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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Ser o no ser, en septiembre

Ser o no ser, en septiembre

Septiembre se acerca inexorablemente, monstruo de dos cabezas, una "moción de censura", la otra "vuelta al colegio". En esa segunda cabeza gigantesca pueden verse las caras de todos los niños que en septiembre llenarán las escuelas. "Locos bajitos", les llamó una canción. Locos bajitos con una inquietante inteligencia en los ojos que revela su poder y su voluntad de poner el mundo patas arriba contagiando a todos su locura. Esos niños se mueven, se tocan, se escupen y de sus delicadas boquitas sale un aliento fresco en el que pueden esconderse, invisibles, millones de virus con horribles punchas que vuelan a clavarse en los pulmones de jóvenes y viejos. A los pobres maestros les tocará la misión imposible de mantener a esos niños quietos y callados. Puede que la observancia de los protocolos desatasque las UCI, pero, que se sepa, ningún gobierno ha previsto el probable atascamiento de los psiquiátricos.

La vuelta al cole amenaza con ser incontrolable


Septiembre se acerca inexorablemente, monstruo de dos cabezas, a cual más horrible. Una de las cabezas vomita una sustancia negra pestilente y ráfagas de fuego. Profiere una amenaza que puede conmocionar al mundo. "Moción de censura", grita, y solo de imaginar la porquería que vomitará su boca en el Congreso, todo el cuerpo de limpieza del magno hemiciclo tiembla de terror. La otra cabeza grita más, grita constantemente entre risas. No huele mal. Huele a colonia. Y no amenaza con incendiar el mundo, pero a juzgar por el pánico que agarrota las caras de todos los maestros del reino, tiene más peligro que cualquier moción de lo que sea. En esa cabeza gigantesca pueden verse las caras de todos los niños que en septiembre llenarán las escuelas. "Locos bajitos", les llamó una canción. Locos bajitos con una inquietante inteligencia en los ojos que revela su poder y su voluntad de poner el mundo patas arriba contagiando a todos su locura. Esos niños se mueven, se tocan, se escupen y de sus delicadas boquitas sale un aliento fresco en el que pueden esconderse, invisibles, millones de virus con horribles punchas que vuelan a clavarse en los pulmones de jóvenes y viejos. A los pobres maestros les tocará la misión imposible de mantener a esos niños quietos y callados. Puede que la observancia de los protocolos desatasque las UCI, pero, que se sepa, ningún gobierno ha previsto el probable atascamiento de los psiquiátricos.

Septiembre, terrible amenaza, como los idus de marzo de aquel año precristiano que empezó con un baño de sangre y acabó con la República de Roma. Aquí algunos quieren acabar con la monarquía, pero sin más armas que la lengua y los dedos para poner a parir en las redes al rey dimitido y al ejerciente. Menos mal. Septiembre nos augura quebraderos de cabeza, más que otra cosa, aunque los agoreros exhiben más mala leche que el vidente que advirtió a Julio César del peligro mortal que le acechaba aquel aciago día en el Senado. Hoy me toca a mí profetizar, como me tocó hacer el papel de vidente en una lectura en clase del Julius Caesar de Shakespeare. Beware the ides of March, (Cuidado con los idus de marzo), clamé cuando me tocó. Yo, que era muy impresionable, me lo tomé tan en serio que pregunté al alma de Julio Cesar por qué no se quedó en su casa cuando el vidente le advirtió del peligro. Ahora sugeriría a todos mis compatriotas: ¿por qué no nos quedamos todos en casa durante todo el amenazador mes de septiembre?


Por María Mir-Rocafort



Con calma, me aconseja mi razón. Bastantes desgracias hemos sufrido y seguimos sufriendo como para, encima, desgraciarnos los quince tristes días que nos quedan de vacaciones. Si algo no necesita este país, con todo lo que tiene encima, son agoreros que pinten lo que nos espera de marrón oscuro. Hay que pintarlo de verde, verde esperanza, con un poco de humor, sobre todo humor, que el humor no falte.

¿Que no falte qué, cómo?, me pregunto con los labios torcidos por una sonrisa forzada. Lubitsch, me dice la memoria, Ernst Lubitsch. Es verdad, exclamo como exclaman su eureka los descubridores de algo. Ernst Lubitsch y Edwin Mayer escribieron en 1942 uno de los guiones más descacharrantes de la historia del cine burlándose de los nazis y hasta del mismísimo Hitler. To be or not to be se llamó la película, como el célebre soliloquio de Hamlet. Lo único objetable es que se estrenó cuando las tropas alemanas ya tenían invadida y muerta de hambre a la mayor parte de Europa y los muertos de esa pavorosa guerra mundial ya se contaban por millones. Nada que ver con el momento presente. Estamos en guerra contra un virus mundial, es cierto; los muertos en el mundo se cuentan por millones, cierto también; cuando esto termine serán millones los que se quedarán pululando por sus vidas con una mano alante y otra atrás, pero, por lo menos, no hay bombas que arruinen las calles. Y ya que el asunto no tiene remedio, ¿por qué no sacarle una sonrisa? Mel Brooks siempre tuvo ganas de emular a Lubitsch y probablemente de superarle en su ridiculización de las bestias teutónicas. En 1983 produce una nueva versión de la película de Lubitsch respetando el guión, pero añadiéndole un poco de picante según su estilo. Memorable es su Hitler, representado por el mismo Brooks, cantando un rap auto reivindicativo. Lástima que no saliera ni un Lubitsch ni un Brooks ridiculizando a Hitler antes de que las mentes endebles sucumbieran a su poder hipnótico y le auparan a la Cancillería de Alemania. Si hubieran visto en sus discursos al payaso histérico que vemos ahora, el partido NAZI no hubiera superado en votos ni a Ciudadanos y el mundo se hubiera ahorrado millones de muertos.

Pero en esta España nuestra no tenemos ni siquiera un Hitler de reparto a quien ridiculizar. Una cosa es sentarse a disfrutar del espectáculo de unos genios de la comedia y otra encontrarle la gracia a los líderes que salen a la tribuna de nuestro Congreso con pose, entonación y discurso de actores de tercera en un casting llamados a convencer de que se van a comer el mundo. Yo los veo y los oigo y lo único que su actuación me sugiere es el poema más deprimente de Gil de Biedma: "Que la vida iba en serio…"


Por María Mir-Rocafort



Que la vida va en serio es lo primero que intentará recordarnos el de Vox si decide postularse él mismo como presidente del gobierno en su moción. Pero a pesar de que el volumen de su pecho desafíe los botones de su camisa, ¿quién se lo va a tomar en serio a él cuando empiece a despotricar pintando con los trazos más exagerados un país y un gobierno dignos de las pinturas negras de Goya? Hasta Pedro Sánchez tendrá que hacer esfuerzos por contener la risa, como una vez le pasó. Así que, mira por dónde, tal vez no sea imposible invocar al humor. Sale Casado con aires de entendido y empieza a equivocarse en fechas, cifras, citas cultas.El entendido de verdad empieza sonriendo y acaba a mandíbula batiente. Claro que lo más de lo más sería encontrar algún subterfugio legal para que Díaz Ayuso pudiera hacer de portavoz del PP en el Congreso aunque solo fuera durante la moción de censura. A Díaz Ayuso se le puede criticar todo lo que tenga que ver con su gestión al frente de Madrid, pero nadie puede negar que la magnitud de sus disparates la hace digna competidora del mejor de los Stand Ups. Monólogos de Stand Ups parecen también las intervenciones de Álvarez de Toledo, pero es tan antipática la pobre que no invita ni a sonreír. El que sí produce sonrisas es Gabriel Rufián. Intentando hacer honor a su apellido se planta en la tribuna en plan gallito de pelea, hincha el pecho, estira el cuerpo y profiere amenazas, pero algo tiene el chico que inspira ternura, como esos rufianes que en los colegios desarman a una profesora con una sonrisa y consiguen hacerse favoritos a pesar de su mal comportamiento. Las intervenciones de Adriana Lastra son demasiado serias para cerrar un espectáculo así, aunque si el día de la moción de censura se le ocurre una ocurrencia como aquella que le llevó a rebautizar a un líder del PP con el nombre de cacatúa, la moción puede terminar con carcajadas y aplausos atronadores.

En fin, que quien se lo proponga puede encontrarle el lado chistoso a cualquier cosa por negra que parezca. Los griegos, descubridores de casi todo, representaban a Talía, la musa de la comedia, y a Melpómene, la musa de la tragedia, con máscaras que los actores se ponían para informar al público de la índole de su personaje. Solo un genio como Charles Chaplin consiguió transmitir la ambivalencia del alma humana como lo hizo en su película El gran dictador. La película termina con uno de los discursos más humanos que persona alguna ha escrito o pronunciado. Todo lo que nos ha pasado, lo que nos pasa, lo que nos pasará solo tiene una explicación y una solución posible. Todo está en el discurso de Chaplin. Si nos sigue pasando lo que nos pasa es porque siempre han sido muy pocos los que quieren escuchar.

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