamala no es un inconveniente, sino una oportunidad (4). Si la ocasión social lo propicia, la segunda de un Presidente Biden no se opondrá a un impulso progresista. Puede que trate de atemperarlo o canalizarlo, pero no lo combatirá. Sobre todo, si quiere preservar sus opciones como candidata en 2024, en caso de que la salud jubile a Biden. Y aún más, si Trump renueva su triunfo: será Biden quien pierda ahora, no ella.
La evolución demográfica empuja al Partido Demócrata hacia la izquierda. El consenso centrista se ha debilitado. Los republicanos lo han hecho trizas, pero no ahora, con Trump, sino desde el canto de sirena del tea party. El conservadurismo compasivo de W Bush fue ahogado por el impulso neocon. Las elecciones primarias demócratas de los últimos meses han confirmado este giro político. Los moderados siguen conservando el control de los caucus legislativos, pero la contestación de la base es cada vez más pujante. Que una recién llegada como Alexandra Ocasio-Cortez sea una de las estrellas de esta Convención demuestra la fortaleza de la izquierda. Por primera vez en generaciones, se habla de socialismo democrático en el Partido sin miedo a dejar rastro. Sanders puede ser un outsider, pero no sus ideas.
Kamala (nombre indio que significa flor de loto) deberá tener en cuenta esa tendencia si quiere ser una opción de futuro. Ya no vale sólo con ser mujer y afroamericana, condiciones que no se eligen, que vienen dadas. Hay que optar, hay que tomar decisiones políticas, no vale con no molestar, con buscar el centro. Ese papel ya está adjudicado a Biden, porque para eso ha sido elegido: para desalojar a alguien nefasto de la Casa Blanca, pero no para diseñar y construir el futuro. Por eso, la selección de Kamala Harris es también relevante: se trata de un relevo generacional anunciado. Sin saltos en el vacío. Para que las Ocasio-Cortez, el squad de vanguardia de las minorías combativas tenga algo que decir en su momento, hay que transitar por un sendero intermedio de cambios sin sobresaltos o derivas radicales.
Los demócratas tendrán la oportunidad de definir la nueva generación, mientras los republicanos purgan sus pecados de la última década, con mayor o menor inteligencia, como ha escrito David Brooks con su agudeza habitual (5). Pero no está garantizado que lo consigan. Obama, visiblemente excitado por la selección de Harris, sabe mejor que nadie que ya no sólo se vive de símbolos, de estereotipos, de identidades raciales o de género. Ser el primer presidente afroamericano de la historia no cambió sustancialmente pautas sociales injustas en América. Ser la primera mujer negra que entra en la Casa Blanca tampoco es un salvoconducto para la transformación. Kamala Harris ha dotado a la candidatura de Biden de un vigor innegable. Pero, si los demócratas ganan el 3 de noviembre, contra todas las trampas políticas e institucionales de las elecciones norteamericanas, sólo habrá sido el principio de una marcha tan larga como la campaña por los derechos civiles iniciada cuando Kamala se subía a aquel autobús escolar.
NOTAS
(1) “How Joe Biden chose Kamala Harris as VP”. THE NEW YORK TIMES, 14 de agosto.
(2) “Kamala Harris’s nomination is a turning point for the Democrats”. RON BROWNSTEIN. THE ATLANTIC, 12 de agosto.
(3) In picking Harris, Biden makes history and plays safe”. DAN BALZ. THE WASHINGTON POST, 12 de agosto.
(4) “The big reasons Lefties aren’t upset about Kamala Harris”. ELAINE GODFREY. THE ATLANTIC, 12 de agosto; “The ambition of Kamala Harris will serve Kamala Harris”. JEET HEER. THE NATION, 12 de agosto.
(5) “What Will happen to the Republican Party if Trump loses in 2020”. DAVID BROOKS. THE NEW YORK TIMES, 8 de agosto.