Las redes sociales son un espacio de interacción que con mucha frecuencia se torna agresiva. El insulto está a un golpe de clic y casi siempre sale gratis. Las denuncias a la red en cuestión, especialmente Twitter, no acostumbran a tener mucho éxito, pero no por eso hay que dejar de hacerlas cuando aparece el insulto. Trolls, bots y demás especímenes cibernéticos se reproducen en el espacio virtual cual roedores en cloacas. Y, no sé por qué será - o sí- que huelen feministas a distancia y acuden a nosotras como si de abejas a la miel se tratara. Basta poner un hastag como "
violencia de género", "
igualdad" o "
feminismo". Eso es suficiente para que en los comentarios surja un ejército de milicianos misóginos que te insultan, cuestionan la importancia de lo que tuiteas frente a otros asuntos muchísimo más trascendentales, aseguran que mantienes tu "
chiringuito" y te llaman "
charo". Sí, te "charean".
La práctica no es nueva, desde luego.
Rebecca Solnit ya escribió en 2014 sobre los hombres que nos explican cosas a las mujeres, cosas que sabemos y conocemos mejor que ellos, pero que nos cuestionan sistemáticamente cuando las decimos nosotras,
solo por ser mujeres, o se las apropian sin el más mínimo rubor. El "
mansplaining" lo practican muchos hombres, algunos sin darse ni cuenta. Lo hacen con buena retórica, incluso de manera educada, lo que no quita el
menosprecio o el ninguneo que subyace en esa práctica. A todas nos han tratado en un momento u otro con
condescendencia o con paternalismo, mirándonos por encima del hombro y tildándonos, sin llegar a expresarlo así, como "charos". Todo ello lo facilita la
educación y la socialización distinta de mujeres y hombres, como nos recuerda Solnit en "
Los hombres me explican cosas". A nosostras se nos educa en la inseguridad y la autolimitación y a ellos en un exceso de confianza. Y a eso es complicado sustraerse así como así, pero hay que hacerlo para progresar.
Otros, como los que nos llaman "charos", se aplican en su práctica hasta el punto de perder las formas. Es más de lo mismo.
Llevado al extremo, sí, rozando o traspasando la línea del delito, por supuesto, pero en esencia encontramos la misma raíz: la convicción de que
las mujeres tenemos nuestro espacio, en lo privado, y que cuando saltamos a lo público y pretendemos tener voz propia usurpamos el suyo, el de los machos, que no nos pertenece. A partir de ahí, la estrategia es empujarnos al agujero de la inferioridad, con arrogancia masculina. Y, si es preciso insultar o amenazar porque faltan argumentos o porque no hay más nivel intelectual que ese, pues
se insulta. se descalifica y se amenaza. Citando de nuevo a Solnit, "parece que en Internet el equivalente a una minifalda es una opinión".
Estas actitudes son una forma de
violencia contra las mujeres, alimentada por cierto en los últimos tiempos desde tribunas políticas de ultraderecha. El autoritarismo como modo de comportamiento.
Autoritarismo y violencia verbal contra las mujeres. Autoritarismo y control. Autoritarismo y supremacía. La violencia verbal no es menos violencia e incita a la agresión física, empodera a los agresores porque en ella y en los que insultan, y aún en los que menosprecian y ningunean, encuentran justificación a sus actos violentos.
Denunciar y bloquear, es lo que solemos hacer las mujeres cuando nos insultan en las redes. Y no callarnos, por supuesto. No nos callarán por más que griten hasta la afonía, como hizo una diputada de Vox hace poco en el Congreso de los Diputados, airada porque le afeábamos su negacionismo. "¡La violencia no tiene género!", gritaba
Macarena Olona, colaboradora y aliada necesaria del patriarcado. Ante este tipo de actitudes misóginas y declaraciones vehementes, solo cabe
más feminismo para expresar lo que nos apetezca y donde nos dé la gana.