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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

¿Qué le pasa a Pablo Casado?

¿Qué le pasa a Pablo Casado?

Dejé mi último artículo en puntos suspensivos porque la cuestión del sadomasoquismo daba para mucho más. La peste vírica nos ha dejado un panorama sanitario y económico de pena y un panorama psicológico de espanto. Bajo los síntomas físicos perceptibles de la enfermedad, han ido naciendo o creciendo y agravándose trastornos mentales mucho más difíciles de combatir que un virus porque no existe ni existirá vacuna que pueda inmunizar a la mente contra los desvaríos. Miles de empresas y de profesionales han sucumbido a la desertización de las calles; muchos no podrán recuperar sus trabajos y sus negocios hasta que la epidemia se convierta en una pesadilla que pocos quieran recordar, pero ya han empezado a beneficiarse del desastre quienes se dedican a la cura de mentes: psicólogos y psiquiatras

La obsesion que consume a Casado, destruir a Sanchez


Los medios ya hablan de las secuelas del confinamiento y las alteraciones, sobre todo de la economía, en la psiquis de quienes los están sufriendo; ansiedad, depresión. Trastornos que todos conocemos y que han perdido su capacidad de estigmatizar al trastornado porque no quedan muchos a los que la epidemia emocional no haya afectado de un modo u otro. Ahora bien, en una capa más profunda a la que solo pueden llegar, si llegan, los profesionales de la mente, subyace un trastorno cuyo nombre aterra a la mayoría impidiendo a la mayoría reconocerlo y combatirlo: el sadomasoquismo; el sadomasoquismo moral, que decía Freud para diferenciarlo del sexo.

Tratar a fondo el asunto requiere un libro gordo porque no hay homo sapiens ni ser humano que se libre de cierta tendencia a hacerse daño y hacer daño a los demás. Como a mi me toca opinar aquí de política, a la política reduciré mi enfoque.

El miércoles pasado, en el pleno del Congreso para informar a los diputados del acuerdo de los líderes europeos, las primeras intervenciones de las derechas fueron tan de lo mismo que no daban ni para tomar notas ni para vencer el aburrimiento con alguna reflexión interesante. Apenas movió a una sonrisa Pablo Casado cuando se adjudicó el triunfo del acuerdo después de haberlo tildado de rescate. Hasta los disparates aburren cuando Casado, Abascal, Bal y los suyos hacen gala cada día de discurrir con una lógica esotérica que no admite análisis racional. Pero el principio del turno de réplicas ofreció una sorpresa que espantó al aburrimiento soporífero.

Decir que en su intervención inicial, el presidente del Gobierno, con una sobriedad y una precisión de hombre de Estado, llamaba a la unión de todas las fuerzas políticas para superar la situación crítica del país, también es más de lo mismo. Pedro Sánchez no ha dicho otra cosa desde que se declaró la epidemia. Lo insólito fue la actuación de Casado.

Si fuera por sadomasoquismo...

Por María Mir-Rocafort

Pablo Casado lleva siempre al Congreso su papel muy bien aprendido; gestualización y discursos. En su escaño, jamás altera su estiramiento de chico bien aspirante a llegar a la más alta esfera; las sonrisas irónicas; la suaves negaciones con la cabeza. En la tribuna, el estiramiento de rigor; la gesticulación firme, pero contenida, de las manos; las sonrisas tirando al sarcasmo de quien se cree dando clases a un inferior, mientras su voz va desgranando descalificaciones, insultos, mentiras, sin alterarse. El miércoles, sin embargo, cada vez que la cámara le enfocaba en su escaño escuchando la réplica del presidente, su cuerpo y, sobre todo, su cara, daban señales de una desacostumbrada inquietud. En su frente se oscurecían y se marcaban más las arrugas movidas por cierto nerviosismo. Los ojos, acostumbrados a fijarse en el orador para fingir educada atención a sus palabras, se le desviaban constantemente dando la impresión al buen observador de que esas palabras le estaban poniendo nervioso. Y nervioso subió a la tribuna. Los gestos de las manos y de la cara se le descontrolaron. Subió el volumen de su voz. En esos momentos, pareció que a Casado ya no le importaba que su discurso alcanzara el tono de un ataque, totalmente injustificado tras el discurso conciliador del presidente. Empezó acusando a Sánchez de haber leído su réplica, como si las réplicas no tuvieran que basarse en notas sobre lo que ha dicho el orador a quien se tiene que replicar. Esa acusación no debía estar en el discurso que llevaba aprendido porque él mismo había puesto unos papeles sobre la tribuna para leerlos. El resto de su discurso fue la ristra de disparates, descalificaciones, insultos y mentiras de siempre, pero casi gritadas con una emotividad que hasta entonces no se le había visto.

¿Qué le pasa a Casado?, me pregunté. ¿No había logrado digerir el triunfo de Sánchez en Europa o ya no conseguía digerir y disimular sus sucesivos fracasos? De cómo le dejaba atrás Feijóo ensombreciendo su futuro; de cómo le aplastaba otra derrota electoral en Euskadi; de cómo le estaban dejando en ridículo los desatinos de su pupila de Madrid y su propia aparición en vídeos propagandísticos y sesiones fotográficas se ha estado hablando sin parar en la prensa y en las redes sociales. ¿Hay algo más que lo que ya se ha comentado y se sigue comentando en todas partes? Puede. Casado se enfrascó hace relativamente poco en restarle votos a Vox para sumárselos al PP. Eso se convirtió en su obsesión y la obsesión le llevó a radicalizarse imitando a la radicalizada imagen de sí mismo en la que se convirtió Aznar a partir de su segunda legislatura. Casado no ha tenido la serenidad, la racionalidad, la sensatez suficientes como para reflexionar sobre el panorama político actual y darse cuenta de que Aznar se ha convertido en una caricatura risible aquejado de una extraña vesanía que le impele a decir barbaridades con un acento, un tono de voz, un rictus en la cara como de actor sobreactuando a un psicópata en una película de terror. ¿Hasta eso quiere llevar Casado su imitación o es que ya no sabe cómo librarse de la influencia del mentor que le inspira?

O podría ser que el anuncio de moción de censura de Abascal le hubiera cogido tan desprevenido como para caer en un súbito ataque de pánico. En cuyo caso cabría diagnosticarle una falta de resistencia infantil. A nadie en su sano juicio se le ocurre augurar éxito a esa moción. Eso sí, el espectáculo tiene el éxito asegurado. ¿Fue eso, entonces; el terror a que Abascal le robara protagonismo? En cualquier caso, su reacción emotiva revela esa persistencia de traumas o frustraciones infantiles en su memoria que la psicología asocia a las tendencias masoquistas. Hace tiempo que Casado se hace daño a sí mismo con ese discurso radical de derechas que ahuyenta al votante conservador, pero sensato. El calibre y la evidencia de sus mentiras tiene que repugnar a cualquier votante honesto de la derecha de los que honestamente creen que la llamada derecha es una ideología liberal perfectamente adecuada a una democracia. Entonces, ¿a quien pretende convencer Casado? ¿O es que se ha convencido a sí mismo, como cualquier populista de cualquier signo, que la masa está compuesta de irracionales ignorantes que tragan todo lo que les echen siempre que les hagan el pienso más tragable con un poco de diversión?

Anoche, mientras escuchaba en la radio por enésima vez los líos del Fuenlabrada y el Deportivo de La Coruña sin apenas prestar atención, me dí cuenta de que en esos mismos instantes millones, a lo largo y ancho del mundo, estarían haciendo lo mismo que yo, distrayéndose con cualquier cosa para no pensar en sus problemas inmediatos. ¿Es con eso con lo que cuentan Casado, Abascal, antes Rivera y ahora Bal; con que la salsa picante atraiga a los tragaldabas como las moscas a la miel dada y que cuando esas moscas vayan a votar, no se acuerden de ideología y programas políticos; que se acuerden y decidan recompensar con su voto a quien pegaba los zascas más fuertes? La conclusión no resultaría descabellada si no fuera porque el PP de Casado ha perdido seis elecciones consecutivas, entre ellas la que otorga la candidatura a presidencia del Gobierno. A la hora de la verdad, parece que no hay tantos inconscientes, irracionales o irresponsables como suponen los populistas.

Entonces, ¿qué le pasa a Casado que no se da cuenta del precipicio al que le está conduciendo su insensatez? Impelida por mi exagerada empatía, tan exagerada que un conocido mío decía que yo empatizaba hasta con los marcianitos, el miércoles vi en Casado lo que se llama un juguete roto; un hombre obligado por otras personas o por las circunstancias a imponerse metas superiores a sus posibilidades; obligado, a su vez, a renunciar a los principios y a los valores que permiten a un ser humano respetarse a sí mismo; obligado a repetir discursos y argumentarios dictados por otros y a dejarse llevar como marioneta por el camino hacia esa meta cada vez más lejana e inaccesible. A cambio de la presidencia de su partido, Casado se sintió obligado a destruir a Pedro Sánchez, su obstáculo más formidable, y a eso ha dedicado todos sus esfuerzos con un sadismo que ha acabado por delatar sus verdaderos objetivos. Lo peor para él a lo largo de este tiempo es que el daño que se está haciendo a sí mismo revela el masoquismo de quien vive atenazado por sentimientos de culpas que tiene que purgar. Sean cuales sean esas culpas, las está purgando.

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