Su padre es Joan García del Muro Solans (Lleida, 1961) profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Ramón Llul. Es una reflexión sobre la posverdad, es decir, la falsa verdad, ahora conocida como verdad alternativa, concepto que inventa el entorno de Donald Trump para justificar sus mentiras. Les recomiendo el libro a quienes quieran conocer que hay detrás de la nueva prensa o prensa alternativa.
También pueden conocerla viendo el primer capítulo -solo el primero si no quieren vomitar- de la serie de Movistar ‘La voz más alta’. Cuenta el amanecer de Fox News, la cadena de televisión financiada por el multimillonario y mecenas de la extrema derecha de EEUU, Rupert Murdoch, el magnate que contrató a José María Aznar como consejero áureo. Basada en hechos reales, su protagonista es Roger Laurie, periodista que encarna un irreconocible Rusell Crowe -pongan cien kilos más al apuesto Gladiator. Fox es la madre de todas las verdades alternativas. Solo existe lo que ellos cuentan. El objetivo es acabar con el Partido Demócrata y con los “rojillos inútiles”. Aquí decimos de mierda. Vean ese primer capítulo y comprenderán a la mayoría de la prensa española de derechas. Como muestra, el clásico botón.
Sucedió durante la pacífica y saludable manifestación de los Fórmula 1 de VOX y del PP. En uno de los coches viajan Javier Negre y Cristina Seguí, dos de los destacados ‘influencer’ de la prensa escrita por ‘bulorías’. Dice Negre a su jefe de producción o de lo que sea: “Cuando llegue a diez cortas y dices que nos han boicoteado”. Ejemplo de verdad alternativa.
Un artículo de Concha Minguela
(Abro paréntesis. Me pregunta un amigo que vive en Moratalaz si había oído el sábado 23, alrededor de las 12, unas estruendosas y nerviosas carcajadas. Yo no sabía de donde venían así que hice lo normal en el antiguo periodismo, consultar fuentes. Una de ellas, muy fiable, me sacó de mi ignorancia. Procedían de la terraza de un apartamento de lujo donde vive aislada del virus y de la realidad la presidenta de la Comunidad madrileña. Isabel Díaz Ayuso, como es público y notorio, solo disfruta con la tragedia del ‘Prestige’ y con los atascos de la Gran Vía madrileña. El pasado sábado disfrutó como nunca con la contaminación esa que no mata a nadie y con los atascos para rodear y aislar con patrióticas banderas al virus este, tan pequeño que si cae de una mesa se mata, como definió el entonces ministro de Sanidad Sancho Rof al mortal bichito del aceite de colza que mató a miles de personas. Otro ejemplo de verdad alternativa. Cierro el paréntesis).
Cruzo la calle de Bravo Murillo en busca de una librería. No encuentro ninguna abierta. Aprovecho la llamada de un amigo para preguntarle si conoce alguna por la zona. Se ríe. No seas antiguo. Pídelo por internet, que estamos en la fase 1 del coronavirus. No le hago caso. No me gusta la compra online y mucho menos de libros. Antes de comprarlos y previo uso del gel, me gusta tocarlos, hojearlos, sentir la textura de sus páginas, el cuerpo y la familia tipográfica. Los libros tienen vida. Han sido paridos por alguien, mujer u hombre. El libro es el único ser viviente que no necesita edad o genero para ser creado. No necesita madre de alquiler o inseminación artificial. Bueno algunos sí, que siempre hay vendedores que utilizan ‘negros’ -puro racismo- para decir lo que ellos no saben contar. Ana Rosa Quintana, por ejemplo, que da lecciones de ética periodística en sus ratos libres.
Cruzo la Castellana a la altura del Bernabéu. Por fin encuentro una librería abierta. Entro sin necesidad de hacer cola y cumplo todo el protocolo que exige la asepsia más rigurosa. Los libros, ya se sabe, contienen ideas peligrosas. Buscan en el ordenador y no lo encuentran a pesar de que el libro es de rabiosa actualidad y su autor Premio Nacional de Ensayo. Es una editorial catalana, me explica un joven, y no solemos recibir. Caigo en el error. Catalana, no muy conocida, ensayo y escrito por un filósofo. Frío, frío, por los alrededores del Bernabéu, frío. Bajo hacia un gran centro comercial, El Corte Inglés. Hago cola. Cuando me dejan entrar pregunto: “Está abierto el departamento de libros”? No señor, retírese, deje usted pasar”.
Parece que la venta de libros no está en fase1. Sin duda no es un negocio que necesite estar abierto para paliar la ruina económica de los asesores empresariales de la presidenta Ayuso. Los restaurantes tampoco. Las espectaculares terrazas del Paseo de la Castellana están cerradas. En mi inútil periplo literario he visto algún bar pequeñito con su terracita a la sombra y sus mesas y sillas, una sí, una no, una sí, una no. Todo muy aséptico. Las otras, las favoritas de quienes piden libertad para salir y moverse están cerradas. Parece que sus conspicuos parroquianos, una vez que ya son dueños de su libertad no la quieren exhibir no vayan a perderla. La dejan a buen recaudo con su patria, su bandera y su verdad. Y sus libros, su ‘Mein Kampf’, su lucha.
Un artículo de Ignacio Ruiz
Como el COVID, algunos libros son un peligro. Infectan las mentes. Y estos jóvenes que colapsan el centro de Madrid para solaz de su presidenta, hacen alarde de su libertad ignorantes de que es una libertad alternativa, falsa. No pueden saberlo porque no vivieron la dictadura franquista. Solo saben de ella por historiadores alternativos como De la Cierva, Pio Moa o los relatos heroicos de sus padres y abuelos, protagonistas de la quema de libros prohibidos por la Santa Inquisición, especialmente aquellos que negaban el mandato divino del Caudillo invicto.
En aquellos tiempos que no vivieron los cayetanos, en mi pueblo existía un grupo de teatro. Preparaba la obra ‘La sangre de Dios’, del dramaturgo Alfonso Sastre, prohibido por comunista en aquella España que olvidan con añoranza los nostálgicos del Régimen. Basada en el mito de Abraham, reflexionaba sobre la obediencia ciega al Dios-dictador, aunque la orden fuera matar al hijo.
Una tarde se presentaron dos guardias civiles en la sala donde ensayaban y detuvieron a tan peligrosos delincuentes. Les mandaron a realizar la mili de forma inmediata. Unos tuvieron que interrumpir sus estudios universitarios. Otros los abandonaron al perder sus becas. A mí, como era menor de edad y amigo del hijo de uno de los guardias civiles, me dejaron en libertad sin cargos.
Años después volví a pasar unos días a mi pueblo y me encontré con el padre de mi amigo. Me invitó a tomar el aperitivo en una bodega que tenía un clarete navarro exquisito. Hablamos y me dijo sin mirarme: “Mi hijo me enseña tus artículos. Leyéndolos he empezado a comprender vuestras ideas. Nadie me las había explicado”. Murió a los pocos meses. Tenía 18 años cuando se alistó como voluntario en la Falange para ir a la guerra. Al final, leyendo, entendió las ideas de los demás.
A mí la lectura me salvó de caer en el fanatismo de los cayetanos. En mis años universitarios se llamaban guerrilleros de Cristo Rey. Usaban cadenas y bates de béisbol para argumentar sus ideas. Otros, como García Juliá, prófugo de la Justicia durante dos décadas, excarcelado estos días sin pedir perdón a sus víctimas como exige la ultraderecha a los terroristas, llevaban armas de fuego. Con ellas asesinaron a ocho rojos de mierda en la trágica matanza de Atocha. Los cayetanos tampoco la recuerdan.